El "suplicio" de no poder ni llorar a los difuntos
Por Natalia Puga & Mónica Patxot
Adela y Nieves acudieron este jueves al cementerio de San Mauro por primera vez después de casi ocho semanas. Nada más entrar y acercarse a la tumba de Manuel, las invadió la emoción. Demasiado tiempo sin situarse ante él y conversar. Padre de Adela y marido de Nieves, falleció el pasado 25 de diciembre a los 85 años dejando un vacío que tan solo conseguían amortiguar con visitas diarias al camposanto.
Llevaban dos meses y medio de rutina cuando "de repente, llegamos aquí y nos encontramos la puerta cerrada". El cierre fue una de las restricciones asociadas al estado de alarma para frenar la expansión del coronavirus y, para ellas, "un suplicio muy grande".
Este jueves, segundo día de reapertura de los cementerios de Pontevedra, retomaron esa costumbre que pretenden mantener a diario y durante prácticamente toda su estancia les acompañaron las lágrimas. Llevaban semanas conteniéndolas y no pudieron evitar que brotasen, pues, como sostiene Adela, "para nosotros fue muy duro no poder venir aquí" y seguir su particular terapia para afrontar el duelo.
"Venir aquí y estar un ratito con él nos da un poquito de paz", explica. Esta tranquilidad no estuvo a su alcance estas última semanas y le añadieron la angustia de pensar en que las flores que presiden la tumba estaban estropeadas y no podían cambiárselas, de modo que, nada más entrar, se pegaron al mármol y rompieron. Podían volver a estar con su "bebé gigante", como le llamaban durante los ocho años y medio previos a su muerte en los que el parkinson le restó movimientos y sumó dependencia.
Madre e hija fueron este jueves dos de las escasas visitantes que acudieron a San Mauro en horario de tarde. La reapertura ha llegado a este cementerio municipal con restricciones horarias y de seguridad. De 9 a 11 por la mañana, de 17 a 19 por la tarde y, siempre, con guantes y mascarilla para un lugar en el que, en caso de que se produzcan aglomeraciones, los contagios serían multiplicadores.
Las calles del cementerio recobraron una imagen similar y a la vez diferente a la habitual. Nunca antes se había visto a tanto visitante con guantes y con mascarillas, muchos optaron por hacer limpiezas a fondo de panteones y nichos que suelen estar reservadas a épocas puntuales del año como los días previos al Día de Todos los Santos, y resulta complicado recordar otra época del año con tantas flores secas y estropeadas.
Entre tumba y tumba, además, la realidad se impone y aparece alguna con ramos y coronas recién colocadas o secas y no retiradas que evidencian entierros recientes y que rememoran esos entierros a los que tan sólo han podido asistir tres personas y esos funerales pospuestos a fechas sin determinar en las que la pandemia dé una tregua.
Muchos de los que han aprovechado esta semana los primeros días de reapertura lo han hecho para reponer esas flores marchitas. Es el caso de Pili. Acudió el jueves lejía y guantes en mano para desinfectar el panteón al que en estas últimas semanas no ha podido acudir a llorar a su padre y el viernes a renovar las flores.
De acudir dos veces a la semana ha pasado a no pisar San Mauro en ocho semanas y el cambio ha hecho mella en su ánimo, tan sensible que, nada más empezar a hablar, el llanto no deja salir las palabras. "No soy capaz de hablar", explicar, tras reconocer lo mucho que ha echado de menos un pequeño gesto a tan solo unos metros de casa que antes le reconfortaba y ahora le emociona.
El cierre del cementerio también cambió las rutinas de Juan Alfonso. A sus casi 88 años -los cumplirá en octubre y dice seguro: "pienso llegar allá"-, acudía a diario desde su casa en la plaza de España para visitar la tumba de su mujer y ahora llevaba ocho semanas sin pisar las instalaciones.
En su caso, no piensa acudir a diario, pues es "grupo de mucho riesgo" y no quiere exponerse, pero esta semana aprovechó una visita programada al médico para acercarse, no sin cierta pena, pues entrar le pareció "tristísimo", sobre todo, pensando en todas esas familias que no han podido dar una despedida adecuada a sus seres queridos."Los entierros ya son tristes por la gente que muere, pero si después no puedes ir, se hace más triste por la familia".