Valentín Tomé
Res publica: El demonio de Maxwell y el reino de la libertad
A lo largo de su historia, el ser humano siempre ha anhelado la creación de una quimera: el móvil perpetuo (perpetuum mobile); es decir, la invención de una máquina que, gracias a un pequeño impulso inicial, fuese capaz de funcionar eternamente, sin necesidad de aportarle ninguna otra fuente de energía externa. Una máquina de estas características libraría a la humanidad de su condena bíblica: el trabajo.
A priori si echamos mano del principio de conservación de la energía nada impediría su existencia; la energía inicial, ya que esta no se puede perder, sería "reciclada" en otras formas de energía que permitirían su movimiento eterno. Sin embargo, sabemos desde hace algún tiempo, que gran parte de ella se disiparía, por ejemplo, en forma de calor, lo que en la práctica imposibilitaría su existencia. Es lo que nos dice la inexorable segunda ley de la termodinámica (el aumento de la entropía en todo sistema cerrado) de la que tuvimos ocasión de hablar en una anterior columna. Pareciera entonces que tal como Dios maldijo a Adán y Eva al expulsarlos del Paraíso, el ser humano está obligado a ganarse el pan con el sudor de su frente.
A pesar de ello, numerosos científicos e inventores no se rindieron ante tan cruel destino e intentaron por todos sus medios que la humanidad retornase a aquel Edén en el que el trabajo resultaba desconocido. Uno de los intentos más conocidos, corresponde a un experimento mental desarrollado por el padre del electromagnetismo, el físico escocés James Clerk Maxwell. Sin entrar en excesivos detalles (invito al lector interesado a que lo investigue por sí mismo), el "demonio" sería una criatura capaz de actuar a nivel molecular seleccionando moléculas calientes y moléculas frías para, separándolas, lograr construir una máquina térmica que funcionase a pleno rendimiento. Daría la impresión entonces de que de esta manera hemos podido crear el móvil perpetuo. Pero, ¿cómo haría el demonio para conocer de antemano la temperatura de cada molécula? Es evidente que para ello tendría que disponer de al menos un sistema cognitivo que le permitiera manejar esa información, y hasta donde sabemos, éste sólo podría funcionar suministrándole energía desde el exterior (tal y como nosotros necesitamos de energía en forma de nutrientes para que nuestros cerebros funcionen o un computador necesita de alimentación eléctrica). Por lo tanto, parece que la expulsión del Paraíso se antoja algo definitivo.
Sin embargo, si echamos un vistazo a nuestro desarrollo tecnológico constatamos que este ha experimentado un aumento exponencial en las últimas décadas; el cual, trasladado al mundo de la economía, ha dado lugar a un crecimiento permanente en la automatización de los procesos de producción. En él, el demonio de Maxwell cada vez está más cerca de su encarnación definitiva, poniendo en serio peligro la existencia misma de la clase trabajadora.
En una serie de artículos publicados recientemente por New York Times se da cuenta de este proceso: en 1900, las fábricas y campos de cultivo empleaban el 60 por ciento de la fuerza de trabajo. En 1950, los dos sectores juntos sólo empleaban el 36 por ciento. En la primera década del siglo XXI, menos del 10 por ciento. En Galicia, hemos sido testigos en los últimos años de esta transformación en el sector primario. Tradicionalmente minifundista desde la noche de los tiempos, hoy esa economía cuasicerrada y relativamente autosuficiente organizada en torno a la explotación de pequeñas parcelas de tierra por parte de la población rural ha prácticamente desaparecido, transitando hacia un modelo de mayores concentraciones parcelarias que favorezcan la producción agrícola y ganadera a gran escala. No se trata solamente de grandes tractores y sistemas de riego, alto uso de fitosanitarios y semillas transgénicas. También de integración de nuevas formas de robótica, almacenaje digital, genómica y nuevas biotecnologías, todo lo cual converge en una nueva agricultura de precisión, cuya meta subyacente es un campo sin agricultores, sustituidos por unos pocos operadores informáticos. En el sector industrial ocurre exactamente lo mismo, pensar en líneas de montaje automotriz con obreros va quedando obsoleto (atrás quedaron esas imágenes de Chaplin en "Tiempos Modernos"), la mayor parte del trabajo en ese campo lo hacen robots.
En el sector servicios, la mayor fuente principal de empleo en esta sociedad post-industrial que vivimos en muchos países occidentales, la tendencia es exactamente la misma. A modo de ejemplo, Amazon y otras empresas del comercio minorista están desarrollando sistemas totalmente automatizados desde la atención al cliente a la recogida de pedidos en almacenes y su envío. Ya hacen distribución con vehículos no tripulados. La automatización inteligente se usa ampliamente para algoritmos que especulan en bolsas de valores. En Medicina, a través de la inteligencia artificial, las computadoras pueden examinar miles de imágenes médicas para identificar patrones de enfermedad, mejorando la precisión y la velocidad del diagnóstico, superando a los humanos en la valoración de la enfermedad. Actualmente más de 30 algoritmos para la atención sanitaria ya han sido aprobados por la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos… Los ejemplos son cada vez más numerosos.
Esta proliferación de cuasi-demonios de Maxwell en el mundo de la economía bajo un sistema capitalista puede suponer una pesadilla para millones de trabajadores. Al fin y al cabo, al no ser propietario del medio de producción, la inmensa mayoría de los humanos dependen del trabajo asalariado para su propia supervivencia. Sin embargo, todos estos demonios, en una sociedad dispuesta a colocar la economía al servicio de la misma y no al revés, podrían ser nuestros mejores aliados al aumentar nuestro tiempo libre y hacer menos pesada esa condena bíblica al trabajo; acercándonos de esta manera a aquello que Marx llamó el reino de la libertad: "El reino de la libertad solo empieza allí donde termina el trabajo impuesto por la necesidad y por la coacción de los fines externos; queda, pues, conforme a la naturaleza de la cosa, más allá de la órbita de la verdadera producción material… La libertad, en este terreno, solo puede consistir en que el hombre socializado, los productores asociados, regulen racionalmente este su intercambio de materias con la naturaleza, lo pongan bajo su control común en vez de dejarse dominar por él como por un poder ciego, y lo lleven a cabo con el menor gasto posible de fuerzas y en las condiciones más adecuadas y más dignas de su naturaleza humana."