Valentín Tomé
Res publica: Catalunya Trending Topic
A lo largo de la historia de la filosofía ha habido múltiples intentos por parte de las mentes más ilustres para definir el aspecto más esencial de la naturaleza humana. Tradicionalmente la visión más aceptada es aquella definida ya desde Aristóteles que dice que el ser humano se ha caracterizado siempre por su uso de la razón (animal racional) o por su sociabilidad natural (animal político).
Sin embargo, a mediados de los años 20 del siglo pasado, el filósofo neokantiano Ernst Cassirer después de dedicar muchos años de estudio al asunto determinó que el ser humano era fundamentalmente un animal simbólico. Según el filósofo prusiano, la característica principal del ser humano es su capacidad de simbolización. En sus propias palabras: "El hombre no puede ya enfrentarse con la realidad de un modo inmediato; no puede verla, como si dijéramos, cara a cara... en lugar de tratar con las cosas mismas, en cierto sentido conversa constantemente consigo mismo. Se ha envuelto en formas lingüísticas, en imágenes artísticas, en símbolos míticos o en ritos religiosos, en tal forma que no puede ver o conocer nada sino a través de la interposición de este medio artificial… no vive en un mundo de crudos hechos o a tenor de sus necesidades y deseos inmediatos. Vive, más bien, en medio de emociones y esperanzas y temores, ilusiones y desilusiones imaginarias, en medio de sus fantasías y sus sueños."
En mi humilde opinión asumir esta definición de la naturaleza humana dada por Cassirer es fundamental para intentar entender multitud de fenómenos de respuesta social que se dan ante determinadas causas. Esto no quiere decir que a través de esa asunción logremos entender finalmente los porqués de algunos de los efectos provocados por esas causas, pues el mismo filósofo ya nos advierte en su obra que esa simbolización que caracteriza al ser humano escapa en muchas ocasiones a cualquier intento de racionalización, pero sin embargo es una condición necesaria si queremos afrontar su entendimiento.
El otoño de 2017, el reino de España se llenó de banderas nacionales en los balcones. Cientos de miles de ciudadanos reaccionaron de esta manera ante el proyecto independentista que se estaba implementando en Catalunya. Conforme se aproximaba el referéndum independentista del uno de octubre, la rojigualda se iba apoderando del espacio público de tal forma que la bandera del Reino se exhibía en multitud de viviendas de cualquier ciudad o pueblo de nuestro país. Y allí permanecieron varios meses después de aquel referéndum que acabó con algunos de sus principales actores en la cárcel.
Resulta difícil aún a día de hoy intentar comprender que pasaba por la cabeza de un individuo cualquiera que hubiera tomado aquella decisión. No parece que hacer una exaltación en afirmativo de los valores de la patria a través de la exhibición de uno de sus principales emblemas pudiese estar entre sus principales motivaciones. Ese ciudadano había sido informado durante largo tiempo de la corrupción sistémica que afectaba a todas las estructuras del Estado. Eran pocas las instituciones de la patria que no habían sido afectadas por la carcoma de la inmoralidad. Poco hay de lo que sentirse orgulloso en la expresión práctica de nuestro ordenamiento político jurídico.
Podríamos entonces pensar que ese animal simbólico estaba en realidad manifestando con aquella bandera en su balcón un anhelo, un ideal, aquel que dice simbolizar su patria en sus textos constitucionales y que se muestra incorrupto frente al mundo corruptible y corrompido de los hechos. Poco importaba, parecía decirnos, lo que estos dijesen sobre nuestra patria, esta estaba por encima de lo que (algunos) seres humanos habían hecho en su nombre. Su representación simbólica pertenece al mundo de las ideas y desde él podemos adornarla de todos los atributos morales que deseemos. Como Dios, la patria representa para ese animal simbólico todo lo que hay de bueno en su mundo sensible, y todo lo malo no puede ser más que obra del Diablo, o de los enemigos de la patria para el caso.
Sin embargo, cada vez que eran cuestionados por el tema rara vez estos ciudadanos manifestaban una visión idealizada de su patria como razón para colocar su bandera en el balcón. "Los catalanes quieren romper España", "Catalunya es España" u otras expresiones más próximas a la catalanofobia solían ser las principales respuestas. Es decir, el gesto no tenía nada que ver con una visión en positivo de su patria sino con una reacción en contra del desafío soberanista catalán.
Ahora bien, decir esto tampoco es decir gran cosa, simplemente hemos desplazado el campo de lo simbólico desde los valores de la patria en general hacia la unidad de la misma como principio inquebrantable para ese animal simbólico. Pero la pregunta sigue sin respuesta, ¿qué hace que un ciudadano que está pasando por dificultades serias en el campo de lo material o se encuentra próximo a ellas (precariedad laboral, desempleo, bajos ingresos familiares…) pase a preocuparse de manera obsesiva por algo que ocurre a cientos de kilómetros de su hogar y que tiene que ver con algo tan abstracto como la unidad de la patria?
