Kabalcanty
La Pulsera (10ª Parte)
No habían discutido antes, en el pub que había a orilla del río todo transcurrió con la efusividad que merecía el momento. Arturo había escogido el lugar porque sabía que a ella le encantaba cómo preparaban los gin tonics con ese toque mágico de limón y esa ginebra de calidad. Hasta ahí todo bien. Sin embargo, en el trascurso de la cena, en un restaurante donde la gente guapa y adinerada de la ciudad mostraba palmito, una llamada de El Tuerto cambió el rumbo de la noche.
Habían pedido los postres (crème brûlèe, una crema catalana pero con la sofisticación y el porte de una clientela ávida de estilismo gastronómico) y Arturo sonrió al ver el nombre en la pantalla de su móvil. Hizo un gesto cómplice y respondió con la soltura de un reputado negociante. Su rostro fue oscureciéndose a medida que avanzaba la audición. Arturo apenas decía nada, escuchaba cada vez más serio mientras se relamía la sequedad de los labios. Al colgar bebió un largo trago de vino y encaró los ojos expectantes de la mujer.
— Al cabrón de don Nicolás no se le ha ocurrido otra cosa que regalarle a pulsera a su querida. Se nos jodió el plan, palomita.
— ¡¡¿Cómo!!? ¡¡¿Qué coño estás diciendo!!?
Las mesas de su alrededor escudriñaron a la pareja haciéndose de súbito un silencio acusador. Algunos de ellos repararon entonces que la mujer cabreada era Nora Palmer, la modelo emergente que causó sensación en la fashion week spring-summer de la pasada temporada. Se dispararon algunos flashes de los móviles y el runrún fue tomando cuerpo.
Arturo Rodríguez Lampa conoció a Eleonora Bustillo Carrasco en un cóctel celebrado en el Hotel Emperador, tras un pase de modelos de la diseñadora influencer Rosata Alegoría. Iba acompañada de Rodolfo Campezo, un asentado directivo de la Mercedes Benz con mucho currículo en la prensa rosa. Todos suponían que era amantes, sin embargo ellos se comportaban y aseguraban el público que sólo eran dos buenos amigos de muchos años atrás.
A Arturo no le importó que Nora estuviese junto a Rodolfo para lanzarle algunos requiebros con la desvergüenza que el gastaba por arrobas. Llegaron a hacer un apartadillo, en el jardín del hotel junto a una botella de champán francés y un par de copas que se llenaban y vaciaban en un parpadeo. Tras ese día, y sin que Nora dejase su relación básicamente sexual con Rodolfo, se hicieron pareja siempre y cuando ella no tuviese compromiso alguno. Alternaban los ratos de cama con cenas y copas en lugares de moda que ella solía sufragar con tal de lucir la planta y el encanto natural de Arturo. Al directivo le importaba bastante poco que su amante se luciese en público con otro hombre, es más le venía bien como coartada de cara a su esposa.
En los dos años y pico que Nora y Arturo llevaban de relación se contaron demasiadas cosas íntimas como para prescindir el uno del otro sin que la posible ruptura trajera una peliaguda situación para ambos. Vivian de la hipocresía, la apariencia y los pactos confidenciales con gente poderosa o al filo de la ley. De ahí surgió el chantaje que Nora urdió contra Rodolfo, y que Arturo, aprovechando sus contactos con los capos más suburbiales, era pieza básica.
Ante el malestar que provocó la llamada, Nora pagó la cuenta y salieron al parquin. Ella tenía el maquillaje resquebrajado junto a los ojos y no paraba de pedirle explicaciones a Arturo. Fumaba un pitillo temblándole la mano.
— Todo lo tenías atado y bien atado -decía fuera de sí, uno junto al otro apoyados sobre el auto de ella- y me entero que no, que es ese don Nicolás el que decide. Joder, le encargas el robo al inútil del rumano ese y, luego, pierdes la pulsera no sé sabe dónde. ¿Eres imbécil? ¿Realmente eres gilipollas? Meses preparando el chantaje a Rodolfo y ahora la cagas, tío.
Arturo no sabía qué decir. Había encendido un cigarrillo y le daba vueltas al mechero entre los dedos. Parecía meditar algo, atrincherado en su silencio, pero nada salía de su boca excepto muecas vacías.
La voz de Nora resonaba en la estancia del parquin como si fuese la queja de un alma en pena. Sus palabras se distorsionaban con el eco pareciendo una retahíla del más allá.
— Rodolfo hubiera pagado lo que fuera por verme feliz otra vez con la pulsera. ¿Y sabes lo que hubiera hecho yo con ese dinero? ¿Te interesa de verdad? ¿Lo sabes? Montarme mi propio negocio en Milán, un negocio rentable para toda la vida y lejos de toda la basura que sois vosotros. ¡Paletos de mierda!
Se llevó las manos a la cara y comenzó a sollozar.
Arturo, compungido, le puso las manos sobre los hombros, pero ella sacudió el cuerpo y se metió dentro del coche dando un portazo.
Él entró al coche unos segundos después para decirle: “Te prometo que lo siento mucho y que todo lo que ha pasado no es…”
— ¿Dónde vive ese don Nicolás? -preguntó ella con brusquedad arrancando el motor.
— Pero….¿No le estarás diciendo en serio? Mira que….
— ¡¿Dónde coño vive ese cabronazo!? Vamos a ir a por lo que es nuestro y a seguir con el plan, ¿entendido?
Nora lo expresó tan resolutiva que Arturo contrajo el rostro con temor.
— Su querida o su puta o la madre que la parió tiene mi futuro y eso no se lo perdono a nadie. ¡¿Dónde vive, joderrr!?
— Palomita, razona, no es tan sencillo como….
— ¡¡¡¿Dónde viveeeee!!!?
Dijo iracunda, haciendo sonar el claxon mientras duró la frase.
Arturo acabó diciendo la dirección tras consultar su móvil.
Ella metió la marcha y salió haciendo rechinar las ruedas del auto de alta gama.
Se deslizaron por la noche con muy poco tráfico. Nora se saltaba semáforos en rojo y las señales de stop mientras Arturo se encogía en el asiento con el rostro desencajado. Ni siquiera la miraba, tomaba nota de lo podría costarles irrumpir de aquella manera en la mismísima casa de don Nicolás. Cerró los ojos deseando que al abrirlos apareciera en su triste cama de la pensión, lejos de aquel coche y de aquella conductora enloquecida.