La hostelería pontevedresa abraza el "delivery" para resistir al cierre
Por Manu Otero & Mónica Patxot
Los locales de hostelería de Pontevedra están vacíos, mas las verjas siguen levantándose cada día. La covid-19 obligó a clausurar por segunda vez cafeterías, restaurante y bares dejando a centenares de pequeñas empresas al borde de la quiebra, pero los pontevedreses respondieron con un profundo respaldo a los trabajadores de un sector que es el motor de la vida social de la capital.
El servicio take away emerge ahora como una tabla de salvación contra el cierre total. Muchos establecimientos ya lo han implantado y, otra vez, la tozuda ciudadanía de la capital demuestra que va a seguir apoyando a sus camareros para que las terrazas de la Boa Vila, un páramo cada vez que el reloj da las 23 horas, vuelvan a dar de beber y comer a quien pasa.
"La gente se está volcando bastante con la hostelería", dice el propietario del Club del Café, Gonzalo Rodríguez, después de despachar la cola de clientes que se sigue formando cada mañana en la Plaza de España; "el apoyo de la gente es fenomenal, están volcados", agradece Xosé Cannas desde La Ultramar; "lo bonito de una cerveza es tomarla en el bar, con los amigos, la gente viene a comprarlas por apoyar", sentencia, rotundo, Jorge Diéguez de la cervecería Black Bird.
"Todos los días veníamos a tomar el café", relata un grupo de amigas jubiladas mientras esperan su turno para recoger la dosis diaria de cafeína. "Y vamos a seguir haciéndolo, en vez de sentarnos en la terraza, iremos a sentarnos a un banco", sostienen. "Porque hay que ayudarlos", apostillan en una muestra del cariño y respeto que Pontevedra profesa a sus hosteleros.
Es ese apoyo incondicional el que anima a los trabajadores a levantarse cada mañana para seguir abiertos porque "el servicio a domicilio no es rentable", reconoce el chef de Pepe Vieira. En su caso, llevaban meses estudiando implantar el servicio a domicilio o de recogida como "una ayuda a la facturación". La segunda ola lo precipitó todo y, aunque están contentos con la aceptación, "nos llegamos a plantear muy seriamente cerrar porque prácticamente no ganamos nada", confiesa el cocinero de La Ultramar.
"Los gastos no los cubro y tampoco nos condonan nada. Los autónomos, las basuras o el agua tenemos que seguir pagándolas, los que podemos negociar con los caseros tenemos suerte pero muchos locales ya están cerrando", lamenta el dueño de la cervecería Black Bird.
Tampoco las cafeterías se libran, aunque son las que menos han notado el bajón. "Estamos en una zona de mucho trabajo, colegios y oficinas. La actividad sigue, y la gente reclama su café, nos dan ánimos, pero la facturación ha bajado una barbaridad. Seguimos abiertos por necesidad, no por gusto ni mucho menos", admite el barista Rodríguez.
Fue el apoyo de los vecinos y la flexibilización de este segundo confinamiento lo que empujó a muchos hosteleros a probar suerte con este sistema de venta. En la cervecería de la calle San Sebastián nunca se habían planteado llevar cervezas a las casas de sus clientes hasta que se decretó el primer estado de alarma. "El primer confinamiento me cogió con poca mercancía y la repartí entre amigos, en un círculo más cerrado. Ahora sí que tengo el almacén lleno y lo amplié a todos los clientes y va bien. Ya el último día que abrimos me llevaron algunas", admite Diéguez, Pucho para los amigos.
En su caso, es él mismo el que se encarga de llevarla a casa de sus clientes. "Me dijeron que me diese de alta en empresas de reparto a domicilio, pero no voy a fomentar la esclavitud. Estoy parado, en casa, qué más me da llevarlas yo mismo, así doy un paseo", señala el tabernero, cuyas cervezas no encontrarán en las estanterías de un supermercado. "Las ipa son las que más se venden, también negras o packs variados", señala como las favoritas de una clientela que disfruta ahora de unos precios más bajos, "casi como el de la tienda, los bajo porque me estoy ahorrando el pincho, los vasos y los gastos del local", detalla Pucho.
Tampoco es nada habitual que un chef de la talla de Xose Cannas, que regenta la taberna Ultramar en el Museo de Pontevedra, prepare comida para llevar pero "ya lo teníamos pensado antes del virus, para amigos o clientes especiales, ahora esto lo aceleró un poco", reconoce satisfecho con la buena acogida de esta nueva propuesta. Destaca el cocinero el papel fundamental que juega la empresa Caylu, que ofrece un servicio de reparto de calidad y asequible para hosteleros y comensales.
En estas circunstancias el delivery es la única opción de trabajo para este restaurante, pero es un servicio que ha llegado para quedarse. "Intentamos ofrecer algo que a la gente le mole, con paquetes acogedores y chulos", describe Cannas el embalaje de los pedidos. En el interior lo que más abunda es el famoso bocadillo de calamares, las costillas al estilo NY o una tarta de chocolate pensada exclusivamente para el envío a domicilio.
En las cafeterías el take away no es ninguna novedad, pero el primer confinamiento amplió la demanda. "Unos días antes de este cierre se generó una especie de miedo pensando que El Club del Café iba a estar cerrado un mes", reconoce Gonzalo que vio como una "avalancha" de clientes agotaba las reservas de café en grano de su negocio. "Ahora ya se tranquilizó la cosa, al ver que vamos a seguir abiertos", reconoce el empresario al que la pandemia le hizo prestar más atención a las redes sociales para mantener el contacto con sus clientes.
No solo en la zona vieja de Pontevedra se está extendiendo el servicio a domicilio. También en las parroquias. Históricas casas de comidas, como Casa Pilán que lleva abierta desde 1909 en Estribela, a las que los trabajadores acuden a diario para reponer fuerzas con exquisitos y caseros menus del día a también han tenido que adaptarse a estas circunstancias para mantenerse con vida.
La crisis económica está golpeando fuerte a un sector que no se caerá por el empeño de los pontevedreses, sabedores de que sin bares no vivirían en la Boa Vila.
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