
Manuel Pérez Lourido
Hay gente pa tó
La gente no sabe qué hacer con el cuerpo en verano, bueno, en general, pero vamos a acotar un poco para no desparramarnos. El caso es que acaba llevando su cuerpo a lugares singulares, como una playa. Una playa es un lugar practicamente inútil durante todo el año, hasta que en verano se utiliza para la recogida de cuerpos cuyos dueños no sabían qué hacer con ellos. ¿Qué se hace allí con ellos? Exhibirlos. Da igual que no haya nada que exhibir, da igual que lo mejor fuese no hacerlo.
Podría ser peor: hay quienes transportan su cuerpo hasta un parque de atracciones y lo suben a una montaña rusa de dimensiones estupefaccientes y hay quienes lo sumergen a decenas de metros de profundidad auxiliados por medios técnicos de los que hacen depender su vida durante el tiempo que dura la inmersión. Hay gente pa tó, como dijo el diestro Rafael El Gallo cuando le presentaron a don José Ortega y Gasset y le dijeron que era filósofo.
En ningún otro lugar como una playa se produce tal grado de cancelación simultánea del pudor y el sentido común, de modo que la gente se presenta ante los demás de una guisa que, cincuenta metros más allá, solo se atrevería a hacerlo bajo hipnosis o con una altísima concentración de alcohol en la sangre. Por no hablar de la práctica, que no cabe calificar de otro modo que suicida, de exponerse durante horas a los rayos UVA, rayos que la ciencia ha identificado como responsables de la formación de radicales libres, que son los precursores del cáncer de piel.
Salvo cuatro valientes (o inconscientes) que osan introducir sus cuerpos en las gélidas aguas atlánticas, el resto de usuarios de la playa dedican el tiempo a exponer con toda desfachatez su organismo a la acción de los citados rayos solares, seguramente seducidos por el pensamiento mágico de que total no va a pasar nada.
Vamos a pasar por alto la práctica merluza de subirse en una moto acuática para darse un paseo por el agua desplazándose en trayectorias que no llevan a ningún sitio concreto, salvo a la contaminación marina y sonora. Tal vez se nos haya deslizado un calificativo en la frase anterior por un fallo en el tubo de escape.
Y, siguiendo con contaminación sonora, añadamos la presencia de severas disfunciones cognitivas y tenemos la música de chiringuito. La música de chiringuito es una plaga de proporciones apocalípticas que afecta a un porcentaje tan elevado de estos lugares que su extinción (la de la plaga) se presenta como utópica. Los cuerpos seducidos por esa música se desplazan hacia los chiringuitos como zombis y ya lo que allí beban resulta totalmente anecdótico. Seguramente algo que induzca a la inconsciencia a gran velocidad.
Y, finalmente, reseñemos otra ocupación que suele darse a los cuerpos ante la falta de imaginación para discurrir otra mejor o distinta: la práctica del deporte. Tendrían que instaurarse unas olimpiadas playeras para así dar sentido a toda la panoplia de ejercicios deportivos a los que la gente se dedica en las playas, con un fervor que ni que los fuesen a prohibir de un momento a otro. Con especial mención a ese sucedáneo tenístico llamado "las palas". Todos lo hemos practicado alguna vez y lo hemos ido dejando conforme la sangre nos llegaba de nuevo al cerebro. A los balonazos con pelota de cuero con que las pandillas de chavales siembran el terror en las orillas ya le dedicaremos un especial en otro momento.