Valentín Tomé
Res publica: La semántica de la izquierda
En el clásico de la novela política de ficción distópica 1984, George Orwell describe una sociedad futura donde se manipula la información y se practica la vigilancia masiva y la represión política y social. Uno de los múltiples mecanismos por los que los dirigentes de esta nueva sociedad tratan de ejercer el control sobre el pensamiento de sus súbditos es a través de lo que en la novela se conoce como neolengua, adaptación del idioma inglés en la que se reduce y se transforma el léxico con fines represivos, basándose en el principio de que lo que no forma parte de la lengua, no puede ser pensado. La metodología propuesta por Orwell para reprogramar las mentes de los ciudadanos se basa en un principio que podríamos calificar de excesivamente ingenuo, pues, según lo propuesto en la novela, bastaría con eliminar de una palabra el contenido semántico considerado peligroso por las élites dirigistas para que el hablante dejase de asociar el concepto con ese significado concreto que se pretende eliminar. Así, por ejemplo, en la novela, para evitar que la población desee o piense en la libertad, se eliminan los significados no deseados de la palabra, de forma que el propio concepto de libertad política o intelectual deje de existir en las mentes de los hablantes.
El mecanismo diseñado por Orwell tiene sus raíces en un paradigma científico dominante en su época que de manera resumida venía a afirmar que el pensamiento es lenguaje, con lo cual, si transformamos el segundo, modificamos el primero. Hoy ya sabemos que hay formas de pensamiento que nada tienen que ver con la adquisición de un lenguaje; hay pensamiento prelingüístico y de la suficiente complejidad por ejemplo en gran cantidad de mamíferos superiores así como en los bebés de nuestra especie.
¿Quiere decir esto que hoy en día no se podría crear una neolengua similar a la imaginada por Orwell para de alguna manera, sino controlar, al menos ejercer una influencia notable sobre el pensamiento de amplias capas de la sociedad? Veremos que esto sí es posible y de hecho es algo que está presente de manera extendida en nuestra sociedad, pero la forma de hacerlo guarda pocas similitudes con la metodología descrita en la novela.
Imaginemos que determinadas élites están interesadas en "modificar" el significado del término honradez. A ninguno de ellos se le ocurriría pedirles a los lingüistas que escriben los diccionarios oficiales que eliminen las partes más molestas para sus intereses de la semántica del concepto; al fin y al cabo, son perfectamente conscientes de que ningún ciudadano maduro consulta diccionario alguno para conocer el significado de la palabra honradez. Como ocurre con la mayor parte de términos que son de uso cotidiano su significado tiene un carácter más intuitivo; es probable que cuando oyó esa palabra por primera vez la asimilación de su significado procediera del campo de lo empírico, esto es, alguien, probablemente su madre o su padre, le describiría el comportamiento de determinada persona ante determinada situación como honrado, y de ahí, por analogía, se hiciese una idea intuitiva de su significado. Por lo tanto, la mejor forma de lograr su propósito por parte de nuestras élites sería recurrir al ejemplo empírico, es decir, presentar por múltiples canales informativos de masas a la población en general diferentes acciones que se ajustan a la redefinición deseada del término como honradas.
Es cierto que, al principio, no es recomendable establecer una contraposición muy grande entre la nueva y la vieja semántica, pues el público en general podría caer realmente en la cuenta de que se trata de una impostura por culpa de la disonancia cognitiva. Es necesario que la nueva definición, al menos en los primeros tiempos, conserve gran parte de los elementos que son definitorios del concepto original. Pero si se es cuidadoso en este proceso, o sea, se desarrolla de manera gradual, pasado un cierto tiempo el campo semántico del término ha sufrido tal transformación que apenas queda en él residuo alguno del significado original, de tal manera que si alguien desarrollara una acción que hace años hubiese sido calificada como honrada, en la actualidad ya nadie la definiría como tal, pudiéndose hacer, incluso, merecedor de los más extravagantes epítetos. Pues bien, no sé si eso ha ocurrido con la palabra honradez, que el lector juzgue, pero donde ese proceso sí ha ocurrido de manera indiscutible es en el campo de lo político con el término Izquierda en los últimos cuarenta años.
