Manuel Pérez Lourido
¿Dónde está el Rey Mago?
Ya, de entrada, es un tanto sospechoso que el roscón de Reyes tenga chocolate. Las tradiciones reciben tal nombre por algo, sino se llamarían innovaciones, ocurrencias, invenciones, lo que sea, pero no "tradiciones". Si usted se compra un roscón de Reyes con chocolate, algo no va bien desde el principio. Luego está la gula, eso ya tal. Te lo zampas sin ningún respeto por la tradición por una mera aplicación del principio "de perdidos, al río", totalmente en vigor tras la gimkana gastronómica navideña que ha dejado huella, y vaya huella, en la silueta. O sea, en lo que en su día fue una silueta. Y te lo zampas también ante la expectativa de hallar en uno de los trozos la figura del rey mago, un año más. Si, resultaría más original coleccionar las habas, pero una cosa es ser original y otra ser gilipollas, y las figuritas de los reyes quedan de coña todas en fila en una superficie de madera del escritorio. No descarto que tal costumbre no sea de gilipollas, por decir la verdad, pero ahora ya el asunto ha rozado la fibra TOC que todos llevamos dentro y cada año hay que añadir un nuevo rey mago a la colección y así nos vamos haciendo viejos a base de acumular figuritas.
Total, que a medio roscón de chocolate, no hay ni rastro del preciado botín, ni del haba tampoco, para no saltarnos detalle. Tiene que estar en la otra mitad, es evidente. Y entonces es cuando puede suceder que tengas que abandonar el hogar familiar para recoger a una hija en la casa familiar de tus consuegros. Y eso haces, alejando de tu mente los funestos presagios que despertó un inoportuno roscón de chocolate.
Tras la calusosa acogida, puede que termines sentado a una mesa a medio recoger donde empiezas a dar cuenta de un vaso de cerveza y una charla amigable hasta que, en medio de los restos de lo que fue un roscón de reyes, las tazas de café y las cervezas, algo llama tu atención. La figurita de un rey mago, con la túnica de color verde para más señas, envuelta en su celofán correspondiente. Verla allí, aparentemente abandonada a su suerte, reproduce en tu hipotálamo (seguramente no es ahí, pero qué más dará) el atavismo de la caza. ¿Nadie quiere la figurita esta, que yo colecciono? La frase no pasa de tu cabeza, no sale al exterior porque no quieres ser mirado como se miraría a un marciano en visita no oficial y también porque cuentas con la figurita que se esconde en el medio roscón que aguarda en casa.
Llegado a ella, esperas el momento propicio (algo que los años y la vida te ha enseñado a golpes) y armado con un cuchillo de pan, te pones a cortar en trocitos la mitad del falso roscón. Para ahorrar trabajo, te dices a ti mismo, que no puede ser más parva la cosa, porque tú mismo sabes perfectamente que esa no es la verdadera razón. El caso es que no hay ni la más remota señal de una figurita de rey mago ni de haba ni de leches. Con la incredulidad y una creciente sensación de haber sido estafado, relees una tarjetita donde el fabricante explica los pormenores del haba y la figurita supuestamente agazapados en el dulce.
Es una auténtica aberración, un signo de los tiempos. En la radio dan noticias de que Putin no ha respetado la tregua que había anunciado él mismo y en la mesa de tu cocina hay un roscón sin figurita de rey mago.