Bernardo Sartier
"Lady Fouciños"
Se llamaba María, pero le pusimos "Fouciños" por su habilidad con la hoz. Lo de Lady era ornato. Dentona, chepuda y estéril nadie decía ni había escuchado algo bueno de ella en el barrio. "Fouciños", Maruja en la realidad diminutiva de la Fernández Ladreda sesentera, climatérica ya larga era viuda de un guardia civil de los que daban tundas a los disidentes.
Cuando el Movimiento, que en Pontevedra fue represión más que guerra, "Lady Fouciños" se había destacado por sus delaciones, unos chivatazos precisos que terminaban con un socialista forrado a hostias en el cuartel del Campo de la Feria o con un republicano en manos de Lys y la Guardia Cívica:
"Don Manuel, el maestro de Ponte do Couto, ese, ese le es un rojo de mucho cuidado, se lo digo yo, Don Victor, que en su escuela decía que las mujeres "teníamos" que tener el derecho de votar, y que el problema de España era de que había muchos pobres y analfabetos". Don Manuel, purgado, fue tirando dando clases particulares. Antes de morir aún se preguntaba qué había hecho para caer en desgracia cuando él no militara en partido alguno.
"Lady Fouciños", además de soplona era una terrateniente de mucho cuidado, pues acaparaba propiedades sin cuento en el que llamaban el Campo Longo, entre el Pazo de Leis, San Blas y Las Abilleiras. Pero a "Fouciños", si por algo se la conocía, era por enfermar de hidrofobia si veía a algún chaval con una pelota cerca de su finca de patatas. Cualquier menoscabo de una mata lo consideraba un sacrilegio digno de venganza. Y así, si alguna vez el balón caía dentro de su "leira" y destrozaba una planta, "Fouciños" cogía una de sus hoces más grandes y diciendo "ya "vos" lo avisé" cortaba de un certero tajo el balón en dos. Luego lo devolvía lanzándolo donde jugábamos y diciendo "jugade ahora dúas veces, senvrejuenzas, cabróns".
Entonces era cuando asomaban entre sus labios aquellos dientes como los que íbamos a ver a veces al osario del cementerio de San Martiño, dientes cadavéricos que se reían de nuestra desgracia. Odiábamos -y cómo- a "Lady Fouciños", deseábamos que la diñara e incluso llegamos a pensar en cómo acabar con aquella bestia parda. El plan era poner una tanza del carrete de la caña de Migueliño "Turuta" atada entre dos barrotes de la escalera de su casa, a la altura de los tobillos, para que cuando bajara a asperjar las lechugas rompiera la crisma por cabrona.
El problema era "Sultán", un cruce de mastín leonés y pastor alemán que le hubiera papeado la cojonera a cualquiera como una aceituna. Pero la casualidad vino en nuestra ayuda. Una mañana de las que "Fouciños" madrugaba giró la cabeza en el porche de la casa, en lo alto de la escalera que bajaba hacia su portal, para regodearse en la contemplación de sus dominios. Cuando empezaba a descender tropezó con "Sultán", que, soñoliento, permanecía en el segundo de los ocho peldaños.
La hostia fue de órdago y "Fouciños" rodó y quedó medio muerta al pie de la escalera. La repartidora de pan de Abilleira, de las pocas mujeres que conducía en aquella Pontevedra de mediados de los sesenta, la vio boquear. En el sanatorio Santa Rita convaleció en coma "Fouciños" mucho tiempo y pateó poco después.
Ese día organizamos un partido contra los de las casas baratas de Fuentesanta. De homenaje.