Kabalcanty
El pasajero del sueño (10ª parte)
— Y si no supiera discernir entre sueño y realidad, Karmelo; parecen mezclarse de una manera que se escapa a mi voluntad- confesé con cierta angustia.
— Creo que la mayoría de los artistas nos pasamos la vida huyendo de la jodida realidad -dijo mi amigo con una íntima sonrisa- Pero hay una frase que dijo Woody Allen que aclara todo: "Siempre he detestado la realidad, pero es el único sitio donde se consiguen alitas de pollo."
Se rió con ganas.
— La contradictoria existencia –apostilló, sofocando la hilaridad.
— Sin la realidad no podríamos conocer lo que es sueño y viceversa, sí. -dije en un tono más lúgubre.
Mi amigo poeta se rascó el entrecejo con morosidad como si deseara desenterrar su contestación desde el meollo de su cabeza.
— Tal vez todo sea un sueño pesado, la vida, tú, yo, los viajes a Marte…… Y la realidad sea sólo una intuición inalcanzable. No le des más vueltas, carpe díem, aitabitxia.
Karmelo había bebido más vino que yo y el café no terminaba de espabilarle. Los párpados eran losas demoledoras obstinadas ante sus ojos saltones.
Le dije que debía marcharme ya, que mi mujer me había encargado un par de paquetes de mascarillas para el protocolo de embarque y no deseaba jugármela dejando que cerraran las tiendas.
Nos despedimos entre abrazos al final de la calle en cuesta.
— Te acompaño hasta tu portal -le dije antes.
— ¡Quieto, "parao" que el menda está "mojao" pero sin mearse! -contestó sacando pecho con guasa- Agur, agur, lagun maitea. Si te cansas de marcianos ya sabes dónde vive el Karmelo.
Se fue, retocándose el ala del sombrero americano.
Antes de llegar a la estación de metro llamé por teléfono a mi mujer para comunicarle que ya iba para casa. La noté alterada y se lo dije. "Los chicos que me sacan de mis cabales. Pidiéndome uno y otro dinero para salir. ¡¿Y de dónde lo saco!? ¡Es que vaya ruina! Oye, no se te olvide que con estos hemos quedado en donde Lui a las ocho. Tienes que invitar una ronda porque ayer perdiste con el baloncito en el parque ¿Te acuerdas?" Me sentí un poco ofendido por su preguntita final, la tomé como una indirecta.
Me bajé en la estación cercana a mi casa y me encaminé al supermercado de costumbre. "Obligatorio el uso de mascarilla", rezaba un letrero cochambroso a la entrada del establecimiento. Los pocos que entrabamos en el comercio ninguno llevábamos mascarilla y eso que el vigilante de seguridad escudriñaba anodinamente a cada cual desde su sitio en la entrada. Eso sí, me lavé las manos con el gel hidroalcohólico que dispensaba una máquina a cuentagotas; las notaba grasientas, pegajosas.
Fui a la sección de parafarmacia y di con los paquetes de las mascarillas aunque tuve que empinarme casi al límite porque estaban abandonadas arriba del estante de la góndola. En el momento que las tenía entre las manos alguien me llamó por mi nombre de pila. Me giré sorprendido para darme de cara con un tipo algo menos viejo que yo vestido con un mono amarillo con el logotipo azul. ¡¡Un mono amarillo con el logotipo azul!! Mi mente desplegó su curiosidad y antes de cerciorarme de quién era me fijé de pleno en esa ropa de trabajo.
— Lo mismo no te acuerdas de mí, "chalao". –dijo, tendiéndome la mano.
Cierto es que me sonaba pero no recordaba con exactitud.
— Joder, soy Rubio, tu compañero de empresa en los años mozos.
Rubio, Rubio….. comencé a pensar sintiendo un rechazo similar a cuando hallé la araña, a Sánchez o a mi mismo abuelo. Repudiaba a aquel tipo aunque no lo ubicara en mis recuerdos.
— Estaba en la planta de hormigón ¿a que sí? -dijo al compás de una circulación de manos equivalente a la de un malabarista- Julito, "Cagalindes", "el Jomeini", "Peloperra" y mi hermano, el que andaba con el topógrafo, estaban en la camarilla. ¿A que sí?
No tuve más remedio que afirmar y fue cuando se lanzó a mis brazos para abrazarme.
— Coincidí con tu hermano en otro sitio -le dije de sopetón.
— Murió hace dos años, fue una desgracia; bueno la desgracia de estos putos virus que nos tienen acorralados.
Le di mi pésame. Él reaccionó enseguida y me tomó del brazo para avanzar por el pasillo de parafarmacia.
Entonces noté la ausencia de público a nuestro alrededor. Me acordé de los tres o cuatro clientes que discurrían por ese pasillo cuando entré y que ahora estaban desaparecidos. Veía gente por el pasillo central que pasaban con sus carritos sin intentar siquiera penetrar en el nuestro. Curiosamente, cuando constataba nuestra soledad, parecía que la presión del brazo de Rubio disminuía o desaparecía del todo y su silueta se volvía más frágil y difusa, inconstante.
— Es que tú no valías para ese oficio, te lo digo de buena fe, eh -decía sin que yo hubiese dicho nada- Siempre…..no sé….. fuiste algo flojito….. señoritingo, diría yo. No te implicabas, je,je,je…..
Me observaba el perfil esperando que yo dijera que sí, suponía. Y lo dije.
— Tampoco tenías una personalidad bien definida…… Eras algo sieso, menos cuando te emborrachabas; entonces eras la hostia.
— Tú te acuerdas de algo relacionado con una araña enorme que sólo eran pequeñas arañas que iban colocadas en su chepa.
Las palabras me salieron de improviso desconcertándonos a los dos por igual.
Rubio se detuvo, me soltó el brazo y comenzó a rascarse meditabundo su flamante cabello entrecano. Me miraba y retiraba sus ojos hundiéndose en unos recuerdos que le procuraban un gesto cómico. Elevaba las cejas, se rascaba el pelo y manejaba sus manos musitando para si.
— Pero….pero…. ese fue Alfonsito en Parla. ¡Claro, ya me acuerdo! -exclamó con una desenvoltura orgullosa- Pues creo que, mira tú por dónde, que anda por aquí, donde los refrescos de cola. Todavía es militar, eh.
Esto último me lo comentó cauteloso, comprobando nuestro alrededor hueco.
— Pregúntaselo a él y salgamos de dudas de una jodida vez. ¡Vamos!
Me dejé arrastrar pasillo adelante.
Los clientes del supermercado se apartaban a nuestro paso o simplemente desaparecían, ya que, como pude comprobar, tras de nosotros no quedaba nadie.
— A mí me ha ido fenomenal, fíjate me jubilaré el año que viene siendo encargado-jefe de plantas. El año que viene setenta añazos que nos caen y resistiendo a todos estos putos virus. ¿Te das cuenta, tío?
Escuchaba a Rubio como el meneo del aire al pasar de frente los clientes del establecimiento o como los consejos publicitarios que salían por megafonía.