Kabalcanty
Siempre hay cadáveres prescindibles (Parte 8ª)
CAPÍTULO 3
No había sabido de Baldomero desde hacía más de dos días. Se imaginaba que no haberle cogido el teléfono era una afrenta que debía estar dándole vueltas en el magín hasta el punto de evitarle en los sitios habituales del barrio. K., sentado en la terraza de los 100 montaditos de La Peseta frente a un tanque de cerveza, meditaba el cómo contárselo a Baldomero sin tener que aguantar su cabreo. Daba largas caladas a su cigarrillo imaginando la cara de su amigo cuando le contara lo que se proponía. Le daba dolor de cabeza suponer todo lo razonable que le diría, su enfado por no disfrutar de una existencia tranquila, su iracundia por no tomarse la vida de manera más relajada. "Pero, coño, que tienes ya 69 primaveras. ¡Ya no eres ningún chaval, Juan!", le recordaría frotándose las manos y acercándose a su cara como si quisiera entrar en él para cambiarle.
Le vio caminando por el bulevar paseando al perro de Marga, la de las quinielas. Algo le daba en la nariz a K. que la viudita le hacía tilín a Baldomero.
— Hombre, dichosos los ojos que te ven, compadre.
Le dijo K., poniéndose a su espalda y asustándole.
Baldomero, tras el sobresalto, ni siquiera le miró, tiró del collar del perro para apartarle hacia otro lado.
— Venga, que tienes un vino fresco esperándote en la terraza de los cien.
— ¿Qué pasa, ahora sí se te antoja hablarme? -dijo Baldomero escrutando el olisqueo del can- ¿Ya has cobrado la pensión y no te hace falta dinero? Ya estamos muy mayores para andar gilipolleando hoy sí y mañana no. Si estuviera conmigo mi Marujita me habría alejado de ti por salud mental.
K. le insistió dos o tres veces más hasta que se le ocurrió la frase talismán.
— He pillado en el rastro el dvd de "Grupo salvaje", la versión original sin cortes. Me la dejó a buen precio Quintín. Podemos verla en tu trasto después de comer, si quieres, claro.
No fallaba Peckinpah.
En el rostro de Baldomero se dibujó una sonrisita ladeada y un soslayo consentidor por lo que cruzaron en armonía la media avenida hasta la terraza del bar.
— ¿Y dónde coño está mi vino?
K., emulando estrepitosa velocidad, se perdió hacia la barra del bar a por las bebidas.
Comenzaron hablando de cosas triviales: dimes y diretes del barrio, fútbol, el nuevo corte de pelo de Marga.
— Una cosa: -le preguntó K. achinando los ojos- ¿te va a ti Marga? Le sacas unos añitos, pero….
El otro dio un respingo indignado. "Yo ya no estoy para enamoriscarme. En cualquier caso, ¿a ti qué carajo tendría que importarte?
El perro sacudió sus lanas contra las patas de la mesa haciendo reír a K.
"Parece que a su perro no le hace mucha gracia un bodoque como tú para su ama", añadió K. con una histriónica gravedad.
— El perro me quiere ¿verdad, Tuli? Qué sabrá el tonto este de los cojones.
Buscó la ocasión hasta que encontró el momento de decirle sus intenciones.
— Estoy dándole vueltas a un tema -dijo K. a guisa de introducción- Creo que Mésio merece que se sepa quién o quienes le mataron. Estoy dispuesto a tirar del hilo.
Baldomero volvió la cabeza lentamente como si no diera crédito a lo que acababa de escuchar.
K. le detuvo con un ensayado y enérgico ademán. "¡Escúchame primero antes de largarme el sermón!" Le fue relatando todo lo que sabía del asunto y cuáles fueron sus fuentes de información. No deseaba dejarse nada atrás suponiendo que eso que llamaba él "evidencias" convencerían a su amigo. Conocía que el carácter de Baldomero era algo tosco, que refunfuñaba por todo y maldecía cualquier cosa que se saliera de la vida cotidiana del barrio, sin embargo también sabía que era noble y que al final acababa cediendo cuando el fin era honrado por mucho que hubiera que bordear el orden y la justicia.
— Tenemos el todoterreno, tres personas y….. ¡el mechero! -exclamó K. derrochando ilusión.
Baldomero dio un buche de vino para aclararse la garganta.
— ¿Y quién te dice que el mechero era de los incendiarios? Joder, joder. O sea, ¿no tuviste bastante con el rollo de la hija de tu amiga, la Urquijo? Te recuerdo que un poco más y acabamos en chirona y con una mano adelante y otra atrás. ¡O muertos, me cago en diez! El comisario Ortiz fiambre, ¿recuerdas? Y el bueno de Nicanor con más miedo que siete viejas. Joder, Juan, que no somos héroes de películas. Ni Jesse James ni Billy El Niño, somos unos pobres viejos más solos que la una que no nos quiere ni Dios. ¡Compréndelo de una jodia vez! Me afecta lo de Mésio tanto como a ti y daría de hostias hasta hartarme a los cabrones que lo quemaron, pero no quiero vestirme de falso policía para meter las narices donde no me llaman. No puedo retenerte, pero si quieres liarte a husmear tendrás que hacerlo tú solito. Yo paso.
K. asintió varias veces. Le indicó al otro, con una explícita seña, que si quería otra ronda.
— Hasta mañana no cobro la pensión, así que… -le dijo K.- Entre la invitación al viejo en el bareto de Lusitana y la cerveza que me tomé antes, estoy boquerón.
— Que raro que andes así -comentó con sorna Baldomero elevando sus ojos al cielo- ¿Y qué leches has comido desde entonces? ¿No será la barra esa de salamí que guardas en la pensión que está más dura que la picha de un quinto?
K. no deseaba que la conversación se fuera ahora por esos derroteros. Ojeó el móvil haciendo que buscaba algo poniéndose de medio lado con respecto a Baldomero.
— Anda, vamos a llevar el perro a Marga y luego nos vamos a Las Torres a que te eches algo caliente al cuerpo. Déjate de cervezas y de vinos.
A K. le convenía obedecer. Sin rechistar, se levantaron y fueron hasta el semáforo para tomar camino al despacho de quinielas.
La mañana estaba gris, nubes mansas esperando descargar. Hacia Leganés se acentuaba la grisura dejando un borrón negruzco en lontananza. El viento estaba muy calmo presagiando la lluvia. "Tuli", el can, hacia cabriolas junto al semáforo que molestaban a Baldomero, el cual tironeaba de la correa para que parara la demostración circense. K., dócil como un junco, fumaba meditabundo. Cuando el semáforo les dio luz verde, cruzaron la avenida discurriendo sobre qué menú del día les ofrecerían en Las Torres.