Carlos Regojo Solla
El sueño de Helenes
Disfrutábamos de aquella tarde, como de tantas otras, sentados al pie de la vieja cruz de piedra donde finalizaba la larga avenida, charlando sobre sabe Dios qué cosa, propia sin duda de aquella rabiosa y arrolladora adolescencia que nos poseía, cuando mi amigo interrumpió lo que fuese nos tenía ocupados y eufórico, casi extemporáneo, señalando una camioneta publicitaria aparecida de pronto, sobre la que habían montado un curioso anuncio consistente en un gran número siete acompañado a media altura de la palabra UP, levantándose como movido por un resorte, dijo:
- ¡Mira mira!, ¡ Sevená!
-¡ Vaya!, ¿ y qué significa? -le pregunté intrigado ante el énfasis que puso al mostrar su descubrimiento.
- ¡Está en inglés, hombre! – aclaró medio regañando mi ignorancia. -Significa "siete arriba". En inglés, ¿entiendes? -Es una bebida nueva -añadió.
Inglés, bendito inglés que asomaba a nosotros con la influencia "beatle", complementando, sin saberlo, el francés oficial de nuestros estudios de bachillerato en el cercano Instituto donde, aún no hacía mucho tiempo, otra marca de bebidas había hecho su entrada en nuestras vidas por la puerta del patio, en una visita promocional y gratuita, con unas camionetas llenas de gran cantidad de cajas de madera verde musgo con celdillas cuadradas portadoras de unas curiosas botellas de vidrio grueso que contenían una bebida "nueva" llamada "Coca Cola" , cuyo sabor era casi coincidente con el de mi jarabe (complemento vitamínico recetado medicamente, hecho en unos laboratorios de Baldacci de Pisa); coincidencia esta causante de que sospechase a partir de entonces de la veracidad acerca del secretismo de la famosa fórmula secreta de la Coca Cola. Deberían investigar si la Coca Cola en realidad no sea sea de origen italiano y el diseño de sus botellas tenga algo que ver con la Torre Inclinada.
Era por entonces aquella una Pontevedra entrañable, pequeña, durmiente, de calles adoquinadas, las más céntricas, poco mas de cuatro, porque el resto eran prácticamente caminos cenagosos que alejaban espiritualmente la vida entre una considerable cantidad de fincas y campos que convertían en un "voy al pueblo" lo que hoy es en su conjunto un agradable paseo peatonal.
Desde La Seca o desde La Moureira, desde la estación del ferrocarril "actual" o desde el Burgo, las distancias a los cines, al Instituto o a la misma Plaza de Abastos, se hacían largas; porque Pontevedra estaba rodeada de terrenos y aún no se habían abierto los atajos que significarían las nuevas calles. Distancias que aumentaban su sensación de lejanía sobre todo los días de lluvia de aquellos inviernos, largos y prolongados desde el mismísimo septiembre hasta el abril siguiente, sino más.
Sustituyendo las bicicletas y "mosquitos" y acompañando las "Vespas", "Lambretas", "Torrots" y "Velosoles", comenzaba por entonces a circular y aparcar, de forma anárquica por el centro, un incipiente parque de automóviles privados sobre todo Seats (seiscientos o mil quinientos), Renaults o Daupfines... Entre ellos, ejerciendo una labor social importante destacaría, de mis recuerdos, tres vehículos significativos, a saber:
Un armatoste de acero, blindado, de color amarillo o rojo, (tal vez naranja, no recuerdo bien), dedicado a la extinción de incendios, que no daba encendido cuándo más se le necesitaba. Soberbio y eficaz ejemplar en sus buenos tiempos, pero un trasto para la época, aparcado en la parte trasera de San Francisco. Obviamente era utilizado por los bomberos voluntarios para sofocar cualquier fuego, quienes abandonaban sus trabajos personales tras ser alertados por el estallido de tres cohetes seguidos, tal era la señal de llamada a los voluntarios que se oía en toda la ciudad y alrededores. Tardío e insuficiente en ocasiones, nunca perdió el empaque de ser un gran coche de bomberos. Cuándo el fuego tomaba dimensiones muy peligrosas, nuestros esforzados bomberos requerían la ayuda de sus colegas de Valença quienes acudían en tiempo record con unos medios de extinción apabullantes.
