Valentín Tomé
Res publica: Las leyes del capital
A lo largo de la historia de la Ciencia, ésta siempre ha intentado agrupar todo el conocimiento sobre la Naturaleza en forma de Leyes, es decir, a grosso modo, lo que podría definirse como una descripción de una relación fija entre ciertos datos fenoménicos. Así, la Física, la Química o la Biología están llenas de Leyes que tratan de hacer inteligible la realidad que nos rodea.
Si bien en el campo de las Ciencias naturales este tipo de regularidades se hallan con relativa facilidad cada vez que uno procede al estudio de un determinado fenómeno, en el amplio terreno de las Ciencias sociales, dado el grado de complejidad del mismo por el enorme número de variables que entran en juego, la extracción de reglas que hagan comprensible el fenómeno observado se antoja una labor titánica. De esta forma, sobre cualquier ley enunciada en el ámbito de la economía debería recaer inmediatamente la sombra de la sospecha pues resulta muy probable que en su formulación se haya caído en una suerte de reduccionismo que haya cercenado una parte importante de la realidad que resulta fundamental para la comprensión del fenómeno.
Desde hace algunos años se viene produciendo en el seno de las facultades de Economía un fuerte movimiento de protesta por parte de estudiantes disconformes ante la enseñanza que están recibiendo. Básicamente en sus reivindicaciones insisten en que ésta les ofrece una visión fragmentada de la realidad, un excesivo uso de las matemáticas (que tienden a enmascarar los aspectos humanistas que deberían estar presentes en el estudio de la economía), y el uso de un enfoque teórico neoliberal, que acapara casi todo el ámbito académico, y que impide el estudio de otras corrientes de pensamiento como el marxismo, el keynesianismo o la economía ecológica. Por supuesto a ninguno de ellos se les escapa que esta forma de enseñanza responde a un instrumento ideológico desarrollado por las élites económicas que intentan imponer su visión sobre como las sociedades deben ser estructuradas en torno al mercado, y no al revés. Es decir, en vez de crear un mercado (economía) para la sociedad, se está fomentando, tal y como no nos cansamos de escuchar, una sociedad de mercado.
Paradójicamente, en nuestras facultades casi nunca se enseña el pensamiento económico de Marx, el cual en su monumental obra "El Capital" realiza una profunda investigación sobre cómo funciona el capitalismo, y cuáles son las leyes fundamentales que explican su fenomenología. Todo ello a pesar de que, como veremos a continuación, gran parte de sus predicciones (una de las partes más fundamentales de toda teoría científica) se han visto cumplidas a lo largo de la historia.
- Ley de acumulación y la tasa decreciente de ganancia
En el capitalismo, según Marx, los empresarios buscan desesperadamente obtener más plusvalías (tasa de ganancia sobre el salario del trabajador) para obtener mayores beneficios, por ello aumentan sus inversiones en la mecanización de sus empresas, lo que a la larga reduce evidentemente la plusvalía (ya que habría menos trabajadores al estar gran parte de la producción automatizada). Por eso, el efecto colectivo de cada acción capitalista individual tiende a reducir la tasa media de ganancia. Un sencillo vistazo a las diferencias de rentas per capita a escala mundial, nos confirmaría el enunciado.
- Ley de la concentración creciente y de la centralización de la industria.
Poco que añadir a esta ley. Si tomamos, por ejemplo, nuestro sector bancario, gracias a la desaparición de las Cajas de Ahorro, éste se concentra en un puñado de entidades que conforman un mercado oligopólico.
- Ley del creciente ejército industrial de reserva.
Marx se refería a los parados como el "ejército industrial de reserva". Debido al paro tecnológico generado por la inserción de cada vez más maquinaria, y al paro cíclico impulsado por el exceso de producción que a su vez es resultado de la creciente concentración empresarial, este ejército estaría condenado a perpetuarse. De nuevo, la estadística afirma.
- Ley del crecimiento de las desigualdades entre clases sociales.
