Valentín Tomé
Res publica: El ministerio de la verdad
"Aquí hay que diferenciar entre la ganadería industrial y la ganadería extensiva. Esta es una ganadería ecológicamente sostenible y que tiene mucho peso en determinadas regiones de España… La que no es en ningún momento sostenible es la que llaman las de la macrogranjas… Cogen un pueblo de la España despoblada, meten 4000, 5000 o 10000 cabezas de ganado allí, contaminan los suelos, contaminan el agua, y después normalmente se exporta… Es una carne de peor calidad, es un maltrato animal el que se produce, y es además un impacto ecológico descomunal y desproporcional". Este es un fragmento, el que ha levantado más polémica, de las declaraciones del Ministro Garzón al diario británico The Guardian realizada el día 14 de Diciembre y publicada el día 26 de ese mes. Sus palabras coincidían casi punto por punto con las realizadas por el Ministro de Agricultura alemán Cem Özdemir al tomar posesión de su cargo ("la calidad de los alimentos en Alemania es baja, y también el valor de los alimentos. Ya no debería haber precios de oferta. Llevan a las granjas a la ruina, impiden el bienestar de los animales, promueven la extinción de especies y dañan el medioambiente"), y son acordes a las directrices marcadas por la propia OMS en relación a estos temas, y a la normativa europea cuya Comisión denunció a España ante los tribunales el pasado 2 de Diciembre por la deficiente aplicación de la Directiva sobre la gestión de los nitratos procedentes de estas macrogranjas, las cuales han sido la causa principal del desastre ecológico sufrido este verano en el Mar Menor (la más que posible sanción económica que determinarán los tribunales la abonaremos entre todos y no los responsables de la agroindustria contaminante). Es por ello que, ante esto último, el grupo parlamentario al que pertenece el Ministro Garzón lanzó el 15 de Diciembre una iniciativa legislativa encaminada a prohibir la creación de macrogranjas en zonas vulnerables, la cual fue rechazada en la mesa del Congreso con los votos en contra de PSOE, PP, Vox y Ciudadanos.
Tras esta sucinta introducción al tema para poder aproximarnos al mismo, podemos concluir que lo único que ha afirmado el Ministro es una evidencia científica, algo asumido como cierto por cualquier miembro de la comunidad científica que tenga unos mínimos conocimientos sobre el asunto. No emite por lo tanto una opinión, solo constata un hecho. Las reacciones airadas suscitadas serían equivalentes a que alguien se mostrase escandalizado ante las afirmaciones de Pitágoras sobre su famoso teorema. Pero claro, eso sería en un mundo ideal, aquí estamos hablando de Economía. Y es bien sabido, desde la noche de los tiempos de nuestras democracias liberales, que capitalismo y Ciencia no conjugan bien, sobre todo cuando las investigaciones científicas versan sobre temas que ponen en riesgo poderosos intereses económicos o principios fundamentales del capitalismo. Aquí la Verdad lo tiene realmente complicado, la Economía impone sus propias reglas.
¿Cómo interpretar sino las afirmaciones del Gobierno de que las palabras del Ministro no representan la visión del Ejecutivo sobre estos temas? ¿Quiere decir esto que el Gobierno no cree en la Ciencia? ¿No tienen nada qué decir al respecto el Ministerio de Sanidad, ni el de Transición Ecológica (anteriormente de Medio Ambiente), ni el de Agricultura, Pesca y Alimentación cuyas competencias se ven directamente afectadas por las prácticas nocivas de la ganadería industrial?
Para poder entender esta actitud de este o cualquier otro Gobierno inmerso en una democracia de corte (neo)liberal, debemos tener en cuenta que no todos los Ministerios tienen el mismo peso específico. Cada uno tendrá un puesto en la jerarquía en relación al proyecto político que representa el Gobierno en cuestión. Ahora bien, sea cual sea la ideología del partido en el poder, en una democracia liberal el vértice más alto de la pirámide ministerial lo ocupará siempre el Ministerio de Economía. Aquí gobierna, en este caso, la Ministra de Economía, todos los demás, incluido el propio Presidente, se encuentran sometidos a su magisterio.
Pongamos para ilustrarlo algunos pequeños ejemplos extraídos de nuestro breve periodo democrático:
Desde los albores de la democracia, los sucesivos gobiernos han inyectado ingentes cantidades de dinero público a la industria automotriz, incluso subvencionando de manera directa la compra de vehículos nuevos por parte de la ciudadanía. Se hacía así, pues, se decía (y se dice), se trataba de un sector estratégico para la economía del país. La parte científica del asunto, es decir, que el automóvil privado es el medio de transporte que más impactos provoca (sobre todo en contaminación ambiental), que resulta más caro, y el que más energía consume (procedente además de fuentes de carácter finito), se soslayaba. Mientras todo esto ocurría, los diferentes Ministerios de Medio Ambiente o de Transporte miraban para otro lado mientras, en el mejor de los casos, hacían paradójicos llamamientos al uso del transporte público porque resultaba más ecológico y sostenible. Añádase a todo esto, además, el desmantelamiento paulatino de nuestra red ferroviaria desde nuestros primeros Gobiernos democráticos pues, se decía, muchas líneas no resultaban rentables, dejando a multitud de municipios de nuestro país incomunicados por transporte público.
