JM Arceu
No bajes en ascensor
El pasado es un espejo donde poder asomarse y apreciar la evidente cadencia del tiempo en su andar. Pero, no es lo mismo coger el ascensor cada mañana y observar el rostro superfluo que muestra la fachada de la rutina, que reflejarse a través de ese vidrio endurecido, transparente e incoloro, el cual es golpeado sin cesar por la lluvia enfurecida de cualquier día de invierno. Ese rostro difuso, pero intuible, azotado por finas y continuas agrupaciones de moléculas de hidrógeno y oxígeno descendiendo por invisibles hilos; es diferente.
La vida se podría reducir a física, química y biología, si solo reparamos en la sentencia de la placa metálica que refleja tu imagen cada amanecer diario en ese montacargas que coges por pereza sedentaria. Pero quiero pensar y sé, que el humano o, por lo menos, ciertos humanos, alcanzan una mayor profundidad que aquello que solo se puede ver, medir o demostrar. Quiero pensar que cuando uno se mira al reflejo de la ventana en un día gris o, alternativa y simplemente, al de una estúpida charca; atraviesa los estados materiales y tangibles de esta nuestra incierta realidad, para alcanzar el fondo del pozo y embarrarse los pies de introspección vital.
Meramente por haber visto una arruga donde antes ausentaba, una cana compitiendo por un puesto en el cabello venido a menos, o una apatía en un rostro que algún día pasado rebosaba cierta alegría ingenua. Detalles que el pintor, llamado Tiempo, traza en esta existencia (quizás erróneamente definida) tridimensional, con el objetivo de que la finalidad de este nuestro ser y estar sea, más sencilla que complejamente, el añorar cada momento pasado que nos evoca la simple observación de cómo el presente nos ha cambiado.