Kabalcanty
El pasajero del sueño (1ª parte)
Hay algunas cosas que, si las viéramos en retrospectiva, parerían increíbles, no hablo de que el salchichón sea ahora pasta de papel y antes delicia de cerdo, no, lo digo por esas cosas que ni en el más absurdo de los pasados hubiéramos imaginado jamás. Pues en esas estábamos la mayor parte de una devaluada clase media, ya baja, bajísima, en la sociedad occidental de mediado el siglo XXI. Nada más hay que apreciar la conversación que tuvimos en familia dos días antes del acontecimiento.
Habíamos terminado de comer (el pequeño comedor lleno de trastos a lo que contribuían de forma pertinaz mis dos hijos postadolescentes) y, curiosamente, a ninguno de los cuatro nos entraba la modorra que, a diario y en festivos, nos embargaba frente a las gilipolleces que nos daban por televisión. Esa tarde parecía ser diferente.
— A mí lo que me parece inaudito es que nos metan a astronautas sin preparación alguna -decía mi hijo mayor mientras rebañaba la tarrina de un helado de turrón Premium.
A todos nos parecía lo mismo pero como todos, digo los de esa clase media depauperada, se embarcaban en esa aventura tarde o temprano y, para más inri, venía auspiciado de un decreto ley del partido más votado por esa clase social en las últimas elecciones, asentíamos sin rechistar en público; en casa, en la parada de los autobuses o en los rellanos de las escaleras de cada cual se despotricaba y juraba poniéndose al mismísimo Dios por testigo.
— Supongo que es necesario, urgente, -dije yo, haciéndome el pragmático- vaciar un poco este mundo para que los virus no acaben con nosotros del todo.
— Lo que no me imagino -intervino mi mujer- es sentarse en una terracita a tomar una Fanta en pleno paisaje marciano. Supongo que hará fresco, demasiado fresco para eso….o tal vez demasiado calor.
También estábamos todos de acuerdo.
— Y es de suponer que habrá cobertura de Internet.
Mi hijo pequeño (es un decir, tiene casi cuarenta años) siempre fue un fanático de los videojuegos y redes sociales diversas.
— Todo estará controlado para que no nos sintamos distintos.
No sé por qué dije eso, pero lo hice. Nada sabíamos de los que ya estaban habitando Marte, nada nos contaba nadie en los noticiarios o periódicos digitales excepto las frases oficiales, esas de "la nueva sociedad de la comunidad marciana avanza según todas las previsiones del Gobierno" o "los Martian colonists adoptan postulados terrestres sin traumas". Bueno, cosas así que, en realidad, nada te dicen.
— "Todo tiene una explicación natural: Marte no es un dios, sino una gran roca, y el Sol una roca caliente", sigamos lo que dijo Anaxágoras y dejémonos llevar por la experiencia.
Mi hijo mayor (ya dije que el pequeño tiene casi cuarenta años) estudió Filosofía clásica e, infructuosamente, nos quería hacer partícipes.
— Recojamos la mesa hoy y ahora.
Advirtió mi mujer y a todos se nos ocurrió un quehacer acuciante.
Ese era el tema que hacía distintos los días: el viaje a Marte. Puede parecer descabellado a un, por ejemplo, habitante de año 2020 pensar que para desalojar en parte la Tierra te manden con la familia a otro planeta, sin embargo dadas las circunstancias de pandemias endémicas que padecimos desde ese año no se ve tan disparatado. La idea surgió en China, pioneros de epidemias en cadena, y se fue formalizando en Rusia y EEUU hasta convertirlo en auténticos vuelos interplanetarios low cost que fueron adoptando casi todos los países del mundo. Quedaron países africanos, nórdicos y sudamericanos que, debido al exterminio de sus habitantes infringido por las pandemias, podían subsistir bajo mínimos poblacionales sin necesidad de deportaciones marcianas. Se dividió Marte en partes proporcionales, o no, vaya usted a saber, para el asentamiento de los diferentes países y santas pascuas. Lo que estaba claro es que la clase dominante, alta, empresarios, presidentes de importantes empresas, celebridades del arte, deportistas reconocidos, líderes políticos o financieros, familias tradicionales de alta alcurnia, se quedaban en la Tierra más a sus anchas; lo de viajar a Marte no entraba dentro de sus obligaciones y así lo consideraron legislándolo los partidos políticos gobernantes en todas y cada una de las naciones adheridas al DEMCO (Despoblamiento mundial consensuado). Para entendernos mejor: lo que ocurría en el año 2049 eran los residuos de lo que se formó a partir del comienzo del milenio cuando cayeron las Torres Gemelas.
Casi todas las tardes, excepto aquellas del crudo invierno, nos juntábamos algunos vecinos y amigos en un parque situado junto al ensanche del barrio. Ya se sabe: arbolitos flacos con poca sombra, monumentos absurdos sin pies ni cabeza, elementos para que los jubilados ejerciten sus molidos músculos y bancos para sentarse lo más alejados unos de otros para fomentar el distanciamiento social vigente.
— Vaya, si viene la pareja marciana –dijo nada más vernos Toño, el que tenía un negocio de tatuajes y tuvo que cerrarlo por la crisis viral.
Allí nos reuníamos parejas y singles unidos por algo muy habitual en estos tiempos: el desempleo crónico. Y digo "crónico" porque el ritmo laboral, eso de trabajar ocho horas cinco días a la semana, hacía años que no existía entre esa clase media desmantelada. Había casos, como el mío propio, que tu currículo consistía en dos o tres años a salto de mata en trabajos vomitivos y mal remunerados, el resto del tiempo lo cubrían pírricos subsidios o prestaciones que se iban encadenando con trabajos clandestinos eventuales. La economía de las familias de esa clase llegó al colapso allá por el 2026 donde el Estado tuvo que asumir definitivamente un papel protector debido a las constantes protestas frente al Congreso y escraches vehementes a los dirigentes del momento. En nuestro grupo de barriada lo raro era faltar una tarde, todos estábamos a la cuarta pregunta.
Nos sentábamos en un banco, en el bordillo del ajardinado o en el mismo suelo mientras comíamos pipas hablando de esto y de aquello o jugando a lanzarnos el balón de rugby que siempre traía Alex, el quiosquero que tuvo que dejar de vender periódicos en papel. Todos rondábamos los sesenta años y muchos teníamos hijos desfuturizados y apáticos. El tema de aquella tarde estaba claro: nuestro inminente viaje a Marte.