Milagros Domínguez García
A peseta el recuerdo
Todos somos recuerdos de la infancia y de la adolescencia, el conjunto de historias que nos contaron, las experiencias que vivimos y alguna que sufrimos, el refrán que escuchamos y que tuvieron que pasar años para entenderlo en carne propia, la mirada que alguien posó en nosotros sin darse cuenta de la trascendencia del momento y que a día de hoy recordamos con nostalgia, los olores de la casa de la abuela, el frío de los baños cuando las calefacciones no eran culpables del calentamiento global, el sabor del salpicón de los domingos, el calor y el olor de la leña ardiendo para hacer el cocido, la pérdida de algún objeto del que nos desprendimos y que no sabíamos lo mucho que lo echaríamos en falta.
Y un día cualquiera, despues de mucho tiempo, tenemos en nuestras manos unas monedas de las de antes, de esas que se quedaron en el fondo de un cajón o en aquella caja de galletas, que cuando la ves, sabes sin necesidad de abrirla, que es un costurero, y vemos en ellas caras, caras de las de antes, que son cruces hoy.
Vemos nuestra vida en ellas, las sentimos en la palma de la mano, frías como la triste nostalgia de aquel tiempo pasado que se nos antoja mejor, y somos conscientes que son parte de una historia, una larga historia, que construyó la vida de muchos.
Soy incapaz de mirar esas monedas con rencor, porque aún huelen al helado del domingo, a la entrada del cine, a la mirinda con churros sentados a una mesa de madera ese domingo de las fiestas patronales en la vieja churrería de Pepe, con la música de la banda de fondo y nuestras mejores galas adornando nuestra felicidad. Su tacto me es familiar, y su tono oscurecido por el paso del tiempo, me recuerda que me hice mayor sin pretenderlo y que ahora, al observarlas, me pregunto por qué un pequeño círculo de metal es capaz de trasladarme tan lejos con su solo contacto en la palma de mi mano.
Y me pregunto si un día recordaré con tanta nitidez el día en el que escribo esto como recuerdo aquellos días que con mis cinco pesetas compraba en la tienda del Sr. Martin las pipas y los caramelos a los que accedía los domingos y fiestas de guardar. Ataviada con aquel vestido con lazo en la cintura y la chaqueta que las hábiles manos de la tejedora había confeccionado para mi, junto a aquella camiseta interior de tirantes con braga a juego de un blanco tan impoluto que es difícil olvidar.
Recuerdos de catequesis, confesión el viernes y misa de domingo, de juegos en el atrio de la iglesia, de berberechos en la orilla de la playa de Cesantes al lado de mi tío Manolo.
Recuerdos del Alvedosa desbordándose por el puente de Julián cuando no existían las ciclogénesis explosivas y le llamábamos invierno, de lo largo y divertido del recorrido hacia el colegio, donde tantas veces en aquellas aulas conocí la pared de tanto mirarla castigada, de cuando aprendí a andar en bicicleta desde la alameda hasta la junquera.
Recuerdos de Coca, de penlas y espadas, de mirto deshojado, fiúncho y flores robadas para las alfombras y los mayos.
Recuerdos de brilé, de fútbol, de saltar la cuerda y hacer filigranas con una goma y nuestras piernas, de ser respetuoso con el saludo a nuestros mayores, de que si nos portábamos mal podría llevarnos el hombre del saco o Nelos.
Recuerdos del molino de mi abuela con historias increíbles al lado de la lareira, de la ropa al clareo, del carro de las gaseosas de Seijas, de cuando ser malo era ser como Nené y pobre de él, que nunca tan malo fue.
Tantos y tantos recuerdos de mi niñez surgen hoy viendo unas monedas, tomando un café y viviendo durante un rato lo que posiblemente sea una charla inolvidable, de esas que se pegan al alma y que, quizá sin darme cuenta, sea un recuerdo, que un día, lo sentiré como algo tan valioso como impagable, tanto como los que guardo de aquella Redondela de antaño, la de los viaductos, la de San Carallás, la de los chocos, donde comencé a ser quien soy y que aún a día de hoy, en el presente, sigo construyéndome, recopilando esos pedacitos que me harán ser mañana, donde las monedas serán otras, pero los recuerdos harán que me emocione como lo hago ahora, recordando.