Pedro De Lorenzo y Macías
¡Mis vivencias en la carretera de Orense! La loca del Castañal
¡Aquellos años 50! ¡Cómo pasa el tiempo, cómo afloran las vivencias de antaño! Vivía en la Carretera de Orense; estaba adoquinada, como una calzada romana. Era nuestro espacio de recreo: se jugaba al fútbol y otros juegos. Cada media hora aparecía un coche peregrino; lo recibíamos con gran aplausos y saludos. ¡Era un lugar fantástico!
Ahora le llaman Loureiro Crespo. La escuela de Don Enrique estaba a 200 metros del Asilo; era un bajo enorme. Éramos un montón de chiquillos, de diversas edades. ¡Menos mal que no había niñas; lo que llorarían las pobrecitas!
Nos tenía separado por varias hileras de pupitres. Los peques llevábamos una pizarra y pizarrín, para las cuentas y los dictados. Nos mantenía a raya con su ojo de azor. Los peques, nosotros, éramos los más movidos e inquietos. Uno se dormía o hablaba, salía volando el cepillo del profe. ¡Qué puntería, ni Búfalo Bill!
Todos estábamos atentos a su disparo; lo esquivábamos e impacta en la cachola de Manolito, el único estudioso de nuestra hilera. ¡Pobriño, tenía más chichones que escaleras peluqueras! Nunca se quejaba. ¡Claro, su padre era peluquero; vivía en frente del Cole!
¡Mañana, jueves, no había clase! Salimos del cole escopetados. Fuimos al sastre; era hermano de mi madrina Pilar. Ya nos tenía confeccionados nuestros sombreros: de duro papel, de retales… ¡Nos generaba poderío!
Ya cada uno había forjado su espada. ¡Ojo, de madera! Íbamos a declarar la guerra a nuestros amigos de La Seca.
Hubo gran discusión sobre la vestimenta. Se terminó que cada uno se vistiese como quisiera: algunos de vaqueros; otros, de indios; los demás, lo que tenían: pantalones cortos con tirantes. ¡Vaya esperpento para declarar una guerra!
Aquel "jueves" presumía de su bonanza; el sol había espantado esas nubes engañosas y traicioneras; era suave y mimaba con exceso a toda la naturaleza. Estábamos formando nuestro ejército y todas las abuelas, madres y cotillas se reían de nuestro afán de aventura. ¡No ha cambiado esta vieja costumbre: fisgar y criticar lo ajeno!
El Capotas venía con una bandera, atada a un palo largo; era un trapo blanco, adornado con una calabaza negra, fea y de aspecto horrible. ¡Menudas gaitas! Se la había hecho su padre, que era guarda civil.
Manolín, el tendero, aportó una gran bolsa de alimentos. ¡Qué astuto y sabio! Había que reponer fuerzas. Esto animó a la tropa. Ya todos agrupados, iniciamos la marcha hacia el monte Castañal. Tomamos esta entrada; entonces todo era naturaleza y su sendero nos conducía a las praderas de floresta. ¡Cómo está ahora! Da lástima: lleno de cemento y se evaporó su duende, su encanto.
Salimos marcando el paso e iniciamos la subida del sendero. La bandera lucía y amedrentaba a todo bichejo, gorriones y otros pajarracos. No teníamos trompeta, pero, ¡Sí, buenos silbatos, que hacían su molesto ruido! Íbamos llenos del gran espíritu guerrero y nuestros cánticos molestaban a la perezosa brisa, que dormitaba su siesta.
¡Ya en la cima, una mujer con un sacho, nos da el alto y nos grita! "Rapaces, fora de eiquí. Non queros veros neste camiño; si os vexo, os fago trozos coo fouciño". Quedamos parados; alguno se hizo pis; poco a poco, fuimos retrocediendo. ¡Estábamos desconcertados!
El Gusano que reptaba mejor que las serpientes, fue a espiar y enterarse quién era esa amenaza tan brutal. Serpenteó como un apache, silencioso y camuflado. ¡Era tan delgado que pasaba desapercibido y no lo reconocía su Mamá!
Sentados en la orilla de la Carretera de Orense, estábamos de un ánimo como al gato que le atamos una lata a su rabo. El Mocoso titiritaba de miedo, y un gran moco verde resbalaba de su nariz hasta la boca; probaba un poco y el resto lo limpiaba con la manga de su camisa. ¡Siempre igual!
Gordito sentía fatiga y estaba colorado. Lanzó un cañonazo de pedo que asustó a los pocos viandantes
- ¡Uuf, qué alivio! Manolín, abre la saca que ya tengo hambre.
No fue mala idea. Todos despachamos las exquisiteces que nos habían regalado los padres de Manolín; era el único tendero de nuestro territorio. Entretenidos en degustar, nos olvidamos del Gusano. Llegó lleno de tierra, herbajo. Se sentó, merendó y nos informó sobre el inesperado enemigo.
- ¡La he visto y espiado! Tiene un cabezón más grande que un calacú, con unas lanas sucias de pelos que son camino de piojos y otros bichos; la nariz es una peonza de mal pino, con un buen grano. La boca.., ¡qué boca!, grandísima con los dientes negros y mal enfilados. Los ojos – menudo miedo- son espantosos y miran cada uno a un lado distinto. Las orejas, grandes y llena de pelos. Tiene unas tetas como las campanas de una catedral; es cuadrada por delante y por atrás; muy enorme. ¡Veréis! Sacó de su mandil una gran llave de hierro viejo y sucio. Abrió la puerta de su casa y tuvo que entran de lado, ya que de frente no podía. Las piernas son de elefantes y sus brazos de gorila. ¡Vaya enemiga! ¡Con qué nos hemos topado!
