Manuel Pérez Lourido
¡Qué difícil es concentrarse!
La frase que da título a este texto lo resume con una eficacia inigualable. Tanto es así, que el texto entero debería quedarse en esa frase del título. Una oración exclamativa que es tanto una reflexión como una queja, que sirve como constatación de una realidad y como argumento para la desesperación. Realidad y desesperación son dos asuntos que ultimamente van de la mano, pero dejemos eso para más tarde, el verano que viene o así.
Concentrarse es una tarea tan complicada que media humanidad ha desistido ya. Caminamos de la mano de un equipo de telefonía móvil que funciona como una especie de marcapasos de nuestras rutinas sociales y personales. Ahí escuchamos música, consultamos el tiempo, nos comunicamos con nuestro allegados y con otras personas con las que no queda otra que comunicarse, echamos un vistazo a las penúltimas noticias (porque cuando cerramos la aplicación, ya hay otras noticias nuevas) y grabamos y hacemos fotos de nuestra vida por puro aburrimiento de la misma. Cuanto más tediosa es nuestra existencia, más fotos y videos nos inspira, para depositarlos después en redes sociales, en las que nos dejamos enredar sin ningún tipo de reparo.
Uno de los ejemplos más evidentes de que hemos perdido la capacidad de centrar nuestra atención en lo importante, una de las pruebas más claras de nuestra dispersión, la podemos ver en tiempo real por televisión en horario de máxima audiencia. Antes se programaban telenovelas o telefilms lacrimógenos con el único fin de amenizar nuestros ronquidos. Ahora esas telenovelas no están solamente basadas en hechos reales: son hechos reales. Se realizan a diario autopsias en riguroso directo de lo que en su día fue la vida personal de distintos seres vivos que se prestan a ello previa gratificación económica. O se impostan situaciones que se quieren hacer pasar por realidad para escrutinar con las cámaras las reacciones de distintos sujetos en entornos de convivencia guionizada.
Hoy la dispersión, la falta de foco, es lo que se lleva. Puedes ser presidente/a de una comunidad autónoma o alcalde/esa pedáneo: te ponen un micro delante y sale a relucir el batiburrillo que tienes en el cerebro, pero no pasa nada porque nadie parece darse cuenta o, en cualquier caso, nada importa. También es verdad que un altísimo porcentaje de la gente que deja traslucidir su meridiana incompetencia, ya no para su puesto, sino para la vida, no debería estar ahí, delante del micrófono. Ese porcentaje va subiendo con el transcurso del tiempo, hasta que llegue un momento en que manejen todo el cotarro unos androides (que seguro que fabricaremos androides tontos también, como si lo viera).
La cosa pinta muy mal y, si lo miramos con calma, igual no es mala idea que cuando llegue la debacle final le pille a la gente así, medio dormida.