José Antonio Gómez Novoa
Ventana indiscreta: Vacaciones inolvidables
Mis primeras vacaciones, en los años 80 con un amigo. Un fin de semana en Madrid. Todo bien, sales de provincias, te asustas un poco con la cantidad de personas que se mueven por la Gran Vía, pero eso es asumible, lo difícil para mí fue adaptarme a la agenda del acompañante. Creo que tenía un mucho de complejo de Edipo, quería visitar en 2 días y medio lo que su madre había hecho en 10 días.
Por la mañana, el Retiro, Plaza Mayor, Almudena y Palacio real. Un pequeño parón en una taberna típica dónde su progenitora había comido unas bravas y calamares inolvidables. La tarde, Puerta del Sol, Bernabéu, Museo del Prado, jardín botánico para acabar en la plaza de Santa Ana, dónde su mami al parecer había tomado unas cañas al lado de Isabel Presley. Nosotros pedimos una tortilla de patata (congelada) dos cañitas y nos cobraron 2000 pesetas (nuestros ahorros del mes).
Al día siguiente, me despertó a las 6,00 de la mañana para ir a tomar el chocolate con churros en San Ginés y continuar nuestro maratón, ruta por el Madrid de los Austrias, paseo del prado, recoletos y, a las 12,30 visita a la iglesia de San Antonio de los Alemanes una joya del barroco dónde me aseguró que su madre había visto la luz al contemplar el fresco de Luca Giordano que representa los milagros del Santo. Él parecía abducido y exhausto mientras observaba a San Antonio y la mula, yo aproveché un descuido para huir y volver a casa. “Un sin vivir”.
Creí que había aprendido la lección pero después de 30 años, me llamó para reencontrarnos (los dos estábamos alejados geográficamente) y pensé que sería bueno recordar los tiempos de la adolescencia y juventud. Me habló de un viaje a Madeira de 4 días, que él se encargaba de todo (la intendencia, plan de viaje, alimentación).
Ya en Funchal entre abrazos y recuerdos compartidos (obviamos el viaje anterior), me enseña su cuaderno de bitácora, rutas de senderismo y jardines espectaculares. Ni mencionó a su madre y eso me dio buena espina. Nuestra primera levada fue la del Caldeiräo Verde. Nos pusimos en marcha, él iba a ritmo de legionario, moviendo los brazos. Intento disfrutar del paisaje (vegetación exuberante) pero él, sigue firme, cabeza erguida, hombros arriba, pasos muy largos. Cuando llevamos 10 km me pasa el avituallamiento: una zanahoria y un plátano. Ni frutos secos ni bocata jamón. Dice que come sin gluten y es vegetariano desde hace un año, se ducha tres veces al día, lunes, miércoles y viernes duerme sobre el lado derecho y el resto sobre el izquierdo.
Comemos entre rutas, productos muy ricos de la huerta, aunque yo eché de menos el bacalao a brasa o la picaña sin olvidarme del bolo do caco típico de la isla. A la tarde hay que cumplir objetivos y me lleva a la Vereda Pico Ruivo, una ruta corta pero muy empinada. El esfuerzo vale la pena, ¡qué panorámicas!, aunque un camino con una duración promedio de 1 hora 30 minutos lo intenta hacer en menos de una hora.
Al llegar al apartamento extenuado, me lanzo sobre el sofá para descansar, y, “mi gran amigo” recrimina mi actuación. ¡Hay que ducharse primero, sino llenas todo de gérmenes!. Utilizo el impasse de su higiene para escapar hacia el mercado variopinto y bonito dos lavradores dónde tomó un café acompañado de un pastel de belén, busco un hotel con vistas al mar y allí me quedo disfrutando con calma de esa isla tan impresionante. A él, le envié un whatsapp escueto: “me estoy encontrando a mí mismo, disculpas”. Moraleja: “El viajero ve lo que ve, mi amigo lo que no ha venido a no ver”.
P.D. El viaje a Madeira es obligatorio y más ahora que está sufriendo un incendio devastador. Eso sí, escoge siempre bien con quién viajes.