Pepy G. Clavijo
Mirando un cuadro
Y digo mirando porque ver y mirar son dos cosas distintas, aunque el diccionario de sinónimos las agrupa.
Vamos a mirar un cuadro (o más); para ellos nos iremos a un museo y ninguno mejor que el Prado.
Entramos y nos dirigimos a la sala de Murillo, allí está "La Inmaculada", cuadro que fue "robado" por el Mariscal Soult, aunque volvió a España en 1941.
"La familia del pajarito" hace recordar a las madres o abuelas, recitándole o cantándole a sus niños para que se duerman y tengan sueños felices.
Al llegar a la sala de Velázquez "El Cristo en la Cruz" con su atractivo estético y piadoso, emanando majestad del cuerpo inerte, nos hace considerar que hay cosas más importantes en la vida y que no se debe uno disgustar por tonterías.
Seguimos este paseo cultural, sin cansancio alguno, llegamos a Goya. Ante "La familia de Carlos IV" nos paramos con detenimiento: allí está la reina María Luisa dominando el grupo con imperiosa voluntad, obra maestra del realismo e interpretación psicológica de los personajes.
"La anunciación" de Fray Angélico de singular atractivo y encanto, trata de estimular al público por medio de sus pinceladas, hacia la virtud. Belleza y armonía unidas, dibujo seguro y firme, atraen por el suave misticismo: un ángel de inmaterial belleza que se acerca a María.
El "Autorretrato" de Alberto Durero, pintor alemán del Renacimiento, creador de óleos, dibujos y grabados, el autor recuerda su estancia en Italia, es uno de los más extraordinarios lienzos de la pintura mundial.
El "Retrato de María Tudor" de Antonio Moro, pintor holandés que trabajó para Felipe II, maestro de una generación de pintores renacentistas españoles, nos muestra a la esposa del monarca español con tan objetividad que hace de la modelo, una máscara carente de sentimientos.
Termina nuestro paseo por el Museo del Prado, delante de la "Virgen de la leche", obra de Luis Morales, autor que rechaza el rafaelismo y se inclina más por el manierismo. Excita el sentimiento religioso por su carencia de paisaje u otros elementos accesorios. Hace que los personajes sagrados permanezcan alejados del espectador, encerrados en su soledad.
Aquí acaba este breve paseo por el Museo del Prado, otro día visitaremos otro. ¡Hasta entonces!.