Paco Valero
'Viaje a pie', de Josep Pla
Acaba de publicarse Viaje a pie (Ediciones 98, 2014), una obra de Josep Pla del año 1949 que según los editores llevaba 65 años sin imprimirse. Una exageración, porque yo tengo una edición de 1979, realizada por la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros. Pero es lo de menos. Porque un libro de Pla es siempre, o debería serlo, una buena noticia. El texto original, escrito en castellano, apareció primero como crónicas periodísticas en la revista Destino. Pla vivía retirado en la masía familiar de Llofriu, en Gerona, desde los primeros años 40 y solo salía de ese apartamiento para apalabrar trabajos editoriales y pagos en Barcelona o, en las siguientes décadas, para hacer algún viaje al extranjero. Tenía mucho de autoexilio y aún hoy es controvertido porque Pla había entrado el 29 de enero de 1939 en Barcelona (se cumplen ahora 75 años) acompañando a las tropas franquistas y era, por tanto, uno de los vencedores de la contienda civil. Sin embargo, poco después se caló la boina. ¿Cómo explicarlo? Para algunos, se fue a la masía porque el gobierno español impuso como director de La Vanguardia a Luis de Galinsoga, un franquista colérico sin mácula de liberal ni de catalán, en vez del tándem previsto: Manuel Aznar el abuelo del expresidente José Mª Aznar y Josep Pla. Según otros, Pla prefirió poner distancia con los nuevos amos de España Era un conservador liberal, con un pasado catalanista, que había escogido el bando franquista como mal menor porque creía que era el bando del orden, de la propiedad, de la continuidad, cosas importantes para él. Pero no era un fascista. Sea como fuere, tenía poco más de 40 años cuando regresó a la masía familiar, y en ella moriría en 1981. Un autor controvertido, en tierra de nadie. Pero ahí, junto al hogar de la chimenea, en madrugadas sin fin, realizó una labor única y titánica: reconstruir con su memoria y su escritura un tiempo pasado y un país destruido Cataluña, con su lengua perseguida y la industria editorial en catalán desaparecida y hacerlo en una lengua catalana depurada, eficaz, libre de ñoñerías poéticas y de arcaísmos. Libre de jocs florals, como él diría. Una lengua moderna, de la que todos los escritores catalanes posteriores han mamado, con la que escribió incansablemente libros de viajes y de historia, libros de recuerdos y dietarios, alguna obra literaria y muchas otras inclasificables, recopiladas todas a partir de la década de 1950 en los casi 50 tomos de sus obras completas, incluido el imprescindible El quadern gris (El cuaderno gris: un dietario, Destino 2002). Una aportación esencial a la cultura catalana y una forma de contar y de ser tan poderosa que puede rastrearse en los más variados autores, incluidos importantes escritores en español, aunque a veces esto último se ignora o se olvida.
Josep Pla era un escéptico que tenía la prudencia de no entusiasmarse con nada que no fuese concreto, real. Rechazaba el idealismo (como ideario filosófico y político) y vadeó como pudo el tiempo que le tocó vivir. Era un humanista en la estela de Montaigne y Jules Renard, y al igual que estos, un gran memoralista que recogía con implacable perseverancia e ironía las leves variaciones del vivir. Y alguien dotado además de una gran capacidad de reflexión. Mientras la mayoría se extasiaba ante la visión de los millones de luces que iluminan Nueva de York de noche, él liaba el enésimo cigarrillo con lentitud de antiguo y preguntaba: "¿Eso quién lo paga?". Si le preguntaban qué era una cocina regional, respondía: "Un paisaje en una cazuela". El alioli (ajoaciete), escribía, era la calefacción de los pobres. Y la moral, ¿cómo resumirla? Había sido corresponsal en Berlín durante la hiperinflación que llevó a la quiebra política a la República de Weimar. Una barra de pan llegó a costar 3.000 millones de marcos. Los ahorros de la gente se volatizaron y para sobrevivir decenas de millones de personas tuvieron que prostituirse de alguna manera. Los valores morales y sociales, que tan sólidos parecían unos meses o años antes, desaparecieron. El nihilismo se abrió paso e incubó el huevo de la serpiente: el nazismo. Aquella lección quedó grabada en Pla y respondió: "La moral es la moneda".
¿Qué podía hacer Pla, escéptico y materialista, en el contexto político y cultural de la España de los años 40, cuando publicó Viaje a pie? Para hacerse una idea, la Ley de Ordenación Universitaria de 1943 proclamaba que "la Universidad es el ejército teológico para combatir la herejía y la creadora de la falange misionera que debe afirmar la unidad católica". Y Concha Espina, autora de éxito entonces, escribía cosas como esta: "Auroras del Descubrimiento, cuando España, arriba por el orbe, contó las mensuras casi astronómicas de una capacidad viril y supo encender en su cielo estrellas desconocidas" O esta otra: "Abandonan penosamente el barro de una tumba, donde el maestro afronta el reposo de la eternidad, a los sones pascuales de las chirimías y dulzainas, címbalos y tamboriles". En aquel contexto, Pla se echó se andar por los pueblos de alrededor para ver, hablar con la gente y contar. Y lo hizo, primero, en un libro magistral de 1942: Viaje en autobús, anterior a Viaje a pie. Escrito no con la mirada de un águila (o del aguilucho de la bandera), sino con el punto de vista "gallináceo" (la imagen es de él) que concede un destartalado autobús que viaja por los pueblos: "Al oír la palabra patatas contaba, se ha producido entre los viajeros del autobús un movimiento de curiosidad vivísima. Oigo decir por todos lados a los viajeros: ¡patatas! ¡patatas! La gente se levanta de los asientos. Hay un desplazamiento general sobre las ventanillas". Este libro sorprendió a muchos. Entre a ellos a Camilo J. Cela, que ese mismo año 1942 había publicado el tremendo La familia de Pascual Duarte, de un realismo desquiciado que le daría el Premio Nobel décadas después, y que en 1948 se caló la boina también y se echó a andar por la Alcarria, influido por el libro de Pla, como él mismo reconocería luego, en busca de un narrar escueto. El mejor libro de Cela seguramente. Aunque para llevar la tierra en la mirada hace falta algo más que calarse la boina. Hay que haber mirado antes muy lejos y luego saber contarlo como si fuera solo una forma de pasar el rato. Pla escribe en Viaje a pie: "Voy a pie de pueblo en pueblo cuando los lugares están unidos por distancias discretas. Si las distancias son excesivas pido a un payés que me deje subir a su carro. Si me acepta, bien. Y si no me acepta, también. Entonces me es forzoso buscar una más generosa compañía. Si no la encuentro, enarbolo el papel más mugriento de mi monedero y todos me reciben con los brazos abiertos. Estas manifestaciones me enternecen. No cabe duda: pagando se es feliz".