Marisa Lozano Fuego
Yonquis de la esperanza
Llevamos más de un año de pandemia, suficiente para que el virus de la rutina se haya instalado en nuestros corazones. La máscara se ha convertido en un complemento del vestuario, el miedo en un compañero de viaje. Cifras y más cifras siguen girando a nuestro alrededor mientras esperamos la ansiada dosis que nos protegerá de la barbarie.
Yonquis del miedo, yonquis del dolor. Tal vez por ver primera conscientes de lo mucho que vale un plato de lentejas calentitas y qué son las colas del hambre , la Seguridad Social o la ausencia.
Todo ello gajes del oficio, hemos oído hablar de guerras, de estador de sitio y epidemias, pero parece que todo ello eran curiosas fantasías reflejadas en los manuales de historia.
Ahora nos toca vivirlo en directo, ahora somos hijos de la ruina y el ruido, del grito y la negación, de las oraciones y la despersonalización, ahora es cuando nuestro ego se da más cuenta que nunca de que somos números, primos, hermanos o simplemente mal sumados.
Sí, poseemos recursos , lo hemos demostrado, con admirable paciencia hemos soportado un confinamiento entre nuestras cuatro paredes (los que las teníamos) y sin poder abrazar a nuestros seres queridos (a no ser detrás de una cámara). Lo cierto es que a pesar de los ocasionales dislates o manifestaciones emocionales, las neurosis colectivas o el griterío escapado de alguna fiesta clandestina, estamos siendo bastante valientes.
La raza humana ha superado numerosas plagas , pandemias y miserias, esto no será una excepción. Lo heremos, lo seguiremos haciendo gracias a la ayuda de los profesionales sanitarios, de nuestros familiares o amigos, de los días lluviosos que traen humedad para la sequedad del ánimo y de los calurosos que calientan un corazón helado.
Sí, yo sé que lo superaremos, aunque ahora parezcamos enganchados a esa atípica y visceral sustancia llamada soledad, no, que no bajo, que en el ordenata estoy bien, ya nos videollamamos, te enviaré un whatssap…aunque estemos perdiendo el roce de la piel entre litros del gel hidroalcohólico.
¿Quién tiene la medida del tiempo?
Cronos nunca dijo que vivir fuera fácil y en ninguna clase de Biología nos enseñaron que somos eternos, cuando se aniquila un virus viene otro , y así como la Ciencia ha logrado hallar vacunas para dolencias que hoy día se encuentran erradicadas, trabaja a contrarreloj por encontrar una salida para esta.
¿Confianza? ¿Hay otra opción? Nuestro sistema inmune es lo bastante fuerte para soportar duelos y separaciones, terremotos y ruptura de ideales, por qué no íbamos ahora a poder con esto. No queda otra que ser optimistas.
El camino se hace hacia delante. Darwin nos enseñó que la selección natural era cruel y la vida nos lo enseña continuamente, y que los más vulnerables son siempre más frágiles, pero siempre encontramos honrosos ejemplos de neuronas y venas octogenarias que sobreviven y arrasan con nuestro terror, porque han pasado por tantas que se han autoinmunizado al dolor.
Ellos comprenden que nos tiremos los trastos a la cabeza , busquemos culpables, tengamos, rabia, dolor, incluso desobediencia porque la dichosa mascarilla aprieta y la nostalgia también…las personas que siguen una filosofía de vida reposada, o más bien que han vivido mil batallas o que abren los ojos al mundo (fantástico ejemplo el de los peques que resistieron el confinamiento como campeones y actualizando sus deberes desde casa) no se resignan a que nos mate el virus de la tristeza.
No, todavía quedan espíritus fuertes y corazones bravos, que se niegan a pensar que esta sea una derrota definitiva, prados que desbrozar, fontanas en las que bañarse, bebés que asoman los ojos al mundo y ancianos que pasean de la mano.
Todavía late en nuestros ventrículos el virus de la esperanza.
Yonquis del mismo, vamos a dejar que palpite en estos días soledaos donde parece que el Miedo se agacha, deslumbrado por los rayos de Luz.