"He vuelto a ver los álamos dorados,
álamos del camino en la ribera
del Duero, entre San Polo y San Saturio,
tras las murallas viejas
de Soria -barbacana
hacia Aragón, en castellana tierra-"
Antonio Machado
Quizás por ser mi tierra materna, o por el verde intenso que recuerda Galicia, o quizás por la sorpresa de una tierra a todas luces infravalorada y casi desconocida en las rutas turísticas, el caso es que el viaje a Soria me dejó una profunda huella. Los fuertes contrastes del paisaje me acompañan hasta la puerta de la capital dónde las riveras del Duero son protagonistas indiscutibles. Escucho "Camino Soria" aquella canción de finales de los 80 con la que me identifico a medida que me acerco y por fin entiendo a Machado: Esta tierra engancha y enamora.
Las orillas del Duero se vuelven arte en San Saturio, excavada en la roca, tan austera por fuera como hermosa por dentro, con su capilla llena de frescos barrocos que narran la vida del santo. No dejo de asombrarme al entrar en la ermita y descubrir su pasadizo que desciende hasta la cueva donde hacía su vida de ermitaño.
De vuelta a la capital hago una parada en San Juan de Duero donde un claustro de hermosos y variados arcos nos muestra lo original que puede llegar a ser el románico soriano.
Y ya por fin, me adentro en la ciudad. No me sorprende mucho su reducido tamaño, se me nota la ciudad de donde vengo, y me resulta acogedora con su Plaza Mayor rodeada de edificios señoriales y su emblemática Fuente de los Leones. Pasear las calles de la pequeña capital soriana resulta más que agradable pero no me puedo ir sin visitar sus hermosas iglesias románicas, San Juan de Rabanera, San Nicolás, Santa María la Mayor... y como no, Santo Domingo: Su fachada románica me atrae especialmente, con su conjunto de arcos y su impresionante portada de piedra tallada.
Pero mi circuito por tierras del Duero no acaba aquí... el Cañón del Río Lobos es uno de mis objetivos en este viaje. Al irme aproximando al Parque Natural la carretera ya me va anticipando la belleza del Cañón, aún así nada comparable con lo que me espera al llegar.
La erosión provocada por el viento y el propio río Lobos en la piedra caliza, han ido dibujando y esculpiendo esta maravilla natural. La ermita de San Bartolomé se integra tanto en el paisaje que tengo la sensación de que siempre ha estado allí. A su alrededor las vistas son espectaculares. Me animo a trepar por una de las laderas y accedo a "El balconcillo" un agujero en la montaña que permite admirar la parte trasera de la roca como desde una atalaya privilegiada, con razón es una de las partes más fotografiadas del Cañón. Después de una buena sesión de fotos se impone hacer alguno de los senderos que parten de este punto. Quizá uno de los más cómodos y hermosos es el que comienza al pie de la ermita pasando por la Cueva y las Colmenas del Fraile.
A cada paso que doy descubro nuevas formas en las paredes del cañón. Impone su altura y verticalidad, la verde vegetación aumenta el contraste con el rojo intenso de esta tierra que en muchos tramos se vuelve del blanco y gris característico de la piedra caliza. Los buitres habitantes de las innumerables oquedades del cañón que acompañan mi ruta junto con algún que otro águila, no hacen sino aumentar el encanto de este lugar... para una amante de las aves rapaces esto es casi un paraíso. El sendero se vuelve más verde bordeando el río repleto de nenúfares y creo que podría continuar indefinidamente caminando, pero no puedo obviar otro de los alicientes de mi viaje por el Duero, los pueblos castellanos con su sobria arquitectura: Berlanga de Duero, Rejas de San Esteban, Calatañazor o San Esteban de Gormaz. Algunos aún guardan entre sus recintos amurallados castillos, iglesias y otras joyas medievales… y allá me voy. Mi cámara está que revienta repleta de fotos y mi cabeza de imágenes y recuerdos. El viaje a Soria ha logrado reconciliar con sus orígenes a esta gallega recalcitrante y obstinada hija de la Ribeira Sacra.
MARGA DÍAZ https://viajesvagalume.blogspot.com