José Mª Cumbraos
El estío del lector (II): descubriendo a Nicola Lagioia
De todo lo que se nos transmite por herencia genética no deberíamos presumir en exceso. Por mucho que, en mi caso, me sorprende la facilidad para evocar lugares, relacionar momentos con situaciones o recordar caras y conversaciones, no lo hago. Los que han recibido otros dones, como la belleza o la simpatía, tampoco deberían jactarse en exceso. Es como el que se considera más por haber nacido en Alicante o en las Rías Baixas cuando el destino pudo haber querido que lo hiciese en Gaza, en Yemen o en una patera y su vida hubiese sido otra.
Viene esto al caso porque, hasta que esa capacidad necesite de entrenamiento, espero poder recordar dónde y cómo conocí la obra de Nicola Lagioia (Bari, 1973). Lo hice leyendo sucesivamente La ferocidad (2015) y La ciudad de los vivos (2022), publicada ahora en España la primera tras el éxito de ventas y crítica de la segunda. De ambos libros, devorados en dos semanas, espero no olvidar cómo marcaron el verano -aquel verano- lector de 2024.
Sin que ambas novelas dejen de representar clichés convencionales, el mérito de Lagioia estriba en desarrollar argumentos y en torno a ellos unos personajes -sean estos más o menos ficticios- para que siempre nos resulten relevantes; en concatenar tiempos y espacios diferentes; y en hacerlo todo ello cambiando la perspectiva con la que trata cada una de las dos historias, obligado especialmente en la segunda a aproximarse a los hechos e involucrarse.
La ferocidad es otra contribución al análisis de la corrupción como proceso inherente al ser humano. Lagioia combina el detallismo minucioso para describir la trayectoria vital de los protagonistas (la llegada de Vittorio a Bari, su enriquecimiento y su recepción en la alta sociedad de Puglia, la tela de araña que teje en todas las clases sociales para llegar a lo más alto, apartando por el camino a todo aquel que se cruce, incluso sus hijos, la huida y posterior regreso del bastardo Michele o el descenso a los infiernos de la primogénita Clara) con un uso medido de los diálogos, a los que recurre solo cuando son aclaratorios, expresiones someras ("no es que Clara hubiera ido rápido, es que se había saltado fotogramas”) que contribuyen a ahondar la sensación de decrepitud que domina toda la narración.
En La ciudad de los vivos Lagioia se obliga a ser otro narrador porque la historia (el asesinato en marzo de 2016 de un joven, Luca Varani, a manos de otros dos, de clase social más alta, en un carrusel de drogas y sexo, convertido pronto en un inconmensurable circo mediático) le viene dada. Asume indagar en los personajes (en los centrales y tanto o más en los secundarios, también ellos víctimas del horror) para acabar teniendo claro que todo seguirá estando oscuro, que la mente humana tiene zonas inexplicables que conducen a la violencia y a la barbarie, proceso que ni las drogas, las fallas familiares o el clasismo atenúan.
Y también porque los asesinos Manuel Foffo y Marco Prato, patéticos, alejados de cualquier sutileza o mesura. condicionan su vida entera. Reconociéndolo es cuando Lagioia alcanza momentos magníficos, cuando narra sentirse superado por el sinsentido o en el portentoso cierre del capítulo 3 en el que confiesa la importancia del azar en su vida personal y profesional. Pasan la vida y los libros y el relato sigue esclavizando al autor, llámese Nicola Lagioia o Truman Capote.
En ambas historias, para acabar, la geografía, en sus ramas tradicionales, física y política, es otro condicionante sustancial. En La ferocidad, Bari y su belleza mancillada por los hombres, decrépitos y corruptos y sus diferencias sociales, "consecuencia fisiológica de esta tierra”. En La ciudad de los vivos, Roma, de la que el autor proporciona una guía no turística que describe una ciudad en la que "el cinismo es la primera lección de vida" y la corrupción "una presencia gaseosa que todos respiramos”, un lugar de casi imposible abandono. Como de los libros de Nicola Lagioia.