Una camioneta vieja, destartalada y endeble, con baldas poco menos que de hojalata, muy básica que recogía la basura diaria de toda la ciudad para llevarla no se sabe donde. Siempre averiada, con el eje delantero roto o con una rueda partida, te la encontrabas en cualquier lugar de los alrededores con su escasa carga de basura propia de una sociedad con un consumo natural básico.
Un coche fúnebre con su caja negra de madera labrada, grande,de amplios ventanales con unas cortinas a media altura, bordadas en lila. Tras él, en alguna ocasión, vi a las últimas plañideras de la ciudad lamentar el óbito ajeno.
Creo haberlo visto arrinconado en un solar de Soutelo de Montes hace unos años, si es que era el mismo.
A estos tres vehículos había que añadir dos más, típicos en Pontevedra, ubicados en la parada de taxis de San Francisco, dónde Neno, con su eterna sonrisa y buen humor, vendía la prensa, en la calle, que le suministraba la librería Paredes ubicada a escasos metros.
Estos eran:
Un "Seat" mil quinientos, creo recordar, con matrícula PO 11111 al que llamaban Atila, a saber por qué.
Un clásico de cine, tal vez un Ford, propiedad de la primera taxista femenina de esta ciudad, una señora elegante, alta y bien parecida, de fuerte personalidad, que ejerció hasta no hace mucho su trabajo en nuestra ciudad.
Por entonces, Pontevedra estrenaba las ventajas de la semaforización de sus calles y lo hizo con gran expectación ciudadana con un único semáforo que iba desde donde actualmente está Rovachol hasta la acera de enfrente...
Una de las primeras calles abiertas por entonces fue Daniel de la Sota, calle que dio a la ciudad el modernismo del congelado cuando en mitad de una de sus aceras se instaló un negocio de venta de merluza conservada bajo cero, que impuso un nuevo sonido al entorno tal era el ruido de la sierra, con que se cortaban las rodajas de pescado, que se oía desde lejos. Fue un negocio pequeño, próspero; un invento reciente en la ciudad con una cola de clientes que llegaba por su acera al principio de la calle.
Por entonces disfrutábamos de un Parque de Palmeras bonito, amplio y bien diseñado, con variedad de cisnes nadando en estanques, y pavos reales campando a sus anchas por entre los paseantes, emitiendo los machos su típico grito paradisíaco de apareamiento, abriendo su abanico de plumas multicolores e iridiscentes. Grito que los chavales habíamos llegado a imitar a la perfección soplando sobre una hierba sujeta entre los dos pulgares ahuecando el resto de las manos.
Año arriba, año abajo, en este entorno la ciudad estrena una calle nueva,cubierta y dedicada en su totalidad al comercio, una calle iluminada que enseguida fue el paseo principal de mayores y jóvenes que pronto prosperó. Un paseo cubierto al que llamaron Galerías Oliva.
En un principio sin salida a la otra calle, cosa que logró tiempo después en las inmediaciones de los terrenos de la Sociedad Gimnástica, comenzaba en la calle de La Oliva con Charito y Pedestal, ambos comercios para niños que tenían un slogan publicitario común:
"Charito los viste y Pedestal los calza"
Seguían comercios de ropa, calzado, chocolatería, mercerías, lanas, peluquería artículos para fumador, farmacia, discos… todo un mundo nuevo que acogió bajo su techo a la Pontevedra de entonces y que en los últimos tiempos está sufriendo las crisis sucesivas que van apareciendo y actualmente condenada a una amputación que no merece.