Rumanía: la sorpresa de Europa
Por Marga Díaz
Rumanía: un país todavía desconocido, enigmático y casi incomprendido. Más allá de la legendaria Transilvania y del terror que inspiraba la leyenda de Drácula, la tierra de Vlad Tepes el héroe y villano que inspiró a Bram Stoker esconde tesoros inimaginables: pueblos medievales excepcionalmente conservados, castillos encaramados a rocas imponentes e iglesias y monasterios ancestrales, todo ello enmarcado en el verde intenso de unos bosques y prados infinitos.
El punto de partida para recorrer el país, no puede ser otro que su capital Bucarest: hasta ella llegamos en vuelo directo y desde aquí reharemos la maleta y pondremos rumbo hacia la Rumanía más auténtica, pero antes podremos conocer un trocito de la historia y la vida del país a través de esta bella capital.
Bucarest es una gran ciudad, hermosa y vibrante, por algo es conocida como el pequeño París del Este. Aunque su icono más célebre es el enorme Palacio del Parlamento, una obra de la época de Ceausescu testigo de su megalomanía, no es sin embargo ni de lejos la construcción más hermosa de la capital rumana.
Las avenidas de Bucarest están repletas de edificios señoriales: El Ateneo Rumano, la Ópera Nacional, las Embajadas, el Banco Nacional, o los Palacios que acogen distintos museos son el testigo de las mejores épocas del país. Desde la avenida Kiseleff, flanqueada por enormes árboles que nos introduce a través del gran Arco de Triunfo en la parte más céntrica de la ciudad, hasta la Avenida Victoria (Calea Victoriei) ya en pleno casco antiguo. Las callejuelas que atraviesan el viejo Bucarest también rebosan encanto: el Pasaje Macca Vilacroose con su bóveda acristalada de estilo parisino, la calle Francesa o la alegre Pasajul Victoriei recubierta de coloridos paraguas.
La ciudad cuenta con grandes plazas, centros neurálgicos que absorben el ajetreo diario de turistas y habitantes. La Piata Revolutiei, la Piata Victoriei o las céntricas Piata Universitatii desde donde parten muchos de los itinerarios para conocer la ciudad y la Piata Unirii, sede antigua del mercado, que en la actualidad ha cedido el protagonismo al agua con sus más de cuarenta fuentes que en las noches del fin de semana colorean la atmósfera con un espectáculo de luces y sonido.
La noche en Bucarest es muy animada, especialmente en el buen tiempo, cuando las terrazas del Barrio Lipscani exhiben su mobiliario a veces chill out a veces vanguardista, en llamativos colores. Este es el verdadero corazón del viejo Bucarest, renovado con pintorescas tiendas, galerías y locales de ocio. Los bares y restaurantes del Casco Antiguo tienen un encanto especial ya que conservan todo su sabor tradicional: el Hanu Lui Manuc una antigua posada de caravanas con su legendaria arquitectura de madera y el Caru Cu Bere una joya en estilo gótico que permite disfrutar de la cocina rumana con música en directo, nos asombran con su esmerada y característica decoración.
Al nacer el día, el dorado de las cúpulas de la Iglesia Rusa de San Nicolás refuerza el brillo de una mañana soleada. Si nos acercamos al Curtea Veche, barrio del viejo Bucarest y epicentro del ocio nocturno, el aspecto es muy diferente: la Iglesia y pequeño Monasterio de Stavropoleos muestra su hermosa arquitectura. Es imposible resistirse a inmortalizar su bello claustro en más de una docena de fotos antes de entrar a conocer el interior de esta maravilla del siglo XVIII. Dentro ya no procede la cámara pues el respeto es máximo, sobre todo si se está oficiando una de las ceremonias religiosas. Entonces solo nos queda deslizar en silencio la mirada por las hermosas pinturas que recubren sus viejas paredes.
Bucarest es además un referente cultural de Europa: el Museo de Historia Natural, El Nacional de Arte o el George Enescu relacionado con la música resultan de gran interés, aunque seguramente el más representativo y uno de los más entretenidos sea el Museo Satului. En medio del frondoso Parque Herastrau este Museo de la Aldea nos lleva a un viaje por toda Rumanía a través de sus construcciones más características: iglesias, molinos, norias y casas típicas de las diferentes culturas rodeadas de bosque y asomadas al Lago Herastrau parecen una buena opción para cerrar nuestro breve paso por la capital.
