La lógica de lo absurdo

07 de septiembre 2022
Actualizada: 18 de junio 2024

Siempre hay un día de la semana en que hasta las cosas más absurdas parecen tener lógica. Me gusta pensar que suelen ser los lunes, pero igual se trata de los jueves. Lo desconozco, como desconozco tantas cosas que a veces, cualquier día de la semana, me meto en cama y me entra el pánico al considerar mi ignorancia. Mi propia ignorancia ha hecho de mi un insomne sobresaliente

Siempre hay un día de la semana en que hasta las cosas más absurdas parecen tener lógica. Me gusta pensar que suelen ser los lunes, pero igual se trata de los jueves. Lo desconozco, como desconozco tantas cosas que a veces, cualquier día de la semana, me meto en cama y me entra el pánico al considerar mi ignorancia. Mi propia ignorancia ha hecho de mi un insomne sobresaliente.

Les voy a poner un ejemplo para que se regocijen, porque esa es una de mis misiones en la vida: que mis lectores se regocijen a lo grande y a mi costa. Hace tiempo que me salta de vez en cuando, más de vez que en cuando, un mensaje pidiendo que actualice nosequé o que instale nosequé elemento de una aplicación que se ve que tengo instalada en el portátil. He ignorado olimpícamente tal ofrecimiento desde el primer día. Al principio lo hice a lo parvo, que es algo para lo que estoy especialmente dotado (como no me canso de repetir a la audiencia), pero luego comenzó a convertirse en un enfrentamiento singular. Fue cuando reparé en que igual estaba negándome a algo que era imprescindible para el funcionamiento del software del portátil (esto del “software” es lo que suelo decir en estos casos); es decir, que igual estaba decretando el colapso de un equipo que tenía que durar aún sus buenos años. Y ahí me empeciné en mantener el reto. A partir de entonces cada vez que rechazaba la autorización (o la instalación, si alguna vez lo supe, lo he olvidado) lo hacía con un estúpida mueca de orgullo (como estúpido es casi todo a lo que lleva el orgullo). Ya sé que me estoy pasando otra vez con los paréntesis pero la cabra tira al monte, y como están comprobando, a cabra me ganan muy pocos.

Lo cierto es que han ido pasando las semanas, los meses, las estaciones, y el portátil sigue funcionando como si nada. Confieso que no las tengo todas conmigo (soy chulito, y parvo, pero no gilipollas), y no he logrado apartar la idea de que un día cualquiera se me muere el muchacho delante de mis narices y, lo peor de todo, por un berrinche innecesario.

Ahora mismo me acabo de acordar, fue un lunes: un lunes de hace casi un mes, este asunto de rechazar la actualización (o instalación) me pareció lo más sensato del mundo. Aquella noche dormí como un Pepe.