Res publica: Partes de guerra

07 de noviembre 2022
Actualizada: 18 de junio 2024

En 1897 una joven cubana, Clemencia Arango, fue detenida a bordo del buque estadounidense Olivette con destino a Nueva York por funcionarios españoles, bajo la sospecha de entregar cartas a los líderes cubanos rebeldes estacionados en aquella ciudad. Fue llevada a un cuarto privado y registrada por una matrona

En 1897 una joven cubana, Clemencia Arango, fue detenida a bordo del buque estadounidense Olivette con destino a Nueva York por funcionarios españoles, bajo la sospecha de entregar cartas a los líderes cubanos rebeldes estacionados en aquella ciudad. Fue llevada a un cuarto privado y registrada por una matrona. Los titulares de la prensa norteamericana fueron los siguientes: «¿Protege nuestra bandera a las mujeres?», «Indignidades practicadas por funcionarios españoles a bordo de barcos americanos» y «Una refinada mujer joven desnudada y registrada brutalmente por españoles bajo nuestra bandera en el Olivette». Pronto Arango aclaró que en todo momento había sido tratada con sumo respeto. Sin embargo, aquella confesión jamás fue publicada en los grandes medios del país.

 

Cientos de historias como la anterior inundaron la prensa estadounidense del momento. Los dos grandes magnates de los medios de comunicación de aquellos años, William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer (sí, el mismo que da nombre a uno de los más prestigiosos premios internacionales del periodismo), se pusieron desde el primer momento al servicio de los intereses de las élites de su país en favor de la guerra contra España. Sus manipulaciones de las historias periodísticas fueron decisivas para hacer creer a la opinión pública de EE.UU. que el pueblo cubano estaba siendo injustamente perseguido y maltratado por los españoles, y que la única manera de que los cubanos pudieran alcanzar su libertad era a través de la intervención militar norteamericana. Hearst y Pulitzer adornaban a menudo las historias en sus periódicos con nombres, fechas y lugares totalmente falsos de escaramuzas y atrocidades cometidas por los españoles, aunque nunca publicaron rectificación alguna pese a que se demostrara su falsedad.

 

Pero sin duda el casus belli que empujaría al pueblo estadounidense a apoyar de manera incontestable la guerra contra España se produjo en enero de 1898 cuando el buque acorazado Maine fue enviado a Cuba por Estados Unidos oficialmente para proteger sus intereses en la isla. Tres semanas después, en la noche del 15 de febrero de 1898, se produjo una explosión a bordo del Maine en el puerto de La Habana. El buque se hundió y 266 hombres perdieron la vida en el accidente.

 

En los días posteriores al hundimiento del USS Maine, Hearst publicó un artículo titulado «El barco de guerra Maine fue partido en dos por un arma secreta infernal», donde contaba cómo los españoles habían plantado un torpedo por debajo del barco que detonaron desde la orilla. Hearst publicó poco después otro artículo que contenía diagramas y planos del supuesto torpedo secreto utilizado por España. La noticia fue republicada en todo el país, culpando a los militares españoles de la destrucción del Maine. Aquello tocó la fibra sensible del pueblo estadounidense, agitando la opinión pública, y la frase «¡Recordad el Maine, al infierno con España!» se convirtió en el eslogan de quienes clamaban por la guerra.

 

El lema se empleó hasta la saciedad, desde vajilla y jarras, medallas y monedas, sellos y carteles, hasta canciones y cócteles. Sin embargo, investigaciones posteriores, tanto españolas como norteamericanas, demostraron que la explosión se produjo en las carboneras, desde el interior, lo que ha hecho pensar a muchos historiadores en la actualidad que realmente se trató de un autoatentado.

 

Claro que en aquella época tanto Hearst como Pulitzer jugaban con una enorme ventaja. Solo los poseedores de enormes imperios mediáticos podían permitirse el lujo de hacer de notarios absolutos de la realidad, más aún cuando esta acontecía más allá de las fronteras del país. Sus informaciones debían ser tomadas por el público, mayoritariamente analfabeto, como dogmas de fe, ya que no existía ni una sola posibilidad por parte del común de los ciudadanos de contrastarlas. Ellos "acumulaban" toda la información y por lo tanto "creaban" la realidad.

