Valentín Tomé
Res publica: Psicopopulismo
En 1999 los psicólogos Justin Kruger y David Dunning realizaron una investigación cuyos resultados fueron publicados en un ya famoso artículo: "Inexpertos e ignorantes: cómo las dificultades para reconocer la propia incompetencia conducen a autoevaluaciones infladas". Es en esta publicación donde describen el fenómeno que, a partir de ese momento, pasaría a conocerse por los apellidos de sus investigadores: Dunning-Kruger.
El efecto que hallaron a través de la investigación empírica es algo que cualquier observador atento de la realidad habrá experimentado en multitud de ocasiones: las personas que son menos competentes o hábiles en una determinada área de conocimiento suelen estimar (y mucho) al alza sus capacidades, hasta el punto que creen saber más que auténticos expertos en la materia. O como decía el filósofo Bertrand Russell: "el problema de la humanidad es que los estúpidos están seguros de todo y los inteligentes están llenos de dudas"; o incluso un siglo antes, el biólogo Charles Darwin: "la ignorancia genera confianza con más frecuencia que el conocimiento"; o de manera más popular: "la ignorancia es muy atrevida".
Pero como una imagen vale más que mil palabras, observemos el siguiente gráfico que nos da una idea bastante aproximada de las conclusiones que alcanzaron estos dos psicólogos en sus investigaciones:
En el eje de abscisas tenemos los conocimientos que alguien posee en un área del saber determinado, y en el eje de ordenadas el nivel de confianza en sus capacidades. Como se observa, basta con alcanzar una cantidad limitada de conocimientos para alcanzar el nivel de confianza más alto, conocido en la jerga de los especialistas como "monte de la ignorancia". Ahora bien, a partir de ese punto, si el individuo en cuestión decide continuar indagando y aprendiendo sobre el tema se precipita por una pendiente llena de ansiedad e inseguridades, pues va descubriendo que en realidad no sabía casi nada de lo que creía dominar. Hasta alcanzar el conocido como "valle de la desesperación". Llegados a este punto, si el sujeto es resilente, y hace suyo el imperativo kantiano de sapere aude, y prolonga su aprendizaje, de manera más lenta y gradual, va recuperando parte de aquella autoconfianza inicial sustentada en la más sólida ignorancia, apoyándose para ello en el entendimiento de lo que antes parecía oscuro, sin dejar de ser consciente de la complejidad del tema que a primera vista le parecía trivial. Eso sí, en esa larga travesía hacia el conocimiento, no alcanzará jamás las cumbres reservadas para los que habitan orgullosamente en el monte de la ignorancia. La humildad y la duda le acompañarán para siempre cada vez que se pronuncie sobre esa materia a pesar de que su nivel de conocimientos sobre el tema haya aumentado considerablemtente.
Es por ello que en nuestra vida diaria asistimos a la proliferación espontánea de los más grandes "expertos" en los temas más variopintos en función de la actualidad del momento. De la noche a la mañana, casi cualquier ciudadano o ciudadana puede convertirse en una autoridad en la materia en prácticamente cualquier campo del conocimiento: epidemiología, vulcanología, macroeconomía, geoestrategia o sintomatología menstrual. Si por una casualidad llegan a su mente informaciones de carácter más complejo que ponen en cuestión sus opiniones sobre el tema, simplemente tratara de ignorarlas para seguir orgullosamente instalado en su monte de la ignorancia, y solo algunos, muy pocos, se atreverán a iniciar ese peligroso y angustioso descenso hacia el valle de la desesperación.
Hasta donde sé, el efecto Dunning-Kruger no ha sido puesto en combinación con otros dos resultados conocidos dentro de la psicología social y cognitiva con los que claramente interacciona, provocando efectos multiplicadores y específicos. Me refiero a la conocida tendencia del ser humano al comportamiento y pensamiento gregario, y al enorme coste energético que supone para una mente finita como la nuestra (fruto de la evolución en un entorno significativamente más simplificado que el mundo cultural, infinitesimal medido en tiempos evolutivos, de las sociedades posmodernas en el que desarrollamos nuestra actividad diaria) manejar un flujo incesante de datos o informaciones.
La tesis sería la siguiente: en una sociedad donde existe sobreabundancia de información como la actual, ante la incapacidad de muchos seres humanos para integrar ese aparente flujo caótico en sus mentes de manera lógica, ordenada y en toda su complejidad (aquí juegan también su papel la forma en la que es presentada esta información por los grandes medios de comunicación de masas, y los maratonianas jornadas laborales de la clase trabajadora que sustraen tiempo libre), surgen en el espacio público (reforzado por las redes sociales y los medios de comunicación de masas) todo tipo de mensajes simplistas y primarios, donde reina el componente emocional sobre el racional, pues el primero resulta más intuitivo y comprensible para nuestro cerebro, ya que apela a aspectos fundamentales para nuestra supervivencia como especie en el pasado. Mensajes que son lanzados con una gran autoconfianza y seguridad en sí mismas, como acabamos de ver, por personas inconscientes de su propia ignorancia, y que tienen un efecto de enorme influencia, gracias al comportamiento gregario como seres eusociales que somos, sobre una enorme cantidad de ciudadanos que, ante la ansiedad provocada por no tener muy claro qué está ocurriendo, hacen suyas las interpretaciones fácilmente digeribles por su simplicidad de los reconvertidos en gurús.