Otra de las industrias que más ayudas públicas ha recibido ha sido la minería del carbón. También en este caso, se decía, se trataba de un sector estratégico de nuestra Economía. Nada más resultaba necesario añadir. Sin embargo, el carbón es el combustible más contaminante, no solo por la producción de dióxido de carbono, sino de dióxido de azufre, causante de la temida lluvia ácida, además de óxidos de nitrógeno, hollín y algunas sustancias cancerígenas. De lo que opinan los diferentes Ministerios de Medio Ambiente o de Sanidad sobre este asunto nada sabemos. Cuando la Economía entra por la puerta, la Ciencia salta por la ventana. Aclarar que, en este asunto, como en tantos otros de la misma naturaleza, no hay nada que hiciera a nuestro país singular. Aún hoy, en la fábrica de Europa, Alemania, el 40% de la electricidad se genera quemando carbón. Ya hemos afirmado que en cualquier democracia (neo)liberal, la Economía tiene el mando supremo.
Unos de los cultivos más fuertemente financiados por los sucesivos Gobiernos en las últimas décadas son los destinados a la generación de biocombustibles. Se trataba de generar un líquido de origen vegetal que pudiese suplir los convencionales y finitos carburantes de origen fósil, sin los cuales, al menos de momento, nuestro sistema económico, el capitalismo, podría funcionar. Es decir, en un mundo donde mucha gente pasa aún necesidades alimenticias, se desvía enormes cantidades de grano y aceite para producir agrocombustibles, los cuales, al dárselo a las máquinas, generan por su origen vegetal colonias de bacterias y microorganismos que pueden obstruir el motor, pero, sobre todo, que pueden causar graves enfermedades en las personas. Así lo dice la Ciencia. Sin embargo, los diferentes Ministerios de Sanidad, de Alimentación o de Medio Ambiente, a pesar de formar parte de los Gobiernos que fomentan estas prácticas, han guardado sobre este inmoral asunto sepulcral silencio.
Estos son tan solo una pequeña muestra de las decenas de ejemplos que podríamos haber expuesto (fíjese que ni siquiera hemos abordado la cuestión relativa a que millonarias ayudas públicas acaben en manos de grandes intereses privados). Claro que para observar de manera directa el magisterio supremo de la Economía, no hacía falta haber bajado a tal nivel de detalle. Basta con echar un vistazo a los remedios que se proponen para intentar frenar la mayor amenaza a la que se enfrenta nuestra especie en el más corto-medio plazo: el cambio climático (como reciente síntoma, la mayor parte de los españoles que viven en la costa han pasado las vacaciones navideñas en la playa). Todas, muchas de ellas disfrazadas falsamente de verde y de sostenibles, siguen siendo fieles al principio fundamental del capitalismo: el crecimiento económico. Todas parecen obviar una verdad elemental: en un planeta finito, no se puede crecer infinitamente. Más aún cuando este crecimiento, a través del clima y otros factores globales de los que se habla menos, está poniendo en peligro nuestra propia supervivencia. De hecho, nuevamente lo que dice la Ciencia, es todo lo contrario: si queremos sobrevivir, lo que debemos hacer es decrecer. Lo cual no significa ni mucho menos volver a la Edad de Piedra. Como ya hemos desgranado en otros artículos, se puede vivir confortablemente y cómodamente y, por supuesto, más humanamente, bajo una sociedad decrecentista o de estado estacionario. Creciendo además en todos aquellos campos que están fuera de la lógica mercantilista: conocimiento e investigación científica, creación artística, servicios públicos, tiempo de ocio...
Quizás el mejor resumen de todo lo aquí expuesto se halle en una demostración realizada por el economista indio Raj Raghaban de porqué un ciclista es un desastre para la Economía:
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No compran coches y no piden préstamos para pagarlos.
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No pagan seguro por su vehículo.
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No compran gasolina.
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No usan servicios de reparación de coches ni lavacoches.
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No usan parkings de pago.
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No se convierten en obesos.
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¡Y maldita sea!. La gente saludable no es necesaria para la economía. No compran medicamentos. No van a médicos privados. No aumentan el producto interior bruto.
Sin embargo cada Mc Donalds crea 30 puestos de trabajo indirectos:
10 Dentistas
10 Cardiólogos
10 Dietistas
Entonces qué prefieres, ¿pedalear o comer en Mc Donalds?