Bernardo Sartier
La Infausta Cristina
La Infausta Cristina salió del automóvil ufana. Como saldría del coche oficial para oficiar de madrina y estampar champán contra un buque.
Dientes, que eso es lo que les jode. De hacer caso a la periodista que voló con ella en el avión que la llevó a casa de papi don Juancar, la declaración no menoscabó su ánimo. En el contratiempo está históricamente educada la realeza. Haber salido para el exilio imprime carácter. Las maletas preparadas, como los "Hombres G". Será por eso que la azulía no disfruta mucho las alegrías, ni los sinsabores trascienden la categoría de una simple contrariedad. Cuestión de cuna. Cinco horas con Cristina que no fueron el monólogo teatral y funerario delibiano sino el "no sabo, no contesto" de quien, aunque suficientemente preparada, todo lo fiaba -y confiaba- a la pericia negocial de su marido. El interrogatorio no estuvo exento de momentos de tensión. Vean. Pregunta del Juez Castro: - "Infanta: ¿dos más dos?"; Respuesta de la Infanta: -"me faltan datos, señoría". La Infausta Cristina hizo de mujer de su casa, lo que atribuiría a Urdangarín el protagónico rol de cabeza de familia. Firmaba por amor -lo quiero a morir- y al oteo del paisaje atenuante reparó en que el código rebaja pena por concurrir arrebato, obcecación u otro estado pasional.
Con tanta pasión van a dar al pobriño Urdangarín apariencia -y aroma- de nazareno en albañal, ninot rebosante de cagarrutas testificales. Todo lo que hizo ella es, cómo no, culpa de Urdangarín, que va a ser el responsable de la muerte de Manolete. Hasta diseñó -la Infausta- la medallita de la exculpación: "hoy te quiero más que ayer pero menos que a Revenga". Cuando me cace la local en triple fila (la doble es una vulgaridad) pienso decir que Urdangarín me robó el coche. Aquí, si no hay muerto al que echarle la culpa se busca un Iñaqui que responda. Que no digo yo que sea un santo, qué va, pero tampoco el enérgico criminal financiero que actuaba solo -y en ausencia de otros- seduciendo a Matas:
"¿No es verdad, ángel de amor/que en esta apartada orilla/se construye el Palma Arena/y se factura mejor?". Urdangarín era, antes que alquimista financiero, jugador de balonmano. Pero más que a disparar la pelota se dedicaba a hacerla sobre la moqueta. Pelota de convenio, de esponsorización, seducción consumada con el requiebro sugerido del parentesco real. Y entonces algunos dirigentes derechones, que aún quedan de esos que sacuden el armiño real y se corren haciendo cortesanía, soltaban la panoja que malbarató Pedralbes y quitó el hipo al príncipe Felipe. Los siguientes capítulos ya están escritos. Uno es la condena a Urdangarín y su consiguiente paseo como chivo expiatorio, simbólica cabeza en pica de una casta enriquecida (de aquella manera) que reserva plaza en el "Hotel Barrotes". Nada nuevo bajo el sol (Mario Conde, Roldán). El otro capítulo será el divorcio de la Infausta mientras Iñaqui dormita una siesta de trena, ya lo verán. Lo que siento de todo esto es la sobreexposición de unos niños, sus hijos, que seguramente son los únicos que, en todo este folletín truculento de arrebatacapas, se comportaron como auténticos adultos.