Carlos Regojo Solla
Consolidación del éxito
Me chiflan las tiendas que regentan algunas familias chinas afincadas en nuestras ciudades. Perderse entre el laberíntico, ecléctico pero ordenado mundo de pasillos se me hace socorrido y necesario. No puedo sustraerme a entrar siempre que puedo, con o sin motivo, en uno de estos bazares y, si no tengo necesidades de compra, me las invento.
Mi confianza en los artículos que sirven en estos comercios se va acrecentando, sobre todo desde que mi viejo coche tuvo un fallo importante finalizando el último septiembre.
– ¿Cuándo estará? - le pregunté al mecánico del taller.
_ No sé. Con esto de la pandemia, tardará un poco. La pieza llega de China y los transportes se mueven despacio - me contestó.
_ ¿ De China?- pregunté asombrado. -¡Pero si mi coche es de producción nacional y marca americana! -exclamé entre enfado y asombro.
Entonces el mecánico, trabajador experimentado de un concesionario oficial me explicó que, gama arriba, gama abajo, los coches como el mío – que son la mayoría- dependen de manufactura china, repuestos incluidos; que es una práctica común porque así las propias marcas ahorran dinero.
Yo ya venía notando cosas como que las pilas, bombillas, los "pendrives", bolígrafos y alguna que otra cosa adquirida en "un chino" gozaban de calidad y duraban un tiempo normal sin romperse, por lo que mi calificación personal por el "made in China" sufrió un cambio positivo que va aumentando amparada en los logros de su comunismo pincelado de capitalismo y de avances tecnológicos como los derivados de su aventura espacial.
La más próxima a mi domicilio es la tienda de Lin al que con frecuencia doy el coñazo preguntándole por tal o cual cosa que deseo pero no encuentro. Siempre que visito su tienda echo un vistazo a la juguetería y observo las pistolas pensando en adquirir una para mi nieto quién, con cerca de dos años, lleva unos simpatiquísimos aires de "capo mafioso"; pero nunca llego a realizar la referida compra porque su padre, que es mi hijo, me lo tiene prohibido.
Le explico a mi hijo como es mi pretendido regalo: un precioso "colt" con arabescos dorados en las cachas plateadas y un labrado en espiral sobre el caño. Sale de su funda con gran facilidad y tiene un peso razonable. Todo el conjunto pende de un cinto canana muy conseguido que remata en una hebilla con chapa metálica que representa el esqueleto de la cabeza de un búfalo...
- ¡No, papá, no! Me interrumpe con un cabreo y una firmeza que no dejan dudas- Está el mundo lleno de violencia y tú ,vas y le quieres comprar un arma- añade categórico.
- Mira – le digo - con tanto melindre, los padres de tu generación no dejáis que un niño disfrute de un juguete tan bonito e inofensivo como ese.
Me sorprendo a mí mismo diciendo lo que digo porque, hasta no hace mucho me pase media vida explicando convencido a unos cuantos cientos de niños/as los valores de la paz, glosando a hombres como Gandi o Mandela, negándole el pan y la sal a todo tipo de armamento, denostando el belicismo en todas sus facetas, comprando palomas para soltarlas en el día de la Paz que de inmediato regresaban a su palomar… Me sorprendo, digo y, al tiempo me justifico. Todos cambiamos y, además soy abuelo, ¡ qué leches!
- Además -pregunto en plena traición a mi pose pacifista subyacente – ¿quién no te dice que no le haga falta a tu hijo tener que defenderse en una guerra?
- Ya no hay guerras convencionales, papá. Piensa un poco, hombre: hoy día todo se resuelve con tecnología, se mata a través de la digitalización. Es más limpio y anónimo – dice con triste ironía.
Me callo lo que pienso. Yo también fui joven, perfeccionista, creyente hasta la estupidez en las leyes internacionales escritas o pensadas, naturales o impuestas… Me percato de la falsedad de la normativa creada para no terminar comiéndonos los unos a los otros cual doctor Lecter y pienso en Palestina o Etiopía como ejemplos de pistolas que suenan; o Beijing&Rusia versus USA como conflictos larvados entre decenas de enfrentamientos bélicos actuales considerados "menores", para terminar regresando inevitablemente al entorno inmediato de la bauhaus hecha a la medida de los intereses del amo con derecho a pernada
Me frustra que no me entiendan. La violencia no está solo en los gritos sino también soterrada. Creo que alguien está consolidando el éxito de la aplicación de sus programas y nos la está metiendo doblada con todo descaro.
Observo el fracaso sindical de los últimos tiempos, la hipocresía de los gobiernos cuando hablan de trabajo y normalidad y sostienen el crédito de su política situando el horizonte de una recuperación lejana e inalcanzable, -como si el tiempo que vivimos fuese "cheiw" o pudiese ser de ida y vuelta-, apilando crisis sobre crisis. Observo la acumulación de dinero en las nóminas de las sociedades bancarias, la actitud pasiva de los corderos, los caballos de Troya, así mismo escondidos a la vez que esconden, los cebos trampa que deja el enemigo cuando aparenta una retirada por inferioridad…
No es de extrañar que la gente se tire a la piscina sin comprobar el calado o ni tan siquiera saber si hay agua en ella o no. Lo cierto es que estamos locos por vivir el día que se presenta como si fuese el último, olvidando la paciencia a la que obliga el análisis de una situación como la actual en la cual domina aún una pandemia, que se retira aparente dejándonos, tal vez, un atractivo señuelo que al tocarlo nos explotará en toda la cara desnuda.
Que levante la mano el que se quiera salvar.