Siempre hay cadáveres prescindibles (Parte 18ª)

23 de mayo 2023
Actualizada: 18 de junio 2024

Ya en lontananza el estadio era un cercado pobre con unas gradas de hormigón y una pequeña edificación con el escudo del club. Un vallado de ladrillo barato, deslucido y horadado por el paso del tiempo, servía de base a una alambrada que, en varios lugares, aparecía vencida o caída del todo. El Seat Ibiza viró marcha atrás para aparcar en batería en el aparcamiento aledaño al estadio

Ya en lontananza el estadio era un cercado pobre con unas gradas de hormigón y una pequeña edificación con el escudo del club. Un vallado de ladrillo barato, deslucido y horadado por el paso del tiempo, servía de base a una alambrada que, en varios lugares, aparecía vencida o caída del todo. El Seat Ibiza viró marcha atrás para aparcar en batería en el aparcamiento aledaño al estadio.

— ¿También me vas a invitar al fútbol?

Apenas tuvo tiempo Baldomero de pronunciar la pregunta porque K. ya estaba afuera del coche dirigiéndose a la entrada del estadio.

Sabía de antemano, ya que lo consultó por internet, que el Tres Cantos Club de Fútbol había jugado esa misma mañana de sábado, sin embargo no era el juego del equipo lo que le interesaba.

— Buenas tardes.

Dijo K. a un hombre entrado en años que recogía en un saco de basura el contenido de una papelera a la entrada de las instalaciones deportivas.

El viejo levantó la cabeza y se acercó a la puerta de barrotes con un andar fatigoso. Llevaba puesta una gorra con el distintivo del club. Tenía los ojos azules, la cara lisa, casi sin arrugas, y una nariz venosa de color berenjena.

— Preguntaba por Pazos, el chaval que hace de portero del equipo.

El hombre le escudriñó extrañado.

— Donde estará si no ha dejado de correr -contestó algo risueño- ¿Es que es usted familiar de él?

A K. le salió que era su primo.

— Mire el equipo jugó esta mañana y ganó dos a cero al Villanueva -dijo mientras se hurgaba en los pelillos que asomaban por su nariz- Los chicos juegan y luego se van. Cosa normal. El chaval estará por ahí de cachondeo como cualquiera de su edad.

— Vaya. ¿No sabrá usted por dónde puede andar? Vengo de muy lejos y he pensado, ya que vengo por Madrid, pues saludo al primo. En casa de sus padres no saben dónde anda.

El hombre sacudió la cabeza y se rascó un par de veces la cabellera blanca.

— Es de esperar que vaya a cenar con alguien del grupo que tanto le anima en las gradas. No sé. Tampoco quiero meter las narices donde no me llaman. -entonces bajó la voz y se acercó a él- Es que en el club, el presidente, don Julio, no ve con buenos ojos esa relación de Pazos, pero, ya sabe, a veces toca joderse y apretar el culo para no peerse. Cosas de la vida. Parece ser que son algo…… broncas….. Vamos que la lían por un quitamesaspajas. Eso dicen, yo no sé, lo que escucho. Pero soy una tumba. Como ando jubilado, no me importa echar una mano y limpiar y cuidar las instalaciones. Y sin ver un duro. Alguna propinilla de vez en cuando…..

K. llegó al coche y se encontró con la cara a cuadros de Baldomero.

— Digo yo, eh. –comenzó, mirando cómo anochecía tras el parabrisas- Si crees que debo ponerme en la repisa de atrás como aquellos perros, con la cabeza bailonga, que llevaban los 1500 en nuestros tiempos, me lo dices y salto patrás. Yo, como un objeto más del bote este que apellidas auto.

K. arrancó el motor. Iba a decir algo, pero se detuvo y se aclaró la garganta carraspeando. Acto seguido, le narró todo lo que sabía, que desconocía Baldomero, sobre el asunto de Mésio. Le iba contando, sin dar opción a la réplica, al tiempo que conducía de manera despaciosa, tratando de hallar el camino adecuado para aparcar cerca de Francachela.

