Miguel Mora Morandeira
Recuerdos de mayo
Ni siquiera sobre el 68 debe estar todo ya dicho. Pero está claro que poco podemos aportar algunos a lo que se ha escrito a lo largo de medio siglo.
En mayo de ese año se concentró en realidad toda una década que se llamó prodigiosa y no se limitó al Barrio Latino parisino: florecimiento de la recuperación económica tras la segunda guerra mundial, contracultura en Norteamérica, hippies, otra manera de crear música, píldora anticonceptiva, primeros trasplantes cardíacos, asesinatos de El Che, Kennedy, L. King, Vietnam, filósofos subidos a un bidón, autoestopismo, popularización de las drogas. Dylan, Pete Seeger, Marcuse, Sartre, Wilhem Reich, eslóganes geniales, cuestionamiento de la medicina privada (Comités d´Action Santé), unidad de estudiantes y obreros (aunque luego la impidieran los partidos tradicionales) Antonioni, Godard, Nouvelle Vague.
¿Fracasó aquel mayo?, el sistema todo lo integra. Queda mucho, de todas formas, en la sociedad de hoy, de aquella crisis de civilización. No cambió el mundo pero a muchos sí nos cambió. Radicalmente y para siempre. Por eso seguimos llevando muy mal las prohibiciones y sobrevivimos gracias al pensamiento crítico, a cuestionar la sociedad y a nosotros mismos. Seguimos creyendo que la playa está “debajo de los adoquines” como decía el célebre eslogan. Se trata de seguir escarbando. Un eslogan, una utilización del lenguaje, pues.
Una vez le preguntaron a Cortázar cuáles eran sus armas de combate y respondió que el lenguaje porque, a través de él, se pueden combatir los tabúes, la corrupción de la palabra por el ejercicio del poder, las frases hechas vacías de contenido. Cosas que muchos años después de pronunciadas por el autor suenan tremendamente actuales. Cortázar vivió el entusiasmo de la revuelta de mayo del 68. Jean Paul Sartre, a quien muchos consideran la cabeza pensante del movimiento sesentayochista, también.
En la cinemateca parisina (el cine es un lenguaje) tuvieron lugar movimientos de protesta en los primeros días del mayo francés y allí –defendiendo a H.Langlois– se encontraban los primeros directores de la Nouvelle Vague: Godard, Truffaut, Louis Malle, Resnais e incluso Jean Pierre Léaud que fue más que un actor una referencia viviente a lo largo de los años. Hubo actores quizás mejores que él, pero nadie como Léaud encarnó - digo bien encarnó, porque su piel, su sola presencia, recorre y empapa una treintena de años- aquel movimiento cinematográfico que cambió la historia del cine.
Léaud vive en la pobreza a los 80 años. Esta circunstancia indica que los tiempos, como entonces, están cambiando y los gustos cinematográficos, musicales, culturales en general, han cambiado para peor a la juventud y, en buena parte, también a los universitarios que aún en carreras de humanidades: filosofía, historia, medicina etc. se orientan más al espectáculo, a las expresiones menos racionales, al divertimento. Y acaso hasta Gramsci encontraría más dificultades para hablarnos de las clases subalternas.
Sé que no se pueden resumir en unas líneas los temas que suscita la evocación de aquella década pero no he podido dejar de referirme a ella -al final tímidamente esperanzado por las concentraciones en universidades de buena parte del mundo como consecuencia de las protestas contra el gobierno de Israel- ante la evidencia de que el ultraliberalismo económico está , desgraciadamente, consiguiendo que nuestras democracias , como muy bien explicaba Haro Tecglen, sean el “régimen que mejor separa los pobres de los ricos, el régimen predilecto de una quinta parte de la humanidad que come, y que reprocha a las cuatro quintas partes que no comen que no sean capaces de instaurar la democracia salvadora”.