Jeannette Ramos Vega
27 Días: Historias que nos devuelven a nuestras raíces
Mi abuela materna eligió amar a un hombre que no sabía leer ni escribir, un hombre que creía en los santos y en los muertos de este mundo. Un hombre que, quizá, le sería infiel, que algún día caería enfermo o perdería el control bajo el peso de la bebida. Y sin embargo, ese hombre la hizo madre, una y otra vez, tejiendo su historia en los cuerpos de sus hijos. Compartían noches de música y danza sobre el frío de la loseta, se amaban en el humo del tabaco, despiertos hasta el amanecer, degustando la intimidad de su compañía. Para ellos, el amor fue siempre una elección; la felicidad, una chispa individual; el romance, una unión profunda, casi mística.
Mi abuelo, por su parte, se dejó cautivar por una mujer de carácter indomable, de voluntad férrea, algo raro en su tiempo. Ella, dueña de sus propias decisiones, le dio hijos y también le regaló preocupaciones. En sus momentos de frustración, él buscaba refugio en la bebida y, quizás, en otros brazos. Pero ella, lejos del drama y los gritos, callaba y actuaba. No era una mujer de gestos vacíos. A pesar de la pobreza que les envolvía, ambos poseían la fuerza de quienes construyen desde la nada. Su amor, aunque fugaz en la medida del tiempo, era tan firme como las creencias espiritistas que él veneraba. Aunque ella no compartiera todas sus devociones, le acompañaba a sus retiros espirituales, entre vivos y muertos, creando una historia que aún resuena.
El pasado me enseña que cada historia tiene dos caras, dos versiones entrelazadas. Nada está tallado en piedra; nada es eterno. El ayer me ayuda a aprender de quienes me precedieron, y eso, para mí, es perfecto. Mi abuelo partió primero. Mi abuela, en su soledad, nunca rehízo su vida amorosa. No sé si aquel amor los une ahora, en alguna parte, pero algo en mi corazón me dice que sí.
Todos llevamos historias a cuestas. Nuestros ancestros, de alguna manera, están en todo lo que hacemos. A veces pienso en esto y me siento orgullosa, comprometida. Llevo un pedazo de ellos dentro de mí. Y aunque creemos que todo es nuevo, que la vida es inmóvil, perfecta en su ciclo, el tiempo nos transforma. El reloj avanza, los días cambian, los meses se deslizan, y nosotros cambiamos también. Pero nuestras raíces permanecen, recordándonos que somos fruto del amor, fruto de una historia.
Yo soy fruto del amor que unió an mis abuelos, un testimonio vivo de su legado.