 

Más de un siglo después de todo aquello el panorama ha cambiado radicalmente gracias a la aparición de las nuevas tecnologías de la información. Esta se ha descentralizado y en cierta manera se ha democratizado. Hoy en día cualquier ciudadano, ya alfabetizado y educado, y dotado de un mínimo de curiosidad, dispone de múltiples fuentes de información con las que poder hacerse una idea lo más aproximada posible de lo que está realmente sucediendo. Hace apenas unas décadas algo así resultaba absolutamente inimaginable. Todo ello nos invita a pensar que situaciones como la vivida en la guerra de independencia cubana serían hoy en día imposibles.

 

Sin embargo, tomemos la que ha sido hasta la fecha la guerra más terrible de nuestro siglo en la que se calcula que aproximadamente un millón de personas perdieron la vida (el proyecto "The Costs of War" de la prestigiosa Universidad de Brown cifra el número de muertes entre 897.000 y 929.000 personas, en su mayoría civiles): la guerra de Irak. Durante los meses previos a la agresión militar fuimos bombardeados con informaciones de todos los principales medios sobre la posesión de armas de destrucción masiva por parte del régimen de Sadam Hussein. Ese iba a ser el casus belli que justificara la guerra.

 

Lo desolador no fue comprobar que tales armas jamás existieron y que el famoso trío de las Azores conocía esta situación desde el primer momento, pues todo aquello lo supimos a posteriori. Lo sorprendente fue comprobar cómo este argumento repetido hasta la saciedad desde las ondas hertzianas y la prensa "libre" atentaba contra la lógica aristotélica más elemental: Si era cierto que Irak poseía esas armas tan destructivas, ¿no era precisamente la guerra una invitación irrenunciable a que hiciera uso de ellas? No es que el casus belli fuese una invención, sino que su sola enunciación era un verdadero insulto a la inteligencia.

 

Trasladémonos ahora a la actualidad; vayamos a la guerra en Ucrania. Lo primero que debería llamar nuestra atención es que en pleno siglo XXI, nada más iniciarse el conflicto, los medios estatales rusos fueron prohibidos por la Unión Europea. Tratando a sus ciudadanos como menores de edad, nuestros gobernantes decidieron que era mejor "protegernos" frente a la propaganda generada por el enemigo. La situación no dejaba de resultar paradójica dado el largo historial de los principales medios occidentales de absoluto desprecio por el periodismo ético y responsable (véase en este sentido como penúltimo ejemplo el caso wikileaks y la persecución sufrida por el periodista Julian Assange, ya referenciada en un anterior artículo).

 

Tampoco parecía ayudar mucho a la causa de la objetividad informativa el encarcelamiento del periodista español Pablo González, que estaba cubriendo la crisis de refugiados cerca de la frontera de Polonia con Ucrania cuando fue detenido y acusado posteriormente por la Fiscalía polaca de ser un espía ruso. Ocho meses después de aquello, no se ha conocido ninguna prueba que avale la acusación. Según su abogado, está catalogado como preso peligroso y permanece completamente aislado, sin poder comunicarse con su familia ni con los demás presos, lo que hace que el estado polaco esté violando varios artículos de la Convención de Derechos Humanos (recordemos que, en Polonia, estado miembro de la UE y de la OTAN, el Gobierno se lo reparten dos partidos de extrema derecha).

 

Centrándonos ya en lo que es la guerra en sí, de las múltiples informaciones que nos llegan desde el frente, dadas las limitaciones de espacio, señalaremos tres de ellas que por su naturaleza resultan esenciales para los propósitos de este artículo:

 

  • El bombardeo de la central nuclear de Zaporiyia.

 

El Organismo Internacional de la Energía Atómica (IAEA), controlado por Occidente, nos informa periódicamente que la central nuclear de Zaporiyia está siendo bombardeada, sin explicar nunca quién la está bombardeando. Ese vacío informativo es llenado por nuestros grandes medios que nos aclaran que es Rusia la agente de esas agresiones. Que Rusia esté tratando de volar por los aires una central nuclear cuyos efectos letales radioactivos sería el primer país extranjero en experimentar, pues dicha instalación se encuentra a apenas 200 km de su frontera, no deja de resultar sorprendente. Pero sin duda lo más asombroso se halla en que dicha central se encuentra bajo control del Ejército ruso desde el mes de marzo. Es decir, en un hecho inédito hasta ahora en la historia de la Guerra, un ejército estaría bombardeándose a sí mismo.

