Tribuna Viva
Lo anormal no es normal
Si yo le digo que lo normal es comer en la bañera, caminar de espaldas por la calle o guardar el cepillo de dientes en la nevera, usted me dirá que no lo es. Si yo intento convencerle repitiéndole hasta la saciedad de que si lo es, usted me seguirá diciendo que no lo es. Si yo le enseño fotos de gente haciendo esas cosas y le presento a otras personas que le dicen que eso es normal, seguiré sin convencerle. Si logro convencer a un amigo suyo, a usted seguiré sin convencerle igualmente, porque usted sabe que esas cosas no son normales, que son contrarias al sentido común, que nunca se han hecho porque carecen de lógica, porque no son prácticas y en un contexto normal el hacerlas provocaría las más estruendosas carcajadas de los presentes o serían un claro indicador de un problema mental.
Ahora extrapolemos lo anterior al devenir de los acontecimientos en nuestro país, comunidad autónoma o ciudad. ¿Se le ocurre algo que se esté perfilando como normal y que a todas luces pueda ser una aberración? Los argumentos normalizadores de lo anticaval son muchos: el progreso, la mejora de los derechos de los ciudadanos, el yo político-gobernante se lo que es bueno para ti y tu no, Europa nos exige hacerlo, la libertad lo exige, la sociedad lo demanda, hay que hacer sacrificios solidarios….y etcétera largo y tendido. Así se muestra un mensaje de que lo anterior estaba mal y ahora unas mentes preclaras lo están arreglando todo con un objetivo que no mencionaré por que pudiera dar lugar a un debate largo y tendido.
Para ser más explícito concreto algún ejemplo de extrañas normalidades:
La "Ley de Protección de Datos" y el "derecho a la intimidad" son esgrimidos innumerables veces en todo tipo de situaciones, por eso sus datos personales los pueden tener empresas con las que nunca ha tenido relación para que le revienten el teléfono a llamadas con fines comerciales.
Por "nuestra seguridad" se registran nuestras llamadas telefónicas y se recopilan nuestros datos personales, repetido tantas veces ya no nos altera, pero es lo mismo que decir "no le conozco de nada, pero por su seguridad déjeme las llaves de su casa".
Desde la legalidad hay que proteger al indefenso ciudadano de los abusos, por eso los contratos con los bancos, aunque estén firmados, pueden ser cambiados a voluntad de la entidad para el cobro de comisiones, tanto mayores cuanto menores son los ingresos.
Una vez conseguido el objetivo de salir electo, el dirigente de turno, esgrimiendo banderas de transparencia y pulcra honestidad, puede decir mentiras como mundos, y demostrada su rotunda falsedad se aferra a su puesto cambiando de tema, no contestando, con respuestas evasivas, o simplemente mintiendo de nuevo.
Lo normal en todos los países del mundo es que se aplique el máximo celo en mantener la ley y el orden. Ahora vemos como se fomentan de manera más o menos directa disturbios y vemos también como se pretende desproteger legalmente a los agentes de la autoridad.
Con total impasividad la factura de la luz se dispara, suben los precios, aumenta la pobreza y desde las instituciones se dilapida dinero y los que desde ellas hablan marean la perdiz con una mezcla de caradurez e ineptitud, disfrutando de sueldos desorbitados y prebendas, y son estos mismos los que esgrimen banderas de igualdad y de defensa del ciudadano desamparado, criticando a los ricos que viven en la opulencia cuando ellos mismos están dentro de este saco. Vemos como la desfachatez se plasma en atacar unas actitudes que ellos mismos practican, sin esconderlo además. Esto es tan normal verlo que ya no nos llama la atención.
Vemos como la gente no puede heredar la casa de sus padres, dónde nació, dónde se crió, porque no tiene dinero para pagar el impuesto de sucesiones. A los que le pasa esto no es precisamente a los adinerados, si no a los desvalidos económicamente que algunos se jactan de defender y proteger. Realmente clama al cielo que alguien tenga que renunciar a heredar la vivienda de sus mayores, pagada y requetepagada, con los impuestos al día, porque tiene que pagar más, y pagar una cifra desorbitada. Además de una injusticia y una explotación de Estado, me parece una falta de respeto hacia los familiares fallecidos, que probablemente han trabajado toda su vida para tener esa vivienda y que su deseo antes de fallecer fue que la heredaran sus hijos. Ya vemos como normal pagar dos veces por algo.
La promoción de la cultura no es imparcial. Es de común dominio que si se es escritor, artista o se tiene otra profesión susceptible de subvenciones culturales, se tendrá más ayuda si se es del palo político del gobernante que las concede. Totalmente asumido a día de la fecha.
Para la pandemia, hasta ahora, nos quitábamos la mascarilla en el interior del bar o restaurante pero al salir a la calle nos la poníamos, no nos engañemos, esta era la realidad. Ahora en la calle ya no nos la tendremos que poner, pero cuando existe el doble de incidencia acumulada que cuando se implantó. Aunque sepamos de sobra cómo funciona el virus, ya no nos sorprende ver las medidas de maquillaje que se adoptan, absurdas e incoherentes, y por cierto, siempre medidas que dependen del ciudadano, no veremos que se proporcionen filtros de aire a escuelas y otros lugares públicos, aunque se sepa de sobra que es fundamental para frenar la expansión.
Vemos como los partidos políticos abiertamente se dan de piñas para controlar el poder judicial, sin que importe lo mas mínimo que los ciudadanos podamos ver claramente que lo que quieren es tener adoctrinada a la justicia para que las sentencias sean favorables a su partido. Aberración supina esta, que, sin un ápice de vergüenza, se nos normaliza en los medios.
De lo citado en los párrafos anteriores también se extrae que, como no podía ser de otra manera, vemos normal que muchas cosas solo pasen en España.
El listado de anormales normalidades es muy largo y atañe a todos los ámbitos. Esta extendido y sigue creciendo día a día, y su principal consecuencia son las injusticias como puños que nos azotan cada vez más, y tanto más cuanto más íntegro, honrado y vergonzoso se sea, con un plus de afección inversamente proporcional a los ingresos que tengamos. Quizás algún día cambie de opinión pero yo no quiero comer en la bañera, caminar de espaldas ni guardar el cepillo de dientes en la nevera, y tampoco lo veo ni lo veré normal.
¿Y qué podemos hacer? Un ciudadano de a pie, normal y corriente, que está leyendo este artículo ¿puede revolverse contra esto? Pues la buena noticia es que yo estoy convencido de que sí. Tanto más podremos hacer como unidos estemos los ciudadanos, porque bien es sabido que no hay nada más fácil de mangonear que una población dividida. Y el primer paso es expresar que no cuela, que no nos convencen y que no nos gusta lo que vemos y que aunque no podamos evitar a corto plazo los tejemanejes extraños a los que nos intentan acostumbrar, no reconocemos la cuadratura del círculo.