Es un hecho que la brecha entre ricos y pobres se ha ido incrementando a lo largo de los años. Véase por ejemplo el enorme trabajo estadístico realizado por el economista francés Thomas Piketty en su libro "El Capital en el siglo XXI".
- Ley de las crisis y depresiones cíclicas
Marx vinculó la explicación de los ciclos económicos al gasto en inversión: cuando el desempleo es alto y los salarios tienden a la baja, el capitalista echará mano de ese ejército industrial de reserva, ya que le supone menos coste, y disminuye así su inversión en capital. Esta lógica conlleva a que a la larga se produzca el fenómeno inverso, es decir, que aumenten los salarios en general al disminuir la oferta de trabajadores, ante lo que el empresario reaccionara volviendo a invertir en maquinaria, desembocando en un nuevo desempleo y bajada de salarios. Fruto de este razonamiento aparecerán crisis periódicas que surgen por la tendencia a la acumulación del capital. A largo plazo estas crisis, gracias al aumento de la concentración de capital, se irían haciendo más graves, afectando a más personas y de mayor duración. Sobran las valoraciones sobre el cumplimiento de esta predicción.
Ahora bien, por mucho que les pese a los conocidos como marxistas ortodoxos, no todas las dinámicas del capitalismo pudieron ser analizadas por Marx en su monumental obra, entre otras cosas, porque como todos nosotros, era humano, y por lo tanto, finito. Lo que pretendía aquel gigante del pensamiento era desarrollar un programa de investigación en torno al sistema económico dominante de su tiempo (además de poder usar este como arma política para la clase trabajadora), y aunque, como hemos visto gran parte de sus leyes y predicciones han adquirido con el paso del tiempo una asombrosa capacidad de anticiparse a la realidad, el capitalismo no deja de ser un sistema complejo enormemente adaptativo, y resulta evidente que ningún humano de mediados del siglo XIX podría jamás pronosticar todas las mutaciones que este sistema pudiera llevar a cabo en aras a asegurar su propia supervivencia.
En mi humilde opinión, la gran mutación que este experimenta se produce con la llegada del neoliberalismo como nuevo vector ideológico. Como sabemos, el neoliberalismo suele ser sinónimo de globalización, deslocalización, creación de nuevos mercados, desregulaciones… pero todo eso no le resultaba ajeno a Marx. Una lectura atenta de su obra nos deja claro que todo ello formaba parte de sus expectativas, pues entre otras cosas no son fenómenos tan nuevos como se piensa, en el propio siglo XIX todas esas dinámicas formaban parte del paisaje económico dominante (de ahí su llamamiento en el Manifiesto a la unión internacional de la clase trabajadora). Sin embargo, sí creo que de estar hoy entre nosotros el genio de Treveris se quedaría estupefacto al comprobar la importancia absoluta que tiene hoy en día el capital financiero en esta nueva fase del capitalismo. Y no porque no hubiese teorizado sobre ello en su obra (véase el tomo III de "El Capital", donde podemos encontrar párrafos tan brillantes como el que sigue: «…sobre la base del modo capitalista de producción, el capital arrojaría un interés sin actuar como capital productivo, es decir sin crear plusvalor, del cual el interés sólo constituye una parte; que el modo capitalista de producción seguiría su curso sin la producción capitalista. Si una parte desproporcionadamente elevada de los capitalistas transformase su capital en capital dinerario, la consecuencia sería una enorme desvalorización del capital dinerario y una tremenda caída del tipo de interés; muchos quedarían de inmediato en la imposibilidad de vivir de sus intereses…»), sino porque probablemente jamás hubiese sospechado que el mundo de las finanzas pudiese desplazar al capital productivo, dejando este al borde casi de la marginalidad más absoluta. Claro que para ello tuvo que contar con la ayuda de un aliado fundamental que Marx jamás podría haber predicho, me refiero a la revolución tecnológica ocurrida a finales del siglo pasado, la llegada de las nuevas tecnologías de la información. Sin este aporte fundamental, el mundo financiero no hubiese podido jamás alcanzar el grado de sofisticación y dominio que disfruta en la actualidad.
