Daniel Pérez Rodríguez
Corta esos arbustos que dañan el edificio
"Vamos a cortar esos arbustos que están dañando el edificio": así comienza la absurda premisa arboricida del presidente de la comunidad de vecinos de un edificio en Vigo. Hay unas grietas en el pavimento y tenemos que talar los arbustos, ya avisé a los vecinos; está decidido -sentenció-.
Y de una forma tan estúpida catorce ejemplares de Prunus laurocerasus fueron condenados a muerte. Hoy os voy a contar su silenciosa historia:
Después de cenar en un gallinero próximo, un fugaz jolgorio atraviesa los edificios: una nutrida bandada de gorriones se reúne cada atardecer entre los arbustos. Tras parlotear durante unos minutos y coger sitio en las ramas se disponen a pasar la noche, amparados del viento por la fachada del edificio.
Al poco, la oscuridad baña el pequeño jardín urbano. Las mariposas nocturnas vuelan hacia la luz de una farola cercana; salen de las hojas y ramas de los Prunus que por el día ocultaban a estos delicados insectos. La tranquilidad de la noche solo dura unos instantes: con un silencioso destello un murciélago atrapa a la polilla. No está solo, tres ejemplares más se reúnen todas la noches para cazar ayudados por la luz artificial en este jardín. El frenético festín da paso a la quietud de la madrugada.
Con los primeros rayos de sol, se rompe el silencio de la noche y el armonioso canto de las aves marca el inicio del día. Entre el rocío nocturno que resplandece a través de la hierba del jardín se mueven dos afanados visitantes: un Mirlo común, que busca lombrices entre la tierra; y un Petirrojo europeo, que inspecciona minuciosamente la vegetación en busca de hormigas. Suena un ladrido, vuelan las aves: un vecino sale a pasear el perro. Detrás de las hojas de los Prunus observan atentamente los pequeños habitantes esperando a que pase el peligro.
El sol sobrepasa su cenit y las sombras comienzan a alargarse, una ligera brisa mece las hojas de los arbustos evocando la tranquilidad de un bosque. Un chasquido resuena en el aire, una pequeña criatura aterriza en el jardín y se dirige a la base de los arbustos; un Colirrojo tizón se dispone a dar un festín de arañas y opiliones. Quizás, si es verano esté buscando alimento para su nidada que aguarda impaciente en alguna grieta cercana.
Estas y muchas más historias se encuentran ligadas al sustantivo "arbusto". La naturaleza trabaja delante de nuestros ojos, todos los días del año, al lado de nuestras casas, pero es raro que haya un instante en nuestras ajetreadas vidas en el que nos detengamos a percibirlo. Si hay tiempo quizás en los documentales de la TV, porque ahí es donde reside la naturaleza, verdad?... la que existe a nuestro alrededor la ignoramos, presuponemos y maltratamos: los pájaros siempre están ahí, los bichos son repulsivos, los murciélagos salen de noche a cazar unas polillas que alguien puso al lado de la farola y esos arbustos me tapan las vistas. La simplificación de la realidad es un fenómeno común (y necesario) para nuestro cerebro, pero cuando esto sucede con los seres vivos se vuelve algo peligroso y dañino, para todos. Sólo damos valor a lo que tenemos cuando descubrimos el vacío que deja su desaparición.
Talar catorce arbustos dejando en su lugar cemento inerte y habitantes huérfanos es un crimen: estoy convencido de que este tipo de actos será visto como algo inconcebible en un futuro. Quizás, en ese futuro ya habremos descubierto lo indeseable y artificial que es el mundo que estamos creando; y es que, por mucho que nos pese, son estos pequeños (y estúpidos) pasos los que poco a poco nos acercan a un mundo menos humano.
Reconozco que todo este asunto de la tala me sorprendió, teniendo en cuenta la experiencia que vivimos en el confinamiento en el que, después de privarnos de nuestro bien más preciado -la libertad-, pudimos escuchar la naturaleza que se escondía en las ruidosas calles de nuestras ciudades. Muchos de nosotros aprendimos a valorar que, a veces, son las cosas más sencillas las que necesitamos para sentirnos bien.
Dicho esto, espero haber conseguido que el lector se detenga, aunque sea durante la lectura de estas líneas, y reflexione sobre la riqueza y diversidad de especies que conviven con nosotros. Procuremos querer y respetar a los seres vivos que nos rodean y no solo a aquellos que mueven la cola cuando nos ven o comen de nuestra mano. Con ellos compartimos el espacio, sus pequeñas (y grandes) odiseas nos enseñan lecciones de vida y su presencia nos hace más humanos.
Daniel Pérez Rodríguez