Y el proceso se amplifica y retroalimenta. Los receptores de esos mensajes se convierten a su vez en portadores de la verdad revelada y, como apóstoles, muchas veces involuntarios, lanzan en todos los rincones del espacio público, ayudados por el efecto multiplicador de las redes sociales, argumentos de naturaleza similar, creando, al final del proceso, una gigantesca comunidad de orgullosos habitantes del monte de la ignorancia. Nada más contagioso para el vacilante e invadido por las dudas que ver la seguridad con la que una persona expresa sus convicciones, y comprobar que estas resultan fácilmente comprensibles. En el campo de lo político, este es el germen de los totalitarismos, o de su producto posmoderno, el populismo, de la que el líder populista sería su encarnación material. El Verbo, ufano de su inconsciente ignorancia, hecho carne.
"Twitter es la red social en la que más peso tiene el uso para información política. De hecho, el 64% de la gente utiliza Twitter, al menos una vez a la semana, para informarse de temas políticos. Y es que Twitter es el mejor lugar para ver lo que está pasando, seguir el desarrollo de una noticia en tiempo real, y ver todos los ángulos de un acontecimiento", así se publicita esta propia red social en su página web. ¿Podría servir entonces Twitter como botón de muestra de la tesis enunciada?
Lo primero que llama la atención de esta red social es que hasta finales de 2017 un usuario solo podía lanzar un mensaje de 140 caracteres. Es decir, la red social más política de todas solo admitía pensamientos que su pudiesen expresar en muy pocas palabras. Nada de análisis complejos o argumentos sofisticados, el turbocapitalismo actual solo admite turbopensamientos, consignas sencillas y contundentes enunciadas desde el cerebro límbico. Un auténtico lodazal intelectual.
En noviembre de 2017, la compañía decidió aumentar el número de caracteres a 280. No es que fuera tan poco gran cosa, pero al menos había espacio suficiente para redactar una frase subordinada con cierta complejidad semántica. Pero lo más sorprendente de todo fueron los resultados obtenidos. Según datos de la propia Twitter, sólo el 5% de los tuits enviados tiene más de 140 caracteres y sólo el 2% más de 190 caracteres, por lo que la experiencia de brevedad se mantiene sin cambios significativos.
En el ámbito de lo real, el populismo-trumpismo reina cada vez más en el campo de lo político. Solo hace falta escuchar a la ultraderecha recitar su visión de tebeo (y por supuesto racista, neofranquista y anticientífica) de la Historia de España para darse cuenta de que hay más matices o complejidad, y por supuesto el mismo grado de verdad, en un cuento infantil de los hermanos Grimm. O asistir a las disertaciones de una Isabel Díaz Ayuso sobre cualquier tema para ser conscientes de que cada vez estamos más próximos de caer en la idiocracia. Líderes que se expresan con la contundencia y la convicción que solo puede lograr un ilustre habitante del monte de la ignorancia, pero que consiguen arrastrar con su actitud cargada de viral autoconfianza, y con el inestimable soporte de los grandes medios de comunicación, a multitudes desorientadas que no desean caer en el valle de la desesperación en su interpretación de la realidad.
Quizás ha sido Esperanza Aguirre, cuando decidió presentarse a la alcaldía de la ciudad de Madrid en 2015 con un programa electoral que cabía en un folio, la que rompió todos los tabús de la vieja política aplicando los principios aquí enunciados del psicopulismo. Una de las capitales de Europa con mayor peso económico y poblada por millones de personas resulta que podía ser gobernada durante cuatro años con una propuesta recogida en una cuartilla, es decir con un programa político que sonrojaría a cualquier candidatura a la alcaldía de cualquier municipio de la España vaciada. Y aunque finalmente no resultó elegida alcaldesa, fue la candidata más votada de aquellas elecciones con un 35% de los votos emitidos.
Se dice que un día un periodista le preguntó a Albert Einstein si podía explicarle la teoría de la relatividad general en pocas palabras. El físico replicó con una curiosa pregunta: "¿me puede usted explicar cómo se fríe un huevo?". El periodista lo miró extrañado y afirmó que claro que podía, ante lo que Einstein completó: "hágalo imaginando que no sé lo que es un huevo, ni una sartén, ni el aceite ni el fuego".
No es que el gran Albert en su respuesta diese a atender que tal cosa, la explicación, resultara imposible. Al fin y al cabo, en otra famosa frase suya ya había enunciado que «no entiendes realmente algo a menos que seas capaz de explicárselo a tu abuela». Lo que trataba de decir es que tal respuesta no cabe en un tuit, exige un tiempo largo, y un considerable esfuerzo intelectual por parte del escuchante acceder a los secretos de su teoría.
Y eso mismo es lo que algunas de nosotras y nosotros intentamos humildemente. Tratar de dirigirnos a la ciudadanía desde nuestros escasos conocimientos, siempre inseguros y vacilantes, sin engaños ni subterfugios, tratándoles como si fuesen mayores de edad; sabedores de que la verdadera emancipación en el campo de lo político solo se logra si cada individuo adquiere la capacidad de servirse de su propio entendimiento sin la tutela de otro.