 

  • El atentado contra el Nord Stream 2.

 

Tampoco aquí nos han faltado informaciones que acusan a Rusia del atentado (con terribles implicaciones medioambientales además de económicas) contra el gaseoducto. Es decir, la potencia que posee la llave de la instalación a través de la cual enviar su gas a Europa ha decidido en vez de cerrarla, volarla por los aires. Y además lo ha hecho en una zona marítima controlada militarmente por la OTAN. En comparación con esto, lo ocurrido con el Maine hace más de un siglo parece una obra de arte de la orfebrería propagandística.

 

Sin embargo, si echamos un rápido vistazo a la Historia, la ruptura del vínculo energético entre Alemania (Unión Europea) y Rusia no comienza con el Nord Stream 2, sino mucho antes, con los acuerdos entre Bonn y Moscú de 1981 para construir gaseoductos y exportar gas ruso. Aquel hito de la gran política alemana de distensión a través del comercio fue combatido sin piedad por Estados Unidos amenazando con iniciar una guerra. Como algunos de los componentes de la obra se producían en aquel país, la CIA introdujo en ellos un software de control de la presión de las tuberías capaz de volarlas. En el verano de 1982, las obras del gaseoducto explotaron así en territorio soviético, algo que reveló en sus memorias, en 2004, Thomas Reed, militar de la fuerza aérea y exmiembro del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos.

 

  • Putin va perdiendo la guerra.

 

Al inicio de la invasión, las condiciones territoriales de Putin para poner fin a la guerra se limitaban al reconocimiento internacional de Crimea como parte del estado ruso, y la celebración de referéndums de autodeterminación en las repúblicas de Donetsk y Lugansk. Pues bien, a finales de septiembre, esos referéndums pasaron a ser de anexión a Rusia y, además de en las repúblicas anteriores, se celebraron también en los óblasts de Jersón y Zaporiyia, en un continuum geográfico que conecta la frontera rusa con la península de Crimea.

 

 

Por otra parte, desde el inicio de la guerra, Rusia acumula 11.700 sanciones económicas, la mayoría de ellas procedentes de Estados Unidos, Canadá, Suiza, el Reino Unido y la Unión Europea. Sin embargo, el rublo ruso, lejos de colapsar, está batiendo récords de cotización, y Rusia recibe hoy más ingresos por gas y petróleo que antes de las sanciones. Si Putin va perdiendo la guerra, como diariamente se nos recuerda en los partes que nos llegan desde el frente, es cuando menos una forma curiosa de hacerlo.

 

Más allá de la pueril propaganda, más propia de tiempos medievales, lo más llamativo es que la posibilidad de una guerra nuclear, que en los años ochenta sacó a la calle a centenares de miles de ciudadanos, parece inquietar únicamente a una reducida minoría. Una frivolidad suicida se ha impuesto en el debate público. La advertencia de Putin de que usará "todas las armas disponibles" para defender Rusia de un ataque de la OTAN es genuina, admitió el encargado de la política exterior de la UE (y manijero de la Casa Blanca), Josep Borrell, "pero eso no cambia nuestra determinación y nuestra unidad por sostener a Ucrania". Más recientemente ha llegado a afirmar que "un ataque nuclear contra Ucrania provocaría una respuesta militar de Occidente tan poderosa que aniquilaría al ejército ruso" (como si una guerra termonuclear acabase únicamente con el ejército ruso y no con la humanidad entera).

 

Mientras permanecemos expectantes, al menos nos queda el consuelo de saber que si un mísil nuclear procedente de Rusia surca nuestro espacio aéreo seremos avisados de ello con minutos de anterioridad a través de un pitido en nuestro móvil, aunque nadie sepa muy bien qué hacer tras el sonido de esa trompeta digital anunciando el Apocalipsis.