Kabalcanty
Un simple andariego (2ª Parte)
Malena cortaba patatas con la máquina. Las metía enteras, sin cáscaras, y la máquina troceadora las sacaba por su boca oblonga en tiras finas. Trabajaba en Duppys eventualmente supliendo las vacaciones estivales de otra empleada de cocina. Conversaba con Shasha, que llevaba ya varios años en la cocina del restaurante económico, mientras esta echaba las patatas cortadas en tiras a una voluminosa freidora. Su charla se envolvía en una humareda de aceite de girasol refrito que ondeaba por todo el techo de la cocina.
—…Además que ya queda poco para fin de mes. -decía Malena manejando desganada los tubérculos en el saco.
— Pero lo que te decía antes: este tío no varía un mes con otro. Le da igual todo, paga mal y tarde. Muchas veces hemos cobrado el día diez o doce. ¡Cabrón!
— Con lo alegre que me las prometí cuando me llamaron de la agencia de colocación.
Dijo Malena haciendo un gesto de asco.
— Todavía eres joven, Malena, pero tarde o temprano te darás cuenta que trabajar en esto, o en cosas parecidas, es una puta mierda. Pillada casi todo el día y te llevas a casa cansancio y disgustos pero money cero. Ni siquiera te da para vivir medianamente.
Las dos intercambiaron una mirada de hastío.
— ¿Quién dijo eso de que el trabajo dignifica y nos madura?- añadió Malena, escudriñando el perfil de su compañera.
— Pues lo diría alguien que curraba sentado, con aire acondicionado y que le sobraba mucho dinero a fin de mes. Alguien así lo diría, querida.
— ¡Qué hijoputa!
— ¡Eh, mira un momento! -dijo Shasha señalando al ventanuco que comunicaba con el comedor- ¿Ves ese tío gordón que lee? El que tiene al lado el carrito y el paraguas. Hacía mucho que no le veía, siempre come lo mismo: paella y pollo asado.
Malena se empinó sobre los talones para contemplarlo mejor.
— ¿El que come frente a la vieja? Parece un oso viejo que de un momento a otro caerá desplomado.
— Es un tipo raro. Puede que esté mal de la chola.
En efecto, el hombre que se bajó del autobús y que hacía cola tras la anciana andrajosa para entrar en Duppys leía un libro voluminoso y gastado mientras comía un plato de paella. Tenía al lado el deslucido carrito de la compra en el que colgaba el paraguas. En una esquina de la bandeja que contenía el menú, le esperaba una porción de pollo asado con abundantes patatas fritas, las mismas que cocinaban Malena y Shasha.
La anciana, frente a él y en la misma mesa, tragaba un espeso puré verdoso que precedía a un escalope abarquillado con guarnición de escarola y tomate. Sorbía el puré con torpedad, escurriéndosele la mitad de las cucharadas por la barbilla sin que a ella le importase lo más mínimo. Tampoco parecía importarle que su comensal leyera las páginas del viejo libro ensimismado y que no le prestara atención alguna a ella.
— Este puré de guisantes es aguachirlis con colorante. -dijo la vieja cuando terminó la última cucharada- Ahora a ver quien le hinca el diente a ese filete que parece relinchar. Tu arroz ¿se deja comer?
Él apenas se movió. Doblegó su tic con las cejas y arrugó la boca para sacarse un molesto grano de arroz.
— ¡No te dije que relinchaba! -exclamó la anciana, dándole en la mano cuando masticaba el primer pedazo del escalope- ¡Está como las putas piedras!
Se sobresaltó al contacto de la anciana. Dejó el libro a un lado y la miró con ojos de vaca.
— Leo el Quijote muchas veces y siempre encuentro cosas diferentes -dijo golpeando las tapas ajadas del libro- Él buscaba un sitio, un lugar, una ciudad, como yo. Buscaba a su Dulcinea en un Toboso que no acababa de encontrar.
La vieja, dándoles vueltas y más vueltas al pedazo de filete, tragó al fin haciendo un ademán de padecimiento.
— ¿Sabes lo que creo que te hace falta a ti? -dijo acercándole su rostro arrugado- Una madre, te falta una madre que te diga lo que es mejor para ti.
Él se quedó unos instantes pensativo. Quiso decir algo un par de veces, sin embargo su lengua se enredaba en un sonido gutural y sus cejas se elevaban inalcanzables sobre su frente despejada.
— Entonces……. ¡Esta es la ciudad!
Pronunció con emoción, sonriendo de par en par a la vieja.
— Pues claro que es la ciudad lo mismo que esto es el puto Duppys y nosotros somos unos desgraciados que comemos aquí por jodida necesidad. La mierda de ciudad que dices es esta, no hay otra, y yo soy tu madre, capullo. ¿Quién cojones iba a comer en su sitio así si no fuera por necesidad?
El hombre tardó en reaccionar. Su mente barajó las palabras de la vieja hasta que pareció encajarlas, lo que le procuró una sonrisa leve y queda. Alternaba su vista hacia la mujer, el libro y su paella casi terminada. Daba la sensación de ser un juego que le entusiasmaba. Sus cejas, alborotadas, bailoteaban sobre su rostro obeso como si fueran un juego de palillos.
— Una ciudad para vivir. -dijo pensativo y risueño.
Él terminó su pollo asado antes que la vieja. Ella seguía masticando cansina su filete empanado.
Comenzó a trastear en su carrito hasta que halló una bolsa de plástico con el logotipo de unos almacenes textiles. Sacó un billete de veinte euros que agrandó los ojos de la vieja. Tragó su bocado con ansiedad.
— ¿No dejarás que tu madre pague la comida? -preguntó autoritaria.- Con ese billete tienes para los dos de sobra.
Fue hasta la puerta del restaurante donde estaba la cajera. Un vigilante jurado, fondón y con el uniforme arrugado, vigilaba aburrido la pecera donde se alojaba la cajera de cobros. Le preguntó por el importe de dos menús y el vigilante le respondió con una ojeada a la urna. Pagó. La empleada le dio un ticket rosado que él guardó en el bolsillo de su pantalón pirata. Volvió a la mesa para esperar que terminara la mujer. Sus ojos, saltones y con un toque azulino, se vertebraban con innumerables venitas como si estuviesen quebrados, a punto de romperse. Abrió el libro de manera antojadiza y se puso a leer.
— ¡Venga, no te entretengas con las letras! -dijo la vieja de sopetón y con la boca llena de carne- Nos vamos porque no hay Dios que se trague esta carnaca de gato.
Pero no dejó en el plato el trozo de filete empanado que le quedaba, lo enrolló en un trapo mugriento que sacó de su cazadora y lo metió en el carro de él. En su barbilla relucía una grasilla verdosa que había manchado su pechera.
— Y santas pascuas.
Añadió tras guardarlo y tirar del brazo del hombre.