— O sea, que me metes en el saco de tus fisgoneos, sí o también sí. -dijo Baldomero cuando el otro acabó. Observó el techo carcomido del coche y cerró los ojos unos segundos- En resumidas cuentas, que lo de la invitación a la cena no es más que parte de tus alcahueteos y coges al gilipollas de Baldomero para que haga de paquete. Aburres, Juan, aburres. Dos viejo chochos metiendo las napias en cosas de la policía. ¡Pienso en lo de la otra vez, en el tema de tu amiga, y se me abren las carnes! ¡Joder, si casi salimos escaldaos! ¡Me cago en la mar salá!

K. dio un volantazo y se colocó entre dos furgonetas de reparto.

— Yo creo que andamos cerca del sito -comentó K. ajustándose el sombrero en el retrovisor- Preguntamos y luego me invitas a unas cervezas antes de que te convide a cenar. Es lo propio, ¿no?

Se sentaron en la terraza de un bar. Ya de noche, soplaba un viento cortante que agitaba las copas de los árboles que rodeaban a la terraza. Eran los únicos clientes que optaron por sentarse afuera. Baldomero sacó una bufanda a cuadros y se la enrolló al cuello.

— Con tal de que el señor fume, -murmuró soslayándole- a los demás que nos parta un rayo.

Se encendieron unos farolillos que custodiaban la terraza. Al servirles, el camarero les ofreció la estufa de butano exterior.

— Si no se la enciendo se van a quedar pajaritos.

Fue K. el que volvió a la conversación. Sopesó con la mirada el mal humor de Baldomero y encendió un pitillo.

— Estamos en una pista casi segura pero no hay pruebas de momento. Si les denunciásemos tendríamos todo perdido.

Baldomero rezongó algo por lo bajo pero al dar un par de sorbos a su café "pa escaldarse" pareció entrar en onda.

— El meollo está en esos Heraldos, creo. Esos son los peligrosos y vete a saber por quien andan respaldados. Ya sabes que esos cachorros no andan solos y suelen tener las espaldas cubiertas por gente de poder.

— ¿Crees que la poli hará algo? -dijo K. tentando su jarra de cerveza- Si este asunto lo tomasen en serio fijo que ellos tendrían manga ancha para aclararlo. El lunes llamo a Gus para decirle lo de la novia y tirarle de la lengua a ver si sabe algo más.

— Joder, Gustavo es un pobre poli del montón. Él no está metido en temas de sangre. Deberías saberlo, Juan.

— Ya. El favor que le he hecho a su novia supongo que le moverá a indagar más de la cuenta. Eso espero. De todas maneras, la chica escribe bien. Es buena.

— Lo que no sé es qué esperas que saquemos en claro esta noche en ese restaurante. No nos vamos a sentar en su mesa y decir que somos fans de los Heraldos Españoles y queremos entrar en la secta a armar jarana.

— Lo principal es que el chico este en la cena.

— ¿Le pones cara?

— No. Un tío de casi dos metros y cachas. Punto.

— La madre que me parió, ni la Interpol tiene más datos.

Con la estufa encendida, las jarras de cerveza y los cafés hirviendo siguieron la charla. La noche en aquella ciudad norte de la capital se iba volviendo por momentos gélida. Un cielo despejado, con más avistamientos de estrellas que en Madrid capital, presagiaba una helada de dimensiones considerables. Las ventanas de los bloques de pisos que rodeaban al bar cerraban sus persianas con el sonido en cascada del entrechocar de sus lamas. Los pájaros cesaban su vuelo y se escondían en sus recónditos nidos. Muy poca gente paseando por las aceras, parecían estar todos concentrados en el partido de fútbol que retrasmitían por la televisión de pago. "¡Gooooool!", acabó escuchándose en el interior del bar. Instantes después algunos de los clientes salieron a fumar al exterior sonrientes.

— La felicidad casera.

Dijo Baldomero, indicando al grupo con un movimiento de cabeza.