En las elecciones generales de 1982, el PSOE obtuvo una contundente mayoría partiendo de un programa político clásico de la socialdemocracia europea nacida tras la II Guerra Mundial: fuerte control público de la economía y de los sectores estratégicos, antiimperialismo, amplios derechos sociales y laborales…; en definitiva, se trataba de hacer efectivos los derechos recogidos en la Constitución aprobada cuatro años antes. Pero, en seguida, con el paso del tiempo, y sin cambiar de Gobierno, todo aquello fue degenerando en cuestiones como la reconversión industrial que dejaría a más de un millón y medio de jóvenes en el paro, la entrada en la OTAN, el Plan de Empleo Juvenil que abría la puerta a la precariedad, la reforma laboral que legalizaba las empresas de trabajo temporal (ETT), o la privatización de las grandes empresas nacionales estratégicas, todas ellas contrarias a los principios recogidos en el programa político del inicio, y lo que resulta más paradójico, realizadas por un partido que se definía de izquierdas, al igual que la amplia mayoría de su electorado.
¿Cómo se pudo dar en tan corto espacio de tiempo una resignificación tan profunda del término Izquierda? Pues siguiendo un proceso idéntico al descrito anteriormente para redefinir la palabra honradez. ¿Y quiénes fueron los principales canales informativos sobre los que, de manera gradual, cayó la responsabilidad de presentar todas aquellas acciones de Gobierno como de izquierdas a pesar de que eran totalmente incompatibles con la definición clásica de Izquierda? Pues en el ámbito de lo público esa responsabilidad fue asumida por la, en aquellos tiempos omnipresente, RTVE, y en el campo de los medios de propiedad privada, esa labor fue desempeñada, con gran eficacia, fundamentalmente por el grupo PRISA, a través de sus múltiples plataformas.
En perfecta simbiosis, unos en el terreno de la acción política, y otros, en el espacio de lo cultural, fueron deconstruyendo en el imaginario colectivo el concepto de Izquierda hasta hacerlo, para los que aún conservamos en nuestra memoria el significado original, irreconocible. Tal ha sido así, que cuando un grupo de jóvenes rebeldes tomaron las plazas aquel 15 de Mayo lo hicieron desde un escepticismo radical hacia todo lo que sonara a Izquierda; desconocedores del significado original y de la tradición política asociada al término, tenían claro que si muchas de las decisiones políticas que habían tenido un impacto negativo y desesperanzador en sus vidas se hicieron dentro del (redefinido) campo semántico de la Izquierda, ese concepto no podía ser útil para intentar cambiar las cosas.
Pero en términos generales podemos afirmar que el objetivo inicial planteado por una gran parte de nuestras élites de redefinir Izquierda ha sido logrado. Hoy en día, para una gran parte de la ciudadanía el PSOE sigue siendo un partido obrerista, El País es un diario progresista, la cadena Ser una radio socialista, o la Sexta un canal de izquierdas. A pesar del gradualismo, hasta tal punto ha sido el desplazamiento (hacia la derecha) del eje ideológico-referencial Izquierda-Derecha en estos últimos cuarenta años, que una opción política como Unidas Podemos es tildada mayoritariamente como de extrema Izquierda. Desconocen los que esto afirman que su programa político es incluso más moderado que el presentado por el PSOE en el año 82, y por supuesto, que cualquiera de los elaborados por un partido socialdemócrata europeo en los años 60. Es incluso probable que si Olof Palme, el líder asesinado de la socialdemocracia sueca, hubiese tenido la oportunidad de leerlo, y atendiendo a los principios que rigieron su propia acción política, lo hubiese tachado de excesivamente liberal. Así, sin necesidad de implementar un régimen tan explícitamente violento y represor como el descrito en la novela de Orwell, las élites han logrado redefinir un concepto clave para la transformación social en un nuevo campo semántico más afín a sus propios intereses.