Tribuna Viva
Wladimir Dragossán, orgullo de Pontevedrés
Hace unos días tuve el placer de conocer personalmente a Wladimir Dragossán, y es que realmente fue un placer. Quizás no nos damos cuenta de lo que este hombre aporta a nuestra ciudad, y siendo objetivo me atrevo a decir con contundencia que solo aporta cosas buenas, y no pocas.
Nuestro querido Wladimir, persona cultivada, amante de las artes, personificación de la educación y la cortesía, afable en el trato, elegante en su vestir y en sus formas, poseedor, como no podía ser de otra manera, de ese irónico sentido del humor con el que hemos sido bendecidos los gallegos, y dotado de innumerables virtudes y cualidades más, realmente enriquece en multitud de ámbitos a cualquiera que, como yo, hayan tenido la suerte de conversar con él. Y esto no es por casualidad, perteneciente a una familia de rancio abolengo, ha trabajado en televisión y radio, ha escrito multitud de libros de diferentes disciplinas, incluida la poesía, ha recitado en teatros, en sociedades privadas, altruistamente ha acudido a deleitar a jóvenes y mayores en diversas asociaciones y centros, ha departido con actores y directores de cine de fama internacional, aficionado a la botánica y a la numismática, es un pintor talentoso y poseedor de innumerables experiencias vitales más que no se podrían comprimir en un único artículo de prensa. Todo esto son abalorios que nuestro Wladimir guarda en su maleta y que conforman en él una persona excepcional. Sé que los que lo conocemos y tenemos un ápice de inteligencia opinamos así.
A pesar de lo anterior existen personas que, abalados por su ignorancia, se permiten faltas de respeto a alguien que se puede calificar de insigne. Y precisamente esas personas no van sobradas de cultura, y evidentemente de educación tampoco, pudiéndose inferir también de ellas que su capacidad intelectual no es "para tirar cohetes". Seguro que saben a qué me refiero. Nuestro Wladimir ha tenido que enfrentarse en innumerables ocasiones a desafortunados comentarios, y actitudes infantiles propias de los pobres de espíritu, de los ignorantes, de los paletos, de los gañanes, de los tontos, de los incultos, de los maleducados endémicos, de los mediocres, de los que pasan por la vida como bultos y jamás tendrán en su existencia un solo atisbo de cultura porque se han cerrado a ella. Afortunadamente la inmensa mayoría no somos así.
¿Que critican algunos de Wladimir?, ¿su elegancia en el vestir?, ¿su educación y sus formas?, muy probablemente las cosas de las que ellos carecen. Quiero pensar que la inmensa mayoría de las personas estarán de acuerdo conmigo en que es una auténtica aberración el hecho de dedicar faltas de respeto a virtudes. En ese sentido, y siguiendo las pautas de respeto a todas las personas que se inculcan a nuestros jóvenes, en una sociedad dónde se encuentra en boga que la diversidad enriquece, nos encontramos que son precisamente los jóvenes los que incurren más en el error de criticar a alguien que no se ajusta a los cánones y prejuicios que se tienen sobre cómo debe ser una persona en nuestro mundo actual. Aquí falla algo, no solo con Wladimir, si no con más personas y colectivos en general, ¿fallan los padres?, ¿los educadores?, ¿la sociedad pontevedresa?, como casi siempre no es una única causa la generadora del problema, sino un compendio de todo sumado.
Pero además de erradicar el hecho de negativizar y afrentar a una persona como Waldimir, estoy convencido de que debemos ensalzar sus virtudes y su obra, al igual que cualquier otra persona merecedora de ello.
Vemos en los medios como se "rinde culto" a personas que basan su éxito en soltar vulgaridades y en vanagloriarse de su atrevida ignorancia a la hora de hacer comentarios y críticas, a personas que se autoencasillan en el grupo de los artistas con nuestro beneplácito y que su triunfo viene concedido por el aplauso que dedicamos a su mediocridad. Es maravilloso también ver como los ríos y ríos de tinta que se generan cada minuto, y hoy en día más, ya que es prácticamente gratis escribir y que te lean, crean adeptos lectores, admiradores, neo-intelectuales con título auto concedido, despiertos personajes aptos para ser críticos de cualquier asunto en las tertulias de la tele, pusilánimes liberadores de males endémicos sociales, incluso incultos esgrimidores de exabruptos que se jactan de su simpleza derivada al humor, sin que falten aquellos que lo tienen que tintar todo de ese asqueroso líquido pringoso y desagradable de palpar que es la política. Hoy en día, a pesar de la educación y la cultura tan positivamente apostilladas, sigue siendo fácil impresionar a los ciudadanos. Puedo "cortapegar" citas filosóficas (ni siquiera las tengo que escribir o leer) en mi libro, blog o columna periodística y me convierto en un experto en filosofía, lo mismo con la historia o con cualquier rama del saber. Hemos visto como a este tipo de persona se le reconoce, sin embargo, alguien como Wladimir Dragossan, que está a años luz en intelecto, cultura y talento, y que aporta virtudes a nuestra sociedad, no solo no recibe el reconocimiento que realmente se merece, sino que debe soportar insoportables faltas de respeto y de educación.
Siendo coherentes, debemos reconocer, sin caer en el simplismo, que Pontevedra es mejor con Wladimir en ella, él aporta cosas buenas a nuestra ciudad. Realmente es un orgullo ver su elegante figura paseando por nuestras calles, un privilegio saludarle y recibir una cortés réplica a nuestro saludo, y un deleite asistir a algún evento cultural oficiado por él, porque, no nos olvidemos, Wladimir es de esas personas que construyen y no destruyen, de los que aportan cultura y no anticultura, de los que continúan tirando hacia adelante y no hacia atrás del carro de los valores humanos.
Creo que su persona es más que merecedora de reconocimiento, por su carisma, por su labor cultural y por su cariño hacia nuestra ciudad como poco. Y este reconocimiento debe empezar por las muestras de respeto que le debemos brindar en el día a día. Como sucede en la mayoría de los casos, los reconocimientos llegan a título póstumo, cuando la persona ya no está, es entonces cuando la echamos en falta y hacemos el ejercicio mental y moral de recordar la obra de esa persona y nos surge la necesidad de homenajearla. Realmente una pena, ya que es en vida cuando se deben reconocer los méritos.
Para finalizar solo quiero decir que, sin dudarlo lo más mínimo, me siento orgulloso de compartir mi ciudad con Wladimir Dragossan.
AFQ