Manuel Pérez Lourido
Al llegar el final del año
Se va a acabar el año, un año más. O un año menos, esto es como lo del vaso medio vacío o medio lleno, pero con meses y días. Y horas. Si cada mañana un camión descargase las horas de cada día, seguro que pediríamos que se llevase algunas de vuelta: las horas amargas, las horas muertas, las horas perdidas. El problema es no saber cuáles son, de antemano. Por eso no serviría de nada lo del camión: tendríamos que coger el paquete completo, no vaya a ser que fuésemos a devolver las horas felices.
Al final del año nos entra la manía de hacer resúmenes: las gestas deportivas, los mejores libros, las canciones de mayor éxito, las películas más destacadas, los acontecimientos más señalados, etc, etc.
Los medios de comunicación nos suministran esa información con gran pompa, ofreciéndola como una especie de balance para convencernos de que los doce meses no han pasado en vano, de que han dejado un poso que merece ser recopilado en la memoria del disco duro donde almacenamos las chorradas más rutilantes, porque todas esas listas no dejan de ser de una banalidad tan evidente como que lo verdaderamente importante son las cosas que no le vamos a contar a nadie. Los asuntos personales que nos han sacudido debajo de la piel, los amores y desamores, las rencillas y duelos, las alegrías y esperanzas. Todo aquello que ha movilizado en un modo u otro nuestros sentimientos.
Estar vivo es sentir y sentir es algo involuntario, imprescindible, aleccionador y que constituye el más primario combustible que pone en marcha nuestra espíritu. Nuestro engranaje mental, las poleas que hacen del raciocinio un poderoso elemento motriz, se engrasan con los sentimientos, de otra manera seríamos unos fríos autómatas al servicio de la lógica insulsa y la seca reflexión.
Termina el año y lo celebramos con una mezcla del alivio por haber podido llegar hasta aquí, la tristeza por aquellos a quienes hemos perdido y ahora echamos de menos más que nunca y la esperanza que proporciona siempre el comienzo de una nueva etapa. Nos deseamos ventura para emprender la misma; nos felicitamos el año nuevo como cogiendo impulso y animando al prójimo nos estamos animando también nosotros mismos a lanzarnos con un espíritu renovado por la cuesta abajo de los meses que vienen por delante, con sus días. Y los días con sus horas. Y sabemos que tendremos que abrazarlas a todas.