Manuel Pérez Lourido
Fin del verano
Se ha acabado el verano, o vamos camino, o al menos eso dicen. Aunque en realidad deberíamos de consultar qué es lo que piensa sobre el asunto El Corte Inglés, que tiene un extenso historial de intervencionismo en estas cosas. O tal vez debamos darle la oportunidad de pronunciarse a cualquier otra empresa o corporación de esas que articulan nuestras vidas con nuestro absoluto consentimiento, aunque sea por la vía de la desafección. A ver, estoy sugiriendo que somos un hatajo de monas que dejamos que otros hagan de nuestra vida un pandero. Si no, es imposible que nos estén cobrando aún lo que nos estan cobrando por cruzar el puente de Rande.
Regresando al tema inicial, diremos que no, que el verano termina cuando a uno le sale de dentro. El fin del verano, como el de toda utopía que se precie, ha de producirse a manos de quienes la han creado. El fin de verano tiene que nacerle a uno, no puede ser algo impuesto por el calendario del papa Gregorio, campañas de marketing o renovación de escaparates. Y a lo mejor a uno no le nace hasta mediados de noviembre, cuando ya no se puede salir a la calle sin abrigarse y se nos han extinguido las ganas de diversión que venían agonizando desde el final de la Feira Franca. Dejemos que cada uno termine el verano cuando buenamente pueda, que no siempre es cuando uno quiere. Un día cualquiera de esos en que el despertador te escupe fuera de la cama, engulles el desayuno con la parsimonia de costumbre porque has descubierto casi a punto de jubilarte que la prisa es mala consejera y hace agujeros en el estómago, te transportas hasta el portal y al poner un pie en la calle una vocecita en tu cabeza te susurra que se ha terminado el verano, definitivamente. Por fin, te dices con alivio. Y a otra cosa, mariposa. No hay que hacer un drama de los asuntos que uno no puede controlar. Y de los que uno debería tener bajo control, tampoco, ya puestos. Cuantos menos dramas hagamos de todo más felices seremos y más felices haremos a nuestros semejantes.
Supongo que todo el mundo se hace cargo ya de que el otoño es tan solo un invento insulso de los poetas que no sabían donde encapsular tanta melancolía y tanta hoja de árbol caduco por el suelo. Y que como les quedó bastante flojo, luego se sacaron de la manga la primavera. Pero esto ya otro día.