- ¡Vaya espía! Todo eso ya lo vimos.
- Sabiondo, siempre te adelantas. Pronto empezó a roncar – qué ronquidos-, espantan a todos los animales y pájaros. ¿Escucháis? Ya sabemos por qué no hay nidos, ni culebras; emigraron todos. Pasaron por el sendero dos señoras; lo que hablaron: ¡Qué Lola, la loca, dormía la siesta de tres a cinco y que era costumbre sagrada! Pobre del que la molestara.
- ¡Eres un gran jefe apache! El sábado le daremos la tabarra a esa señora. ¡Qué se entere que el camino es de todos! Nada de espadas, ni bandera. Traed todo lo que suene: cacerolas, pitos, trompetas, bombos. ¡Todo lo que haga ruido!
Nos dispersamos y todos impacientes en espera del sábado; nos iba a conocer esa dictadora de nuestro Castañal. En aquellos años se comía a una, toda la familia. Muchos de nuestra tropa le obligaban a dormir la siesta; eran los menos. Los demás ya salían de su casa hacia las dos, para no dar la tabarra.
¡Llegó el sábado sangriento! ¡Increíble! Aún no eran las tres, toda la tropa estaba preparada; me bronquearon por ser el último. Esperamos un poco y enviamos al Gusano de espía con la consigna: Silbase para proceder nuestra justa reclamación: "El camino es de todos, eso, eso y nada más".
El nerviosismo nos envolvía en una aventura inesperada. Sonó la señal del Gusano; a paso lento y prudente, fuimos subiendo el sendero de nuestro Castañal.
¡Qué espanto! Salían de la casa de la Loca una tronada de ronquidos; Hacían templar los pinos y el suelo. ¡Ya todos agrupados, iniciamos nuestra protesta! Con cacerolas, platillos, silbatos, trompetas, cacharros provocamos un gran terremoto. El Gorila lazó un piedrazo a la puerta de la Loca….., desencadenó una lucha sangrienta. Todos a una: "El camino, el camino no es tuyo; el camino, el camino es de todos".
Se abrió la puerta y allí estaba ella, echando culebras y sapos por su gran boca; vestía un camisón de viejos retales, muy mal cosido. En la mano derecha llevaba una machada enorme y gritaba: "Os vou a matar, fillos de satanás". Fuimos reculando; ella quiso salir de prisa, tropezó y besó el suelo. Empezó a gritar, a patalear; no era capaz de levantarse.
Nos difuminamos como los franceses ante las valientes mujeres en la batalla de Ponte Sampaio. ¡Ya en la acera de la Carretera de Orense, sus gritos y pecados los escuchaba con gran preocupación!
Vi llegar varios Guardas Civiles, con su capote, sombrero torero y grandes fusiles. Entraron en el Castañal, pero el griterío aumento de volumen. Toda la gente se amontonó en la entrada, para fisgar y darle luego al trapo, modificando la realidad.
Llega un coche muy raro, blanco y grande. Salen hombres vestido todo de blanco, pero de una fortaleza…¡qué fortaleza!; eran unos Sansones de aúpa. Cogieron una camilla.. ¡Otros más entrando en el camino de la tragedia!
¡Canastos! Se fue de vacaciones el griterío. Bajaban los Sansones; traía a la Loca en camilla, atada con cuerdas y con un gran bozal para que no gritase. La metieron en su coche, se la llevaron. Nuestras Mamás, que siempre se quieren enterar de todo, dieron la tabarra a nuestros amigos, los Guardas Civiles. ¡Suerte, no soltaron prenda!.
Lunes y todos al Cole. Don Enrique estaba muy serio y triste; mirando para nosotros habló despacio, con calma y lleno de humanidad: "El sábado habéis cometido dos grandes hechos, que no son propios de personas de amistad cristiana. El primero, el faltar el respeto a una persona mayor, aunque no tuviese razón. ¿No hay varios caminos para atravesar el Castañal? Esto es fue vuestra gran falta. Segunda, antes de responder al comportamiento de una persona, hay que enterarse qué motivos provoca su conducta. Doña Lola perdió a su marido hace pocos años, en la guerra. Sus hijos fueron enviados a la batalla del Ebro y murieron. Ella tuvo una crisis nerviosa y fue encerrada en un manicomio. ¡Lo que sufrió esta pobre mujer! Era una belleza, delgada, ágil, amable, llena de vitalidad. Vosotros le hicisteis revivir sus tiempos pasados. ¿Qué conseguisteis? Que la lleven al manicomio. Os dejo esta reflexión para mañana".
Salí del Cole y me senté a la puerta de mi casa. Sentía pena, remordimientos. Nuestra panda solo quería jugar a la guerra con nuestros amigos de la Seca. Fuimos por una victoria y resultamos derrotados. No se iban de mi pensamiento el sufrimiento de Doña Lola; unas lágrimas de dolor surcaban mis mejillas… ¡Estuvo muy mal mi comportamiento! ¿Qué sería de Doña Lola? Nunca más volví a verla.
¡Ojalá todos respetemos a los demás!
Pedro de Lorenzo Macías.
Fotografías: @Pedro Lorenzo Macías.