José Mª Cumbraos
El estío del lector (I): sólidas literaturas del yo
Piensa uno que la lectura, como el ciclismo, no deberían pertenecer a una estación concreta. La literatura sirve para tantas cosas que se merece una continuidad y una permanencia en nuestras vidas por mucho que el tiempo y el descanso pongan de su parte para hacerla más veraniega que otoñal, por ejemplo.
Dicho lo cual, y respetando los gustos y posibilidades de cada quien, inicia este lector aquí una reseña de tres entregas sobre sus propias lecturas estivales.
Esta primera habla de dos obras sólidas, nacidas de situaciones dispares, las dos concebidas como antídoto y como respuesta. Una pretende finalizar el duelo y la otra exorcizar y ahuyentar los demonios familiares. Tan personales y esclarecedoras resultan que el lector no puede imaginarse otra cosa que sus creadores consiguen sus objetivos.
Pero antes de adentrarnos a hablar de cada una de ellas, cabe una reflexión que espero interese a los lectores de esta reseña.
¿Está agotada la autoficción? ¿No da mas de si como género literario? Esta pregunta es cada día más común entre críticos y expertos literarios. Mi impresión, sin ser ni uno ni lo otro, es que la autoficción como género literario jamás se agotará, porque básicamente la literatura siempre ha sido del yo. Es una evidencia que actualmente se habla más de literatura en televisión y en redes sociales y los autores reconocen sin tapujos que sus inspiraciones se nutren de sus ánimos y cuitas. En definitiva, a mí como lector la literatura del yo me seguirá resultando interesante si encuentro en ella motivos para la reflexión, si distingo un compromiso del autor por permitirnos vivir sus vidas por mucho que no tengan nada que ver con las nuestras, o incluso teniéndolo, sean obras bien escritas, como estas dos, leídas al inicio de un verano que, melancólico y de luz ya diferente, empieza a decir adiós.
En El invencible verano de Liliana (Penguin Random House, 2021) Cristina Rivera Garza se aferra a la literatura para acabar con el duelo y tratar de encontrar explicaciones y respuestas a la muerte de su hermana, víctima de la violencia de género en México en 1990. Pasadas tres décadas la autora considera llegado el momento de emprender una tarea que es a la vez exorcismo personal y denuncia, siempre necesaria y nunca suficiente ante una lacra como esta, que no entiende de clases sociales y persiste sin abandonarnos.
Cristina Rivera construye un libro irremisiblemente doloroso en su fondo, como no podía ser de otra manera. Pero el lirismo y lo formal lo hacen magnífico, bellísmo, justo desde el momento en el que la propia Liliana es la que salta a la palestra para hablarnos de sí misma. El afán incontenible por escribir sobre sus pensamientos, dolores, inquietudes, temores y amores encuentra al fin un premio merecido. Serán sus escritos (anotaciones en diarios, en cajetillas, en papeles y apuntes universitarios, en tickets…), recuperados por la autora, los que le hagan justicia y nos la enseñen tal y como era.
Esa decisión de aflorar las palabras de Liliana se complementa con el otro gran hallazgo formal de la obra: el espacio para todos aquellos que formaron parte de su vida (para todos menos para el cobarde asesino). Amigas, compañeras de universidad, potenciales amantes, ingenuos pretendientes, padres…Cristina Rivera emplea un estilo documental, próximo al reportaje para darles voz alternativamente a todos, construyendo así el recorrido vital de su hermana.
La autoficción que Hervé Le Tellier practica en Todas las familias felices (Seix Barral, 2024) es otra, igual de legítima, pero muy diferente. También hay en ella dolor, menos carnal, irreparable también en cierto modo, pero más espiritual, de los que comen por dentro hasta que uno es capaz de abrirse en canal y tratar de explicar (primero para sí, queremos pensar, y luego para el lector) por qué han sido las cosas así, por qué su familia, mejor dicho, sus familias, son como son y cómo esas maneras de ser y de vivir siendo le alcanzan y le condicionan.
¿Tiene necesidad un autor triunfante como Le Tellier de desnudar así su pasado? ¿Ha agotado su capacidad narrativa y tiene ahora que recurrir a este ejercicio de aplastante sinceridad? Son preguntas que este lector se hace, quizás a la vez que otros muchos lectores pero que como decíamos arriba también sean irrelevantes. Le Tellier escribe sin ambages, sin entrar en laberintos ni digresiones. Coge su árbol genealógico, lo retuerce y con una ironía lacerante por momentos, clava sus dardos en familiares, amigos y conocidos (su madre, su diana favorita).
Sea cual sea su objetivo, su prosa cercana y sencilla hace que quedemos agradecidos y también expectantes ante sus futuras entregas, hable en ellas de su vida o no lo haga.