Bernardo Sartier
Hay una cosa que te quiero decir
Y la diré. Aunque me tachen de nostálgico. Con una tele en blanco y negro -y cadena y media- nos bastaba. Bonanza, Galas del sábado, Jesús Álvarez y Matías Prats llenaban el tubo de imagen (Álvarez y Prats padres, ¿eh? sus hijos tienen menos arboladura telegénica). A veces incluso Paquiño Franco asomaba su senectud aflautada y su párkinson cuartelero a la inauguración de una presa cualquiera.
Pobre pero honrada, con calidad y tal. La tele. Pero luego irrumpieron las privadas -las cadenas, más cadenas (de tirar) que televisiones-, esas que iban a impulsar por doquier la cultura pero se quedaron en escupidera de las excrecencias de tres truchimanes y dos mercachifles que tenían como único objetivo sacarle la manteca a la basca.
Primero "Lo que necesitas es amor", bodrio entre el folletín casposo (con fámula y descerebrado de "protas") y la autoconfesión desvergonzada y planificada, bodrio en el que lo mejor era la calva reluciente del difunto de Jesús Puente, un gran actor teatral al que el hambre, que a veces es muy mala consejera, hizo aceptar un encargo tan mediocre como vergonzante. Y allá iban él y su caravana -carrocería de tratante idónea para transportar équidos- España adelante pidiéndole a cuatro débiles mentales que mostrasen vergüenzas públicamente. Y aún recuerdo un día (esto no debería contarlo, pero para que vean como es uno de honesto) que se presentó un primo mío -buen rapaz pero un poco berberecho, todo hay que decirlo- y me espetó alborozado "voy a "Lo que necesitas es amor", y entonces, claro, que no me dejó más opción que llamarle imbécil y retrasado mental y preguntarle si era gilipollas y si sabía dónde se metía, y el rapaz que si quieres arroz, Catalina, de sobrado, y que aún hoy agacha la oreja cuando me ve, receloso de que le recuerde que fue allí a rogarle a su santa que volviese con él y nos hizo, de paso, cargar a toda la familia con el baldón de aquel festival de eurovisión del ridículo en el que él no era Massiel sino un pelagatos sin dignidad arrastrándose por una tía a la que, para más inri, le resultaba indiferente.
Después vino el "Hay una carta para ti", cuyo mascarón de proa era el rictus estreñido de la Gemio y que batió records de audiencia (y de otras cosas). Y como la originalidad la tienen los guionistas televisivos en la punta del nabo, ahora los sábados nos calcetan el "Hay una cosa que te quiero decir", quintaesencia del despropósito porque si hay algo que decirle a alguien pues se le dice y santas pascuas, que ya me contarán porqué se precisa utilizar de notario a la audiencia para que levante acta de las intimidades de los contribuyentes. Claro que no me sorprende, yo ya le vi las orejiñas al lobo una vez que una maruja de por ahí abajo -el origen es lo de menos, podría ser de Tomelloso porque la soplapollez no entiende de fronteras-, que una maruja, decía, lela y ágrafa compareció en un "Tomate" o en un "Patricia" para contar lo siguiente: "Hijo mío, he "venío" hasta aquí para "desirte" que te pasas "er" día delante del "ordenadó" con la "intenné". Y también para "desirte" que comes muchas hamburguesas".
Y entonces yo, al otro día, descorazonado y tal, que fui a la prensa para ver si a esta hembra de cernícalo alguien le recordaba por escrito lo burra que era y le afeaba su comportamiento, pero me encontré con que ni una puñetera línea, me encontré con que aquello había pasado desapercibido porque ya todo dios había adaptado su pituitaria al pestiño del basurero televisado, a la necrosis del albañal catódico, porque ya todo el mundo militaba en la causa de tele cisterna y en la asociación para la defensa del reality coprofágico.
Y entonces reparé en que a España le iba a empezar a ir como el culo y no me equivoqué porque fornecidos de "ordenadó" y prietas las filas de una tropa de burras peideiras como la susomentada, cómo carallo le iba ir bien. Y entonces, bueno, entonces paro aquí que si no me caliento y no dejo títere con cabeza y luego una señora que vende sostenes, aquí en Pontevedra, escribe al "cartas al director" para quejarse de que a un tío como yo, estudiado y tal, le publiquen estas cosas.
O sea que hasta el jueves. Hasta el próximo jueves.