Manuel Pérez Lourido
Smartphones
La juventud de hoy en día (y quería poner esta frase para ratificar mi decrepitud galopante) no sabe relacionarse sin la mediación de un teléfono móvil. Las antiguas pandillas se reunían en el mismo lugar a las mismas horas durante toda la adolescencia. Le tenían cogida la medida a la amistad porque la amistad adolescente se celebraba en lugares físicos y a horas convenidas. Las pandillas se conocían unas a otras así como conocían sus hábitos y sus lugares de ocio (hablamos de bares, pubs y discotecas). Los discos de vinilo y las cassetes regrabables eran algunos de los medios que empleábamos, por la vía del préstamo y del regalo, para compartir nuestra vida con los demás. Cuando queríamos leer algo nos desplazábamos a un lugar denominado biblioteca (que hoy a mutado en oficina para estudiar). De tarde en tarde, en medio de una celebración especial, posábamos para una fotografía que formaría parte de nuestros recuerdos de esos años: todos teníamos una copia de esa fotografía, como si la vida fuera un asunto básico y uniforme, fácil de resumir en un puñado de instantáneas.
Ahora la chavalada tiene dos millones de amigos por barba, se hacen guiños a través de "likes", no solo hacen más fotos en un mes que toda mi clase de 1º de BUP en todo el curso, sino que las modifican "in situ" antes de enviarlas al ciberespacio, donde se cruzan con otras en una vorágine que acaba saturando el lóbulo occipital más preparado.
Telefonía móvil: el moderno cuento de la lechera. El que te cuentan desde diversos mostradores asegurando que tu vida puede ser maravillosa. Lo que no te dicen es que para que así sea debes entregar tu vida a cambio. No tiene sentido.
Un smartphone es un ordenador miniaturizado y sirve para hacer todo lo que se puede hacer con un ordenador, pero además es una cámara de fotos, una cámara de video, un dictáfono, un podómetro, un GPS, un reproductor de música, un reproductor de video, una máquina de escribir, un espejo, una lupa, una brújula y un dolor de cabeza. Parece Jauja, y ahí radica su éxito.
La población adulta nos enganchamos a los chats de whatsapp o telegram, digerimos toneladas de gifts graciosos, grabaciones de audio simpáticas, memes desternillantes, videos jocosos o ingeniosos o meramente simpáticos. Leemos y enviamos correos, consultamos el tiempo y la prensa, si acaso instalamos un programa para que nos cuente los pasos. Algunos instalamos twitter y facebook para convertirlos en un erial y comprobar que nadie nos echa de menos. En definitiva, nuestra interacción con el smartphone no puede reportarnos toda la satisfacción de que es capaz el móvil, porque no nos entregamos en cuerpo y alma. Sea por incapacidad, pereza o desconfianza, con frecuencia nuestra relación con esta herramienta transita por los senderos de la frustración y la insatisfacción. Sí, los jóvenes viven una relación de dependencia con sus smartphones, pero también los disfrutan más. O eso creen ellos.