De hecho, desde un punto de vista utilitarista, con su posición en defensa del status quo lo único que puede ocurrirle en el plano personal es que sus dificultades sigan estando presentes una vez resuelto el conflicto con Catalunya. Como diría Cassirer, "se ha envuelto en símbolos míticos de tal forma que no puede ver o conocer nada sino a través de la interposición de este medio artificial".
Cierto es que similares razonamientos podríamos haber desarrollado en el caso del animal simbólico independentista cuando llena su espacio público de esteladas. Ahora bien, existe aquí una diferencia fundamental. Aquella bandera remite a un espacio simbólico que aún está por construir, que aún no es acto sino potencia, y que por lo tanto el independentista puede colorear a su antojo con las virtudes que desee. Si bien es cierto que en este caso la fuerza de los hechos debería al menos suponer un límite a su imaginación dado el amplio espectro ideológico de los actores políticos que han puesto en marcha el "procés" (resulta difícil imaginar cuál podría ser la naturaleza de una futura República de Catalunya liderada por ideologías políticas que van desde el comunismo libertario hasta el neoliberalismo pasando por el tradicionalismo).
Pero sin duda hubo un momento de nuestra historia política reciente donde las tesis de Cassirer fueron puestas a dura prueba y se mostraron, una vez más, inquebrantables. Me refiero a las elecciones al parlamento de Andalucía de diciembre de 2018, más de un año después del referéndum independentista y de la detención de la mayoría de los líderes políticos del "procés".
A pesar de tratarse de unas elecciones a un órgano soberano como es la Junta de Andalucía, durante la campaña se produjo un desembarco masivo de líderes políticos nacionales que venían a hablarle a los andaluces de lo sucedido cientos de kilómetros más allá, en Catalunya, de tal manera que todo parecía indicar que esta se había convertido en la novena provincia andaluza. Tal era así que incluso en sus programas electorales regionales Ciudadanos y PP incluyeron en un lugar destacado "la defensa de la unidad de España". Y todo ello a pesar de encontrarse en una de las comunidades con algunos de los peores indicadores socioeconómicos de nuestro país. Andalucía estaba sin duda llena de problemáticas pero lo prioritario era la unidad de la patria, y la mayoría de los animales simbólicos andaluces así lo entendieron también.
El 2 de diciembre de 2018 un partido hasta entonces marginal, Vox, se convirtió en la revelación al pasar de la nada a lograr doce escaños en el Parlamento andaluz. ¿Cuáles habían sido las causas fundamentales que habían motivado este despegue meteórico del partido?. La oposición radical al independentismo en Catalunya y la personación del partido como acusación particular en el proceso contra los políticos catalanes, como así reconoció a un medio de comunicación un conocido dirigente del partido. Si Catalunya había sido el trending topic de la campaña electoral y la principal preocupación de una gran parte de los ciudadanos andaluces para elegir al presidentede su región, el éxito de Vox entraba dentro de lo previsible.
Desde entonces aquello supuso un punto de inflexión en la trayectoria del partido, allá donde se presentaban, da igual si locales, regionales (se han hecho incluso fuertes allí donde la unidad está en peligro) o nacionales, y que todo aquello careciera de importancia para el ámbito político que estaba en disputa (ha habido incluso no pocos animales simbólicos que eligieron al candidato a la alcaldía de su pueblo de la España vaciada en función de su posición respecto a la unidad de la patria), la popularidad de Vox crecía por una sociedad totalmente obsesionada con el conflicto catalán como único problema vital sobre el que giraba toda su existencia. Cierto es que a esa férrea oposición al "procés" fueron añadiendo más cosas en el terreno de las costumbres propias del falangismo o del tradicionalismo carlista, y compatibilizándolas en forma de oxímoron con un neoliberalismo económico, pero el germen de su éxito estaba y ha estado siempre en Catalunya.
Su última ocurrencia, profundizando aún más en las tesis de nuestro filósofo, ha sido que el himno de España suene a diario en todos los colegios murcianos (desconocen nuestros patriotas que cada vez más investigadores atribuyen el origen del mismo a una nuba andalusí que recopiló en el siglo XI el pensador, médico, músico y poeta Ibn Bayya). Parece ser que así, a golpe de marcha militar, quedarían para siempre resueltos los graves problemas que acechan a la educación en esa región (se trata por ejemplo de la segunda autonomía con más tasa de alumnos que no completan el Bachillerato o la Formación Profesional). Creo que hasta el propio Cassirer, de estar hoy entre nosotros, se quedaría fascinado al ver lo alejado que se encuentran gran cantidad de españoles del mundo de los hechos y habitan en un universo cargado de símbolos, víctimas de fantasías y ensoñaciones que los alejan cada vez más de la realidad que experimentan a diario.