Así es que al siguiente amanecer nos aventuramos a salir de Bucarest, poniendo ruta a través de bucólicos valles y sinuosas carreteras para reencontrarnos con la Rumanía más auténtica: Maramures es un lugar anclado en el pasado. Atravesar sus campos verdes salpicados de estructuras cubiertas de paja, tan similares a los antiguos "palleiros" nos hace retroceder casi cien años cuando el rural gallego sobrevivía gracias al trabajo del campo. Las similitudes con Galicia son más que evidentes: pequeñas fincas cerradas con verjas de madera, mujeres tocadas con pañuelo, viejos carros tirados por animales y esa lluvia fina que nos acompaña todo el camino y que a los gallegos nos da tanta morriña.
Sin embargo llegar a Maramures en un día de llovizna y niebla es casi un regalo. Los puntiagudos campanarios y torrecillas de las viejas iglesias de madera despuntan entre un cielo brumoso aportando un aire de misterio muy evocador. Es tan hermoso el paisaje que nos rodea que casi nos olvidamos de que en pocos kilómetros llegaremos al objetivo principal de nuestro viaje, visitar las más importantes Iglesias de Madera protegidas por la UNESCO: las de Plopis, Surdesti, Desesti, Leud, Izei, Rogoz o Budesti todas ellas con sus torres esbeltas y desafiantes en permanente contraste con la tosquedad de la oscura madera que las caracteriza. Son lugares tan especiales que cualquier detalle se convierte en excusa para inmortalizar en foto: las telarañas que cubren las tumbas de un agreste y diminuto cementerio, el rocío que resbala en las gruesas vigas de madera o el contraste de los oscuros muros frente al verde intenso del campo circundante y a la gris y persistente llovizna.
Una vez visitadas las más importantes ponemos ruta hacia el Monasterio de Barsana, muy diferente al resto de templos. Un cuidado jardín acoge el complejo de edificios que incluye la iglesia y el monasterio todavía habitado por monjas, abarcando un enorme mirador de vistas impresionantes a las montañas. El punto final perfecto para esta ruta por la hermosa región de Maramures.
El día siguiente amanece diferente, con un sol tan radiante que nos hace sentir a cientos de kilómetros de nuestro itinerario anterior así que continuamos motivados hacia el otro gran objetivo del viaje: las Iglesias y Monasterios de la Bucovina. En una mañana deslumbrante, la ruta por la Rumanía más rural nuevamente nos sumerge en un paisaje de ensueño, aunque aquí el verde de los prados se intensifica con frondosas arboledas de pinos y abetos que salpican las suaves cumbres. Atravesamos regiones cruzadas por riachuelos y bellos Parques
Naturales, pueblos de fachadas coloridas donde la madera sigue estando muy presente en pequeños santuarios, en pozos artesanos o en viejas naves habilitadas para el ganado. Por fin llegamos al primer Monasterio de nuestra ruta. Poco le debió costar a la UNESCO decidir su Candidatura Mundial, pues la belleza y originalidad de estos templos justifican sobradamente su necesidad de conservación. Los muros exteriores conservan coloridos frescos. Predominan los tonos azules, verdes y rojos tan vivos que parecen una auténtica biblia dibujada a modo de comic por la mano de algún pintor genial. El interior de los templos es igualmente rico en ornamentación y colorido. Una especie de Síndrome de Stendhal nos persigue de templo en templo: Sucevita, Moldovita, Humor, Dragomirna, Putna y finalmente Voronet, considerado la Capilla Sixtina del este por la calidad de sus frescos, especialmente por la representación del Juicio Final y por sus tonos únicos de un azul brillante imposible de imitar ya conocido como "azul Voronet". El recorrido ha resultado agotador y la noche empieza a ensombrecer el brillo de los coloridos pigmentos, pero prevalece la sensación de haber conocido una de las maravillas del mundo y además, de un sueño cumplido.
El camino de regreso a Bucarest es largo, así que tendremos que ir haciendo paradas en ruta por esos pueblos de la Transilvania medieval: Sibiu, Brasov, Siguisoara... Pero eso es ya otra historia.
Marga Díaz
http://viajesvagalume.blogspot.com/
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