Valentín Tomé
Res publica: El espacio-tiempo como símbolo de riqueza
Al principio de la historia de la Física se pensaba en el espacio y el tiempo como dos entidades independientes la una de la otra, pero desde la teoría de la relatividad general de Einstein ambos conceptos se integran en un continuo sobre el que se representan todos los fenómenos físicos del Universo. Esto es así pues para la mayoría de los físicos de hoy en día el tiempo y el espacio son dos realidades indisolubles una de la otra en las que ambas se necesitan mutuamente para poder ser definidas. Así cuando decimos que la velocidad de la luz es una constante física cuyo valor aproximado sería de 300.000 km/s, esa partícula elemental que forma la luz, el fotón, cuando se desplaza por el "tejido" del Universo nos está dando una medida para el espacio pero también una medida para el tiempo. Por ejemplo, un metro sería la distancia recorrida por un fotón en 1/300.000.000 segundos, o un segundo sería el instante que tarda un fotón en recorrer 300.000 kilómetros.
Pero el espacio-tiempo no es solo el "escenario" sobre el que se despliegan todos los fenómenos que tienen lugar en el Universo, incluido el de nuestras propias vidas; sino también el principal indicador de nuestra posición o estatus en el interior de una sociedad.
La mayoría de nosotros, como representantes de la clase trabajadora, no disponemos de medios de producción con los que ganarnos la vida, así que sólo podemos ofrecer una cosa de la que sí somos poseedores en el llamado mercado del trabajo para poder subsistir: nuestra fuerza de trabajo. En ese mercado, el propietario de esos medios de producción, el capitalista, decide libremente si adquirir o no la mercancía que le ofrecemos a cambio de lo que comúnmente llamamos salario. Es evidente que ese capitalista sólo comprará nuestro producto (la fuerza de trabajo) si de su explotación espera obtener un beneficio económico mayor añadido al hecho de no hacerlo. Ese beneficio es lo que se conoce como plusvalía.
En una primera y superficial observación se podría pensar que la única variable que está en juego para cerrar esa transacción sería el dinero, pues en él se expresa tanto el salario que espera obtener el trabajador como la plusvalía que espera extraer el capitalista. Sin embargo, el dinero no es más que un fetiche con el que realmente se adquiere algo de más valor: tiempo. Sólo que se trata de un tiempo de una naturaleza diferente para ambos. Mientras el trabajador adquiere tiempo vital pues con ese salario adquiere otras mercancías (las cuales son producidas por otros capitalistas) que le permiten seguir viviendo (alimentación, vivienda, energía…) mientras dure su contrato, sabedor como es de que cuando este finalice, deberá seguir ofreciendo su pellejo al mercado para poder comprar tiempo con el que prolongar su existencia; el capitalista compra tiempo de ocio, pues sus necesidades vitales están más que satisfechas, y con la plusvalía obtenida gana tiempo para sí, es decir "crea" un tiempo que le libera de la esclavitud de preocuparse por su propia subsistencia.
¿Y el espacio? Evidentemente la capacidad de adquirir espacio es un indicador claro de la riqueza de un individuo, pues es lo que comúnmente conocemos como propiedades. Quien posee propiedades, sobre todo de naturaleza inmobiliaria, lo que realmente está haciendo es creando un espacio para sí, es decir un espacio propio donde, con las limitaciones lógicas, él es el único amo y señor.
Es ahora entonces evidente que ese concepto tan abstracto y tan alejado de lo "material" como el espacio-tiempo es quizás el mejor referente a la hora de valorar la riqueza que posee una persona, al menos en las sociedades capitalistas modernas. ¿Y cómo se conjugan en la representación de ese estatus el espacio y el tiempo? Quizás la mejor forma de hacerlo sea atendiendo a la capacidad de movilidad de una persona, es decir a su capacidad de conquista de espacio-tiempo. Así, mientras la mayoría de las personas poseen una capacidad limitada para desplazarse por el planeta, y siempre que lo puedan hacer deberán conformarse con los medios públicos de transporte si quieren recorrer largas distancias (aviones de pasajeros, trasatlánticos…) con sus incomodidades y tiempos de espera asociados; el rico podrá echar mano de su jet privado o de su yate de lujo cuando lo desee para desplazarse por el espacio-tiempo cómodamente al lugar que desee donde siempre podrá adquirir el suficiente espacio privado propio a su llegada.
Como tantas otras cosas, todas estas desigualdades en la distribución de la riqueza son puestas de manifiesto de manera clarividente en el mundo Covid. Nada tiene que ver como ha vivido el confinamiento durante el estado de alarma un propietario de un piso en el barrio de Vallecas con otro de un chalet en la urbanización de la Moraleja. O la vida de un trabajador que se ve obligado todos los días a tomar el metro de Madrid, con todos los riesgos de contagio asociados a ello, para desplazarse al trabajo, con la de un representante de un consejo de administración de una multinacional que puede seguir la realidad de su empresa desde su vivienda de lujo.
El espacio-tiempo de la riqueza se expresa en toda su crueldad en los recientes confinamientos selectivos decretados en la Comunidad de Madrid; los cuales no hacen otra cosa que dejar constancia de la guetificación creciente a la que ha sido sometida Madrid en los últimos años, consecuencia de las políticas aplicadas en ese laboratorio neoliberal que es la capital del Reino. Mientras el espacio-tiempo público en el que conviven las clases más humildes ha sido progresivamente degradado en las últimas décadas con un empeoramiento gradual de los servicios y su progresiva privatización; a escasos kilómetros de allí, los ricos disponen del suyo propio pertrechados tras altos muros con vigilancia privada en urbanizaciones de lujo ajenos a la realidad sufriente de la plebe.