Lucía Lourido
De cómo con amor, paciencia y abriendo las puertas, todo se consigue
Después de agradecer el viernes pasado algunas de las cosas buenas que me había aportado el 2013, hoy dedico este espacio a llenar de buenos sentimientos el nuevo año, con un relato que ya había redactado pero que estaba todavía sin publicar. Espero que os transmita algo de inspiración y positividad.
Hoy se me han escapado los agapornis hecho curioso ya que lo acababa de soñar. Estaba alineando los barrotes metálicos de la jaula porque que les había abierto un agujero para colocar fuera el comedero.
Estaba duro, tenía que hacer bastante fuerza con las tenazas y a la vez, ser delicada para que no se rompieran. Me decía a mí misma:
-Vamos vamos ¡que lo consigo! Hasta que lo logre no paro, no hace falta ser experta, ¡yo puedo! (Practicando todo se consigue, y es que poco a poco los iba dejando mejor).
En una de estas... aprovechan un agujerito y se escapan los "agapornitos".
Me puse como siempre a correr detrás de ellos por la cocina adelante, como loca lanzándoles una sábana a modo de red, hasta que cacé a uno.
Lo intenté suavizar, acariciándolo, dándole de comer pan. Cuando va y pica del pedazo de pan que le había puesto delante del piquito, pienso:
-¿Y si fuera capaz de amansarlos?
(Estaba en plan zen-meditativo-relax, con música de fondo de cuencos tibetanos).
Así que lo dejo ir. Pero en vez de volar por los aires, se queda posado en la mesa. Entonces lo dejo tranquilo. El otro también se acerca y ambos se quedan alrededor de la jaula, cuando lo normal es, si escapan, que se marchen para armarios, techos y demás alturas. Al poco echan a volar. Decido abrirles la jaula por si se les da por entrar a por comida. Yo, que los tenía por muy listos (a la mínima aprovechan para escapar), por primera vez me parecieron un poco tontos: intentaban picar las semillitas de su comida desde fuera, con el plástico transparente de por medio. La cuestión es que resbalaban, y volvían a subir y a picotear el plástico todos convencidos. El caso es que decido coger unas pinzas de la ropa, para sujetar las puertecillas y mantenérselas abiertas. Les pongo el comedero directamente dentro... y espero.
-Pues voy a practicar la paciencia me digo mientras como, disfruto del sonido de los cuencos tibetanos de fondo y miro para ellos. Pienso esperar a que se metan solos dentro (¡y eso que en un rato me quería marchar!)
Me voy a hacer una llamada por teléfono y cuando vuelvo ¡allí los están, picoteando dentro!
Y así es, como con paciencia y amor, tuve esta bonita lección, que a veces es mejor soltar, no forzar, no luchar, sólo dar amor, paciencia.... y dejar las "puertas" abiertas, para que las cosas empiecen a llegar...
Feliz 2014, que seamos capaces de abrir nuestro corazón y nuestras puertas.