Kabalcanty
Montones de chatarra (Parte 5ª)
Vicky y Mat se acercaron presurosos al tipo. Ella se quedó junto al hombre y Mat entró en el cuarto donde yacía su compañero.
— Ha palmao ¿no, Tom? -le preguntó ella.
La observó unos instantes con aire soñoliento para luego decirle airadamente: "Y no entiendo por qué tenéis que traerme aquí los fiambres. Soy médico no sepulturero, joder".
En el maletero del Land Rover acompañaban al cadáver de Pat otros tres cuerpos que Tom había arrastrado desde el arcón refrigerador. Estaban amontonados los tres, tan prietos que el médico tuvo que forzar la puerta del maletero para que cupieran. Mat le afeó el gesto poco delicado a lo que el médico le contestó con un despectivo: "Bah, melindreces". Vicky conducía por una carretera a medio asfaltar, bacheada y tan cuarteada que matojos de hierbajos crecían sólidos entre las grietas. El médico iba al lado de la conductora, fumando con el pitillo anclado en la comisura, y Mat, en la parte trasera con el semblante compungido, venía pasar con indolencia las intermitentes montoneras a los lados de la carreterucha.
— ¿Y sigue dando de sí la tahona? -preguntó Vicky al médico.
— Bueno, como crematorio lo sobrelleva -contestó el médico rechupando el cigarrillo- Tuvimos que reforzar las paredes pero tira.
Mat, desde atrás, los miró con el asco reflejado en su labio superior.
Mientras se cerraba la noche por completo, llegaron a un edificio medio derruido, ennegrecido a través de las dos ventanas enrejadas a ambos lados de la puerta. Había dos cigüeñas en lo más alto de la techumbre cóncava dormitando sobre una pata y un puñado de gaviotas y urracas que, a saltitos, recorrían insistentes las tejas. Al verlos llegar, fueron a posarse en el alero del edificio.
Envueltos en telas de yute arrastraron los cadáveres hasta la casa. Sobre la puerta, medio borrosa, todavía podían leerse la inscripción: TAHONA NORTEÑA desde 1974
— Ayúdame a meterlos en el horno, colega, -le dijo a Mat el médico en tono autoritario- mientras Vic va dándole candela al averno.
Mat le echó una mano no sin dejar entrever la antipatía que le producía Tom. Observaba los movimientos bruscos del médico enarcando las cejas, frunciendo el ceño y mascullando para sí.
— ¡Joder, ya hemos acabado! ¡Deja de maldecir a mis muertos de una puta vez!
Exclamó Tom malhumorado cuando acabaron, ajustándose la cintura de los pantalones cortos de camuflaje que se puso sobre los calzoncillos.
Luego los tres, a indicación del médico, fueron a sentarse alrededor de una mesa de camping que había bajo un techo de paja. Tom trajo un farolillo a pilas que dejó en el centro de la mesa.
— ¿No se nos caerá encima, Tom? -preguntó Vicky irónica, señalando el calamitoso estado de la techumbre.
— ¡Bah, melindreces! -contestó, sacando una botella de whisky de un armario de la casa.- Las guardo para celebrar cada alimento al averno. Estáis invitados, coleguitas.
Señaló un nutrido grupo de botellas atestando el mueble.
Tras ellos, a unos cien metros de distancia, el sonido de una cinta transportadora elaborando una pila de chatarra reciclada dejó de sonar.
— Y bien, ¿para cuándo ese cheque del Gobierno por la mierda reciclada? -le interrogó el médico a la mujer haciendo un gesto de alivio por el estrenado silencio.
Llenó hasta el borde tres vasos de plástico que no eran la primera vez que se utilizaban.
— De momento nanai de nanai, Tom. Esperamos que los tráileres lleguen antes del fin de año.
— ¿Vino alguno alguna vez? - insistió el médico.
Vicky meneó la cabeza negativamente.
— Os engañan para entreteneros, Mari. -dijo el médico, saboreando la bebida con un chasquido vehemente- Todo es distracción, créeme.
Mat dio un sorbo a su bebida para dedicarles una mirada insistente a ambos.
— ¿Alguno de vosotros dos pensáis en los tíos que se dejan la vida en los vertederos? Pat acaba de morir sin saber que traerá ese porvenir prometido. Eso cabrea, ¿sabéis?
La mujer se hurgó el piercing de la nariz antes de contestar.
— Tienes un día agitado, Mat, y eso no te deja ver las cosas con claridad.
— Te diría una cosita muy sencilla: solamente hay promesas para que creas que existe un porvenir -dijo el médico echando el cuerpo hacia adelante- Vic, el difunto y ahora chamuscado Pat, tú y miles de tipos como vosotros necesitan creer en esas promesas gubernamentales para que sus vidas tengan un porqué. Pero no le eches la culpa a ella, ni a mí, ni a otros como nosotros. Cuando todo se fue al carajo los gobiernos se inventaron eso de la reconstrucción porque no les quedaban más riles. ¿Qué hubiera pasado si os hubieran dicho que era el comienzo del fin y que no había marcha atrás? La hecatombe, la revolución del absurdo por y para el absurdo. Escucha a este viejo, Mat, no le des vueltas a la mollera y bebe sin conciencia, coleguita.
El médico dio un trago sostenido y apuró su vaso llenándolo otra vez. Rebuscó entre sus pantalones para sacar una pitillera de lona y un paquete de papel para liar cigarrillos.
Mat se quedó pensativo mostrando su rostro curtido en una mueca desacostumbrada que le confería un aire de enajenado.
— Te vas a matar antes de tiempo, Tom, con lo que le das a la priva y a los pitis.
Vicky le revolvió aún más sus cabellos alborotados cariñosamente.
— ¡Bah, melindreces! Si queréis podéis liaros un peta, barra libre.
Tom tendría unos sesenta años mal llevados. Llevaba barba pelirroja de varios días que contrastaba agradablemente con sus ojos claros. No parecía una persona aseada, aunque nadie en realidad lo parecía, ya que desde sus uñas se desbordaba una masa negruzca que le obligaba a catapultarla al suelo cada vez que utilizaba los dedos en cualquier acción.