Valentín Tomé
Res publica: Los jóvenes y las sombras
Al principio del VII libro de la República, Platón nos narra la que pasa por ser la alegoría más importante de la historia de la filosofía, me refiero al popularmente conocido como mito de la caverna. En él, el filósofo nos describe un espacio cavernoso en el que se encuentran un grupo de hombres prisioneros desde su nacimiento, con cadenas que les sujetan el cuello y las piernas de forma que únicamente pueden mirar hacia la pared del fondo de la caverna sin poder nunca girar la cabeza. Por detrás de ellos circulan otros hombres portando todo tipo de objetos cuyas sombras, gracias a la iluminación de una hoguera, se proyectan sobre la pared que los prisioneros pueden ver. Debido a las circunstancias de su prisión, estos hombres se hallan condenados a tomar únicamente por ciertas todas y cada una de las sombras proyectadas ya que no pueden conocer nada de lo que acontece a sus espaldas. Este sería el núcleo central de la alegoría.
A lo largo de la historia del pensamiento se han vertido ríos de tinta sobre las posibles interpretaciones de este mito, si bien a mi entender es evidente que Platón trata de advertirnos sobre los peligros de tomar por realidades ciertas y últimas lo que no son más que proyecciones de verdades más profundas. ¿Podríamos encontrar hoy en día, más de dos mil años después de la presentación del mito, sujetos que se encontraran en condiciones similares a las de los prisioneros de la narración?
En un mundo dominado por la revolución digital, resulta tentador ver esas sombras como las imágenes sobre las pantallas de los múltiples gadgets (teléfonos móviles inteligentes, ordenadores portátiles, tablets…) que delimitan nuestras vidas. Así, no es raro encontrarse con sujetos que se hallan literalmente secuestrados por el poder seductor de toda esa información iconográfica, hasta tal punto que da la impresión de que lo más importante de su vida transcurre en ese universo virtual. Podríamos afirmar entonces que al igual que en el mito se hallan prisioneros en una realidad "inferior".
Pero si bien es cierto que existen individuos abducidos por esas sombras, la mayor parte de las personas no actúan como sujetos delirantes que otorgan al mundo virtual la categoría de única y verdadera realidad; se valen de su gadget para entrar en él pero son perfectamente conocedores de donde se encuentra la salida a la caverna. Sin embargo, sí existe una categoría donde el poder seductor de esas sombras se despliega con toda su fuerza, especialmente entre nuestros jóvenes; me refiero a la tendencia natural de identificar todos esos artilugios tecnológicos con el bienestar.
En una clase de Economía una vez pregunté a mis alumnos si creían que ellos vivían mejor que sus padres cuando estos tenían su edad. Sin dudarlo, respondieron afirmativamente. ¿Cuál era su principal razón? En seguida, señalaron hacia la caverna y sus sombras. Sabían que todo aquel mundo fue descubierto hace muy poco tiempo y resultaba totalmente desconocido para la generación de sus padres. Muchos, estupefactos, se preguntaban cómo podía haber sido la juventud posible sin poder acceder a los secretos y placeres de aquellas sombras.
Sin embargo, con paciencia mayéutica digna de Sócrates, fui planteando una serie de preguntas que nos permitieron establecer la siguiente conclusión: en la mayor parte de los casos sus padres lo habían sido antes de los 30 y casi todos tenían algún hermano o hermana. Además, sus progenitores habían dispuesto de vivienda y coche propio antes de haber sido padres y en muchas ocasiones sólo uno de los dos, normalmente el padre, trabajaba fuera del hogar y lo hacía de manera estable. Inmediatamente, cayeron en la cuenta que no podían nombrarme un solo caso de similares características entre la gente de su generación.
Hoy sabemos que la tasa de emancipación de la población española entre los 20 y los 29 años ha empeorado año tras año desde 2009. En la actualidad, menos del 35% puede abandonar el hogar familiar para desarrollar un proyecto de vida. Más de la mitad de los jóvenes trabajadores menores de 30 años, en concreto el 56%, tiene un contrato temporal, porcentaje que se eleva hasta el 73% en el caso de los menores de 25 años. La tasa de paro juvenil en España es superior al 40%, la mayor de toda la Unión Europea y propia de países del África subsahariana. El salario medio bruto de los trabajadores menores de 30 años es de 930 euros mensuales… Estos son solo algunos datos, podríamos enumerar muchos más que demostrarían la imposibilidad material para nuestros jóvenes de alcanzar la independencia civil.
Los jóvenes de mayo del 68 bajo lemas como Bajo los adoquines está la playa, ¡Haz el amor y no la guerra! o ¡Prohibido prohibir! llenaron las calles con reivindicaciones utopistas que pretendían transformar ideas y valores morales. Más de 50 años después de todo aquello, nuestros jóvenes tan solo piden un futuro normal: una escuela pública, una sanidad decente, un salario digno para poder fundar una familia, para poder tener hijos, para no tener que emigrar siguiendo las demandas de trabajo de un mercado laboral demente y suicida e incluso, lo que hoy parece un imposible metafísico, una pensión.
El mito platónico finaliza con la llegada de un prisionero que después de haber sido obligado a encaminarse hacia fuera de la caverna a través de una áspera y escarpada subida, apreciando una nueva realidad exterior (árboles, lagos, astros…) es conducido de nuevo hacia donde se encuentran sus compañeros absortos con las sombras. Su intención es la de "liberarlos" para guiarlos hacia el exterior, pero tan pronto inician la ascensión, sus antiguos compañeros lo matan, en lo que se entrevé una alusión al esfuerzo de Sócrates por ayudar a los hombres a llegar a la verdad y a su fracaso al ser condenado a muerte.
Hoy nuestros jóvenes no precisan de ningún mesías que los ilumine; así muchos de ellos, de manera espontánea, inundaron las plazas aquel 15 de Mayo en una de las primaveras más hermosas de nuestras vidas para recordarnos que ahí estaban, dispuestos a luchar por su futuro. Que al contrario que los sesentaochentistas no pedían lo imposible sino tan solo el derecho de disponer de todo aquello que hace que una vida pueda ser llamada digna. Que su futuro era también el nuestro, el de todos.