Valentín Tomé
Res publica: Un barbero en la Casa Blanca
«En un lejano poblado de un antiguo emirato había un barbero llamado As-Samet diestro en afeitar cabezas y barbas, maestro en escamondar pies y en poner sanguijuelas. Un día el emir se dio cuenta de la falta de barberos en el emirato, y ordenó que los barberos solo afeitaran a aquellas personas que no pudieran hacerlo por sí mismas. Cierto día el emir llamó a As-Samet para que lo afeitara y él le contó sus angustias:
'En mi pueblo soy el único barbero. No puedo afeitar al barbero de mi pueblo, ¡que soy yo!, ya que si lo hago, entonces puedo afeitarme por mí mismo, por lo tanto ¡no debería afeitarme! Pero, si por el contrario no me afeito, entonces algún barbero debería afeitarme, ¡pero yo soy el único barbero de allí!'
El emir pensó que sus pensamientos eran tan profundos, que lo premió con la mano de la más virtuosa de sus hijas. Así, el barbero As-Samet vivió para siempre feliz».
Este pequeño texto escrito por el gran filósofo y matemático británico Bertrand Russell en 1901 tuvo unas implicaciones enormes en la teoría de conjuntos que por aquel entonces matemáticos como Frege y Cantor estaban tratando de desarrollar. Al fin y al cabo, con ella, Russell demostró la existencia de conjuntos singulares. Siguiendo la paradoja anterior si se define el conjunto formado por las personas de ese emirato a las que afeita el barbero, ¿formaría o no formaría parte el propio barbero de ese conjunto? Como explica el propio barbero al emir ambas respuestas podrían ser verdaderas o falsas al mismo tiempo. Estaríamos ante una enorme paradoja. La forma en la que esta paradoja se resolvió excede los motivos de esta columna pero básicamente consiste en evitar la autorreferencialidad a la hora de definir un conjunto.
Los Estados Unidos se autoproclaman un pueblo pacífico, destinado por la providencia a expandir el ideal de la libertad y la democracia por el planeta. Su relato se complementó más adelante con doctrina Monroe de 1821, cuyo eslogan "América para los americanos" (no conozco mayor arrogancia en un país que identificar su toponimia con la de un continente entero tan alejado en general social y culturalmente del suyo) fue la excusa para imponer su voluntad a los nacientes Estados de América latina y posteriormente al mundo entero. Según argumentan sus ideólogos, no se trata de una situación buscada, sino de una especie de fatalidad con la cual deben convivir, impuesta por Dios, como pueblo elegido para garantizar la democracia. Así, educados en la paz, tendrán que hacer la guerra. Bajo la promesa de defender la justicia y la libertad, se ven abocados a transgredir dichos principios en pro de lograr el objetivo final, que no es otro que imponer por la fuerza y a su pesar el Estado de Derecho. Para ello no escatiman esfuerzos, promueven golpes de Estado, derrocan gobiernos y, si es necesario, invaden países en nombre de la pax americana. Podíamos definir entonces así su labor como guardián del planeta: "EEUU pondrá orden en todos aquellos países incapaces de ordenarse por sí mismos".
En los momentos de escribir estas líneas se confirma que Donald Trump ha perdido las elecciones en su país. ¿Significa esto que el trumpismo ha sido tan solo un mal sueño? Como saben los lectores habituales de estas columnas, la mayoría de los procesos que se dan en la Naturaleza tienen un carácter irreversible, es imposible que los pedazos de un jarrón cuando este se rompe se recompongan de manera espontánea para formar la pieza original.
El dominio de Trump sobre el Partido Republicano y sus bases ha sido tan absoluto, tan demoledor, que una derrota no puede borrarlo. Esa mezcla de odio, miedo, autoritarismo y desprecio por el conocimiento ya se adivinaba hace años en algunos recodos oscuros del partido (recordemos el famoso Tea Party), pero ahora se proclama con orgullo y es el centro de su discurso. Su liderazgo autoritario apoyado en un populismo tradicionalista neoconservador ha calado hondo en multitud de movimientos de ultraderecha en Occidente. El mismo Santiago Abascal se declara un ferviente admirador de su figura y no dudó en hacer suyo el pensamiento paranoico de Trump en relación a los recuentos electorales.
Pero su principal legado es el de haber creado una sociedad fuertemente polarizada, no en un sentido interclasista sino intraclasista. Aquellos famosos lemas de hace pocos años como "somos el 99%" para evidenciar la enorme brecha material, cada vez más amplia, entre las élites y la clase trabajadora, han pasado a mejor vida; y hoy, son los ciudadanos de a pie quienes se enfrentan unos a otros. Así, el 96% de los votantes demócratas y el 89% de los republicanos decía que si ganaba su rival sentirían miedo. Es más, muchos piensan que una victoria de su rival cambiará por completo su país: el 82% de los votantes de Biden dicen que "Trump probablemente transformará su país en una dictadura" y el 90% de los de Trump que los demócratas quieren convertirlo en "un país socialista".
Es evidente que nos encontramos ante un país con múltiples problemas sociales y de convivencia entre sus ciudadanos. Las protestas por la violencia racial han aumentado exponencialmente en los últimos años. En los últimos meses, la atención ha estado puesta sobre la brutalidad y el racismo sistémico de gran parte del cuerpo de policía, pero el racismo en Estados Unidos no se limita a las fuerzas del orden. Los negacionistas de la pandemia, espoleados por su presidente, son legión y no dudan en salir a la calle armados para defender sus "libertades individuales". Al mismo tiempo, el coronavirus está haciendo estragos entre la población en general; en una sociedad donde la salud pública es muy deficitaria lo que provoca que la mayoría de las víctimas procedan de las clases sociales más bajas (en las que existe una fuerte presencia afroamericana o latina). Únase a todo esto los clásicos problemas estructurales del país en materia de educación, desigualdad de ingresos o el propio sistema electoral, cargado de disfuncionalidades, y al que se le puede tildar de cualquier cosa menos de democrático (por poner un ejemplo, todos los estados tienen dos senadores. Es decir, que los 40 millones de personas que viven en California, con un 39% de personas blancas, están representados por dos senadores, igual que las 570.000 personas del estado de Wyoming, blancos en un 92%. Eso significa que los votantes de los estados más viejos, rurales y blancos están significativamente sobrerrepresentados tanto en el Senado como en las elecciones presidenciales. Así se explica que de los casi 2.000 senadores que ha habido desde 1789, sólo 10 han sido afroamericanos).
Volviendo a nuestra sentencia anterior, si EEUU es el país del mundo que pone orden en los países incapaces de ordenarse a sí mismos, ¿podrá EEUU ordenarse a sí mismo? Tremenda paradoja. El barbero se ha colado en la Casa Blanca y parece dispuesto a quedarse, y cualquier presidente que por allí pase no podrá ignorarlo. Su sola presencia le recordará las contradicciones irresolubles en las que vive su país en relación a su papel de gendarme planetario.