C.L. Fontán Ruiz
Orgullo Pontevedrés
Pontevedra es esa porción de piedra cincelada por las huellas de peregrinos, que sus calles han ido pisando mientras se refrescaban en sus fuentes. Es ese lienzo cimentado sobre una concha de vieira, supervisado por un loro con nombre de anarquista galo.
Pontevedra fue mansión, villa, cruce y puente romano. Admirable fondeadero; prolífica en la transacción de pescado salado y prospera urbe de marinos y corsarios.
Pontevedra es esa compleja Capital de provincia, que en vez de complacerse por el desarrollo de su hermana pequeña se inquieta. Sin admitir con honra que es la mayor y por derecho la primogénita.
Pontevedra fue arquitecta de carabelas, para el suntuoso encuentro de las culturas de dos tierras. Ocupada, saqueada y quemada supo mantener su espíritu firme sin perder esa rareza tan nuestra. Armónica, comercial y burguesa.
Pontevedra es esa ciudad capaz de despachar naturaleza. Creciendo de espaldas a un río, ocultando un torrente, encubriéndose del mar y prescindiendo de sus junqueras. Esa lindeza que se adiestra, donde divisar dos edificios iguales es tan enrevesado como observar un autobús urbano abarrotado. Donde el talento ilumina puentes sobre un río enfangado para el baño.
Pontevedra fue heroica contra los franceses, centro intelectual español. Y fugaz capital política gallega. Artístico hervidero cultural, político y social del que germino el actual nacionalismo gallego.
Pontevedra es esa tierra serena de agua y piedra, que brota enyesada de felicidad circundada de cumbres arboladas desde las que observar su enigmática belleza. Esa gracia que se revela entre la silueta de sus parroquias, plazas y callejuelas.
Pontevedra se ha convertido en esta villa hospitalaria con los visitantes, atenta con el deporte, consejera de su gastronomía. Sincera con su cultura y amable con sus costumbres y fiestas.
Pontevedra es esta inspiración y ese orgullo tan envidiado. Pontevedra soy yo, Pontevedra eres tú.