Milagros Domínguez García
Hoy cumplo 53 años, y ni tan mal
Lo mejor de cumplir años es la experiencia ganada, un bien que apuesta directamente por el futuro, lo cual no significa que a veces incluso, como se decía antaño sobre el aprendizaje, con sangre entra.
He aprendido sobre la marcha y no siempre como me hubiese gustado, pero he aprendido, y ahora distingo entre cuestiones que siendo más joven ni me planteaba que existiesen diferencias, o que simplemente no sabía entonces de su relevancia.
Sé ya distinguir entre "homes e homiños" y entre "gharabullos e paus", entre palabras y hechos, entre sentimientos y sentires, entre amistad y coincidencia, entre éxito y fracaso, entre dolor y pena, entre alegría y felicidad, entre duda e incertidumbre, entre certeza y realidad, entre hambre y ganas de comer, entre el insomnio y no poder dormir.
Ya no es fácil que me cuenten historias, aunque reconozco que me gusta escuchar a todos los relatores, porque siempre descubro nuevas formas de relato que para alguien como yo con este gusto por las palabras, es en sí mismo una historia. Y si ya es difícil que me cuenten, es ya casi imposible, que me impongan creencias, y ni de dioses ni política hablo, que también, sino más bien de ese arte más mundano que practican quienes de mi algo quieren conseguir, y siempre consiguen, más no siempre lo que buscan.
Aprender es mi forma de vivir y aprendiendo de todos, vivo.
He aprendido de lo dulce y de lo amargo y cada día soy más Santo Tomás pero menos la otra mejilla, más delantero que defensa, más dueña que inquilina, más rubia que tonta, más una diestra siniestra que una opción al azar.
He aprendido del tiempo que juez y verdugo es castrador de cualidades, maestro de la desesperanza, y que como implacable recaudador llama a mi puerta a menudo para cobrar su arancel, y de él, de ese tiempo que inexorable pasa y se agota, hoy sé, y le perdono su paso, y lo hago porque no es su culpa que nadie me advirtiese, y si lo hicieron no les creí, que tiempo pasado al igual que el agua no mueve los molinos y el que queda hay que vivirlo como lo que es, cada día la última vez.
He aprendido a ver la grandeza de una mirada en un instante efímero, a encontrar en una sonrisa la complicidad que construye la valentía, a sentir en la verdad la inmensidad del ser humano, a entender que no siempre fui justa, y que la injusticia me dejó grandes cicatrices. He aprendido a escuchar incluso de los silencios, a observar los gestos, y a apreciar la bondad.
He aprendido que el amor es mucho más que un sentimiento y que yo no soy ni tren ni estación sino un pasajero más que aprendiendo, aprendió a amar, y bendita la suerte de conocer, de tener la oportunidad.
He aprendido a perderme y a reencontrarme y que nada tiene que ver con perder y ganar, a saber que lo amargo lo reconozco porque conocí lo dulce, a que la lluvia es tan necesaria como el sol, a que los días son testigos de mis actos, a que no nací perfecta y la perfección en sí misma es imperfecta, a que una palabra tiene el valor que nunca tendrá el dinero, a que ver no es mirar y oír no es escuchar, a que el brillo de una mirada es definitivamente un diamante que no necesita pulir, a que las ganas a veces no son suficientes y el "tú puedes" depende mucho de sí quiero, a que ademas de blancos, negros y grises hay una paleta infinita de colores y mezclas, a tener la razón y perderla, a sentirme acompañada en soledad, a valorar en un recuerdo la esencia y saber lo esencial de recordar para no volver a tropezar.
He aprendido de la amistad a ser amiga, y de la decepción a que es un derecho que no todos poseen y que sólo lo otorgo yo.
He aprendido a ser madre, no la mejor, la que no mataría por ellos, en cambio por ellos moriría sin pensarlo ni una vez, que lo más grande de la maternidad es descubrir un día que te has ganado su respeto, admiración y amor, y descubrirlo en sus ojos, en sus palabras y en su abrazo cuando me recogen al caer. He aprendido tantas cosas, y sigo siendo aprendiz de una vida que, sin ser la mejor, me ha enseñado que soy afortunada y que nunca peor, porque si la tostada siempre cae del lado de la mantequilla, tener oportunidad de caerse y sacudir las pelusas es en sí un éxito, que no siempre ni todos tienen y por ello hay que agradecer.
La vida, maravillosa incógnita por despejar, y para ello hoy inicio un nuevo ciclo que, si Dios quiere, me llevará a un año más, porque hoy se cierra una etapa y nace la nueva oportunidad de vivir lo bueno, lo malo, el siempre, el casi y el quizá.
Doy gracias por la vida, por la pasada y por la que vendrá, gracias a los que están, a los que estuvieron, a los que vendrán y a los que se irán, gracias por todo, por cada enseñanza, por cada día, por cada sonrisa y cada lágrima, por los silencios, por la palabras, por la verdad y la mirada alta, símbolo de franqueza y sinceridad. Gracias incluso a los que daño dejaron porque de vosotros aprendí lo más importante y es que, gracias a vuestra insignificancia cobra relevancia la gente de verdad.
Hoy cumplo 53 años y parece que fue ayer cuando sentí que jamás me haría mayor, y cuando vuelvo la mirada atrás pienso:
¡¡Pues oye, ni tan mal!!