Imagen: Comparación entre «activos financieros» y PIB, 1980-2010; fuente: Sahil Jai Dutta & Frances Thomson, 2018, Financiarización: guía básica.
Como se puede comprobar en el gráfico anterior el peso de la economía financiera no ha dejado de crecer exponencialmente frente al de la economía real (en 2020 sería hasta cuatro veces superior), de tal manera que estamos en un momento paradójico en el que el capital arroja interés sin estar sustentado en ningún proceso productivo real que añada valor. ¿De qué manera esta tendencia afecta a nuestra realidad cotidiana más allá de las crisis económicas globales como la vivida en 2008?
A pesar de que es algo fácilmente comprobable por cualquiera, sorprende la escasa repercusión mediática que está teniendo el hecho de la enorme escasez de insumos en la economía, lo que ha provocado la inactividad en multitud de fábricas. Ahora mismo, factorías de nuestro país han detenido sus procesos de producción por no poder acceder a materias primas fundamentales para poder desarrollar su actividad. Algunos analistas apuntan a que todo ello sea debido a una estrategia de acaparamiento por parte del gobierno chino. Es en China donde tiene lugar la mayor parte de los procesos de refinado de materias primas mundial para su posterior exportación como insumos. Sin embargo, otra hipótesis resulta más plausible: es probable que dadas las estrategias de los diferentes bancos centrales en Occidente de llevar a cabo políticas expansivas para poner fin a la crisis de demanda provocada por la pandemia, las entidades financieras estén aprovechando esa creación de dinero barato para sanear sus cuentas y, sobre todo, no para prestarlo al capital productivo, sino para invertirlo en diversos productos financieros complejos, fundamentalmente los derivados (los contratos a futuro, warrants, swaps...)
Parece algo inaudito, pero el capitalismo en sus fases finales está teniendo multitud de problemas para llevar bienes al mercado. Estamos ante una crisis de oferta y no de demanda, como ha sido tradicional en las crisis del capitalismo (las conocidas como crisis de sobreproducción de las que en tantas ocasiones nos advirtió Marx, pues la demanda no era suficiente para absorber la oferta de bienes con las que las empresas inundaban los mercados por el empobrecimiento de la clase trabajadora). En un mundo donde los procesos de producción se han automatizado de tal manera que apenas es necesaria mano de obra para llevarlos a cabo, resulta que estamos viviendo una época de escasez en la oferta de bienes (y los consecuentes peligros que esto supone para la subida de precios).
Se ha producido tal proceso de concentración de riqueza y tal desconexión entre la economía financiera y la economía productiva, que las élites apuestan todo su capital en el primero abandonando a su suerte todo lo que tenga que ver con la producción. No es que los capitalistas financieros se hayan separado definitivamente de la clase trabajadora, empobreciéndola como pronosticaba Marx, sino que incluso lo han hecho de los propios capitalistas del sector industrial, que adquieren ya la condición de burgueses de segunda fila. Hoy todo se reduce a un juego de casino abstracto, lleno de productos financieros incomprensibles para sus propios diseñadores (del que quizás hablemos en otra columna por su ficticia teoría probabilística en la que dicen apoyarse), y del que su creación más tangible es la deuda soberana. Estados occidentales con un enorme déficit comercial, tras décadas de deslocalizaciones, y cuya deuda no para de crecer y además todo el mundo sabe que es impagable (pronostico, ya, que una vez terminado este ciclo de creación de dinero artificial por parte del BCE, la prima de riesgo volverá a ser nuestro gran tema económico estrella, con todo lo que esto supone para la doctrina neoliberal de privatización de servicios públicos y recortes sociales). En definitiva, un sistema económico moribundo que ha creado una realidad paralela en la que una pequeña élite se enriquece creando "valor" de la nada más absoluta